Dedicado a las mujeres y feministas
militantes (o no) del SITUAM
que defendieron los derechos sociales
de las y los trabajadores durante
la huelga en la UAM
del 1 de febrero al 4 de mayo de 2019.
ROSA SE LLAMABA Y LE DECÍAN…
Se llamaba Rosa y usaba como seudónimos R. Kruszynska, Maciej Rozga o Anna Matschke. Fue pintora amateur, tocaba el piano y cantaba arias de ópera. Aunque era una mujer que amaba la vida y era generosa con sus amigos, en la prensa conservadora la conocían como “Rosa la sanguinaria”. Fue sumariamente ejecutada junto con Karl Liebknecht. Pero para la posteridad, Rosa fue triplemente ejecutada: por el ejército alemán y los freikorps, por ser mujer revolucionaria y por las purgas ideológicas de Stalin. La ejecución sumaria fue realizada el 15 de enero de 1919. La de Stalin en 1931, al acusarla de oportunismo y de deformar al marxismo, con el objetivo de borrar su memoria e influencia, empero, los movimientos y manifestaciones de los últimos años demostrarían la vigencia de sus ideas (de los “indignados”, pasando por las masivas concentraciones feministas, hasta los chaleco amarillos en Francia).
Rosa fue la menor de cinco hijos de una familia de asimilados judíos polacos. Desde muy joven se relacionó con estudiantes y grupos revolucionarios, primero en Varsovia y luego en Zúrich, a donde salió huyendo en 1889 oculta en una carroza de heno, con motivo de una orden de detención, según cuenta su biógrafo J. P. Nettl. En esa ciudad estudiará derecho, realizará su doctorado y conocerá a revolucionarios como Lenin, Plejánov y a quien será probablemente el hombre más importante en su vida: Leo Jogiches, una suerte de Lenin polaco, por sus habilidades organizativas y conspirativas, y con quien tendrá un relación amorosa, ideológica, de amistad, militancia y conspirativa, no exenta de diferencias, pero que se conservará hasta la ejecución de Rosa. Cuando eso sucedió, Jogiches envió un telegrama a Lenin, cuya lacónica redacción ocultaba su dolor: “Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht han cumplido su última misión revolucionaria”. Jogiches también sabía que corría peligro y sus amigos lo exhortaron para salir de Alemania, pero él les contestó: “alguien debe quedarse para escribir nuestros epitafios”. Fue ejecutado un par de meses después, cuando indagaba la ejecución de Rosa.
La inteligencia, agudeza y sólida formación de Rosa pronto llamaron la atención y debatió con los principales marxistas de su tiempo: Plejánov, Bernstein, Kautsky y Lenin. Imaginemos una escena: en el congreso de la Segunda Internacional de principios del siglo XX, repleto de militantes socialistas rusos, polacos, alemanes y franceses discutiendo, argumentando, a ratos gritando y vociferando en medio de espesas capas de humo, en algún momento entra una joven de 22 años, bajita, menudita, con una extraña forma de caminar derivado de una problema en la cadera, con sombrero y una nariz prominente y afilada, que les planta cara con energía, les argumenta, discute y les cita a Marx y Engels con solvencia. Podemos imaginar lo inusual de ese hecho para ese período y esas reuniones de militantes socialistas dominadas por hombres.
LECCIONES DEL MARXISMO FEMINISTA
No se pueden pasar por alto las singularidades de Rosa: no sólo era judía, revolucionaria, filósofa, marxista, publicista, oradora, agitadora y polaca, sino también hay que agregar una condición aparentemente trivial a esas características: su condición de mujer en una sociedad dominada por hombres (así fuera la del socialismo militante), que radicaliza todas sus apuestas como revolucionaria. Si no se tiene en cuenta esta determinación no se puede calibrar en toda su dimensión la estatura moral e intelectual de Rosa y la saña con la que fue torturada y vejada antes de su ejecución. Nettl no lo afirma, pero aquí y allá recupera los calificativos que recibió por ser mujer revolucionaria: instigadora, agitadora sin patria, proveedora de odio, calamitosa mujer, influencia sifilítica, provocadora de caos, “Juana de Arco”, sangrienta… ¿Su ejecución fue un feminicidio? Cuando menos podemos concluir que su condición de mujer agravó su situación de revolucionaria y filósofa.
Rosa fue una defensora de los derechos de las mujeres; su propia experiencia política la llevó a plantear algunas ideas al respecto, pero siempre en el marco general de la lucha de clases contra el capitalismo. En 1912 escribió un texto, El voto de las mujeres y la lucha de clases, sobre la defensa del voto de las mujeres. Y es importante rescatar la temprana clarividencia de Rosa. Su posición política no era sólo defender el voto femenino. Si bien consideraba importante ganar ese espacio en las luchas políticas, éstas debían inscribirse en el interior de otras batallas más amplias relacionadas con la emancipación de las mayorías y contra las configuraciones del sistema capitalista. Esto significaba que no era suficiente ganar el voto femenino si éste no se adscribía en una conciencia de clase. Por esto hablaba de “mujeres burguesas” que podían comportase como “leonas” al luchar contra los privilegios de los hombres, pero frente a las configuraciones del capital, Rosa afirmaba que podían comportarse como “corderas”, constituyéndose en una “reacción conservadora.
Para Rosa el tema de fondo de la resistencia del poder para conceder el voto a las mujeres, no era tanto por la posibilidad de participar en las elecciones (pues lo podían hacer en las filas reaccionarias y conservadoras), sino que ese derecho tuviera como efecto debilitar “las antiguas instituciones tradicionales del dominio de clase”. Ciertamente Rosa subrayó la importancia del aumento en la participación de las mujeres en las actividades productivas, empero, no estuvo en condiciones de percibir que el trabajo domestico era el rostro oculto de la valorización del capital, pues lo seguía adscribiendo a la esfera privada del trabajador. Tendría que aparecer un feminismo marxista como el de Roswitha Scholz para desenmascarar el rostro doméstico del capital. En este sentido, la lección de Rosa para el feminismo contemporáneo no está tanto en la defensa histórica de la igualdad de derechos que hunde sus raíces hasta la Ilustración, cuanto en reconocer que esa lucha debe hacerse en el marco de una batalla más amplia contra el sistema capitalista y en la tradición de los oprimidos. De otra manera, corre el riesgo de constituirse en un movimiento apologético del neoliberalismo, sin dialectizarse y hacerse cargo de los otros oprimidos. El feminismo hay que decirlo, es la avanzada de los cambios más trascendentales si tiene la capacidad de asumir su función de vanguardia en la crítica y combate del capitalismo como modo de reproducción social.
DIALÉCTICA E IRONÍA
Durante la última parte del siglo XX, la dialéctica fue desterrada del pensamiento, pero parte del oculto atractivo de los escritos de Rosa residen justamente en el discreto pero sistemático uso que hace de la dialéctica. Los artículos y textos de Rosa muestran una poderosa mirada que captaba el oculto movimiento de las cosas y la historia y a su vez extrae las consecuencias sociales que se seguían para develar sus tensiones, contradicciones y potencia emancipadora. Durante varios años y hasta antes de su distanciamiento y posterior ruptura con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) —alrededor de 1916, para fundar Spartakus con Karl Liebknecht, Leo Jogiches, Clara Zetkin y otros—, fue considerada, al lado de Kautsky y Mehring, como una suerte de “filósofa oficial” del SPD y con el tiempo pasó a ser una temida polemista por su inteligencia e ironía, que se alimentaba no sólo de la literatura, sino de su pasión por la botánica, la zoología y la geología, de tal manera que creaba poderosas metáforas que endilgaba a sus oponentes. En su polémica con el padre del revisionismo, Bernstein, por ejemplo, demarcaba el campo de anarquismo como “sarampión” de menor importancia frente a la “hidropesía oportunista” del revisionismo que aquejaba a la socialdemocracia alemana. Dialéctica e ironía eran dos armas de argumentación que Rosa había aprendido bien en los textos de Marx y estaban a tono con su carácter alegre, rebelde y temperamental.
En el denominado “Folleto Junius”, escrito en 1915 con motivo de la Primera Guerra Mundial y a propósito de la capitulación y rol de la socialdemocracia alemana, Rosa alcanzará la condensación estilística de los grandes novelistas al describir el capitalismo como “bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad”. La Primera Guerra Mundial, la derechización del SPD y la derrota de Alemania, sellarían el fatal destino de Rosa e incubarían parte de las premisas para el surgimiento del fascismo. Como años después escribió Hobsbawm, la historia demostraría que esa guerra, en alianza con el imperialismo, ha sido de las más sanguinarias porque introdujo el concepto de “guerra total” y el radical desprecio por la vida humana, un dato histórico que corrobora la imagen metonímica del capitalismo como bestia.
El “Folleto Junius” es, además, no sólo esclarecedor de las bases históricas de las guerras del capitalismo del siglo XX, sino que muestra la capacidad autocrítica de Rosa y su exigencia de que la socialdemocracia alemana rectificara frente a ese y otros errores que hipotecarían tanto el destino del movimiento socialista internacional, como el del obrero mundial. Para entender esa crítica, hay que recordar que el SPD y su clase obrera eran consideradas como la vanguardia socialista europea y su votación a favor de la guerra imperialista fue considerada como una traición al movimiento. Por ello, para Rosa la disyuntiva entre “avance al socialismo o regresión a la barbarie” parecía el urgente llamado a contraluz de la primera guerra mundial ya en marcha, pues era una “regresión a la barbarie” capitalista lo que se estaba imponiendo. Por cierto, esa disyuntiva, que los memes suelen compactar en el eslogan “socialismo o barbarie”, como si fuera acuñado por Rosa, en realidad ésta se lo atribuye a Engels, pero según Ian Angus se trata de una expresión de Kautsky y que Rosa atribuye erróneamente a Engels.
HUELGA POLÍTICA, TÁCTICA Y ESPONTANEIDAD
Un tema fundamental sobre el que seguimos girando son los límites del capitalismo y que Rosa reflexionó, tanto en ¿Reforma o revolución? de 1899 como en La acumulación del capital, de 1913. Un problema central en las reflexiones teóricas y prácticas de las diferentes tradiciones marxistas y que desde la caída del “socialismo real” parecía obsoleto. La frase grandilocuente y que sirvió de muletilla a liberales de todo tipo para declarar su amor a la eternidad del mercado, “el fin de la historia”, titulo homónimo de un libro del conservador Fukuyama de 1992, ha sido desenmascarada por las sucesivas crisis económicas y políticas del capitalismo. Si bien la caída del socialismo real y la imposición de la racionalidad neoliberal hicieron parecer, durante casi 50 años, que no habían más opciones que el libre mercado, desmantelar los servicios públicos y el sistema de seguridad social, la brutal crisis de 2008 y el regreso de los fascismos por la vía del neoliberalismo han obligado a retornar a Marx. De aquí la relevancia de teóricos marxistas como Rosa, que pusieron en el centro de su intereses reflexionar sobre el derrumbamiento del capitalismo, las estrategias para lograrlo e instalar una sociedad más justa y libre, que asociaban con el socialismo.
La diferencia en la teoría y práctica de Rosa con respecto a otros marxistas del período, en parte tiene que ver con su rechazo de las medidas y estrategias que se sostenían en diagnósticos de todo o nada, de diálogo o violencia, de reforma o revolución, como dos estrategias opuestas. Frente a quienes rechazaban las prácticas parlamentarias y sus instituciones (particularmente el sufragio) por considerarlas como burguesas, Rosa, si bien era de ese parecer, sostenía que había que trabajar desde dentro de ellas para combatir a los elementos conservadores y servir de puntos de apoyo revolucionario, pero sin dejar de mantener la agitación, huelga y lucha en las calles para hacer madurar las condiciones revolucionarias; es decir, para Rosa, la verdadera fuerza del parlamento no estaba en las decisiones legislativas y su autonomía, sino en las calles, fábricas, aulas, las manifestaciones de las mayorías y “en la acción directa de la masa revolucionaria.” Por supuesto, esto no debe entenderse como si Rosa hubiera apostado por el reformismo social y las adaptaciones jurídicas; fue, más bien, una teórica y practicante de la revolución que creyó “tanto [en] la conquistas del poder por el proletariado, como [en] la abolición total del sistema capitalista”.
Esto es uno de los aspectos vigentes del pensamiento de Rosa. Frente a la estrategia leninista de la disciplina y la construcción de la dictadura del partido, oponía una construcción política basada en las mayorías, la agitación en las calles, la educación en las aulas, la huelga de masas y el trabajo al interior de las instituciones (por más cadavéricas que fueran, siempre había una posición que ganar y otra que combatir). Esto para ella era relevante porque implicaban procesos de educación, organización y toma de autoconciencia de las mayorías, de tal manera que la conquista del poder suponía “un determinado grado de madurez en las relaciones político-económicas”, como afirma en ¿Reforma o revolución? No pocas veces hacía eco de la afirmación de Marx de que “la humanidad siempre se plante[a] sólo tareas que puede resolver”, frente a los jóvenes e impacientes revolucionarios que pasaban por alto que las condiciones de la Alemania parlamentaria no eran las mismas que las de la Rusia autocrática y que tenían que ser trabajadas objetivamente. Frente a una crisis política, en lugar de cerrar filas en torno al líder y su disciplinada cofradía, Rosa exigiría volver a bajar a las calles, las plazas, las fábricas, los barrios y las escuelas. Para decirlo de otra manera, las mayorías eran la fortificación y fuente de legitimación de cualquier acción política. Sin dejar de ser una revolucionaria, distinguía entre las acciones político-revolucionarias y las prácticas sistemáticas terroristas, que ella rechazaba, como lo expresó en un artículo de 1902.
Aquí encontramos la controversial teoría de la espontaneidad propuesta por Rosa al calor de la Revolución Rusa de 1905 y de la que esperaba extraer lecciones para la situación política alemana. En Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) plantea la dicotomía entre una huelga política ordenada, disciplinada, promovida, dirigida y planeada por los dirigentes (del partido y sindicato) y las huelgas de masas que descansan en su “constitución espontánea”; por espontaneidad no debe entenderse una creación ex nihilo, como si “cayeran del cielo”; se trata, más bien, de una relación objetiva que se manifiesta en una acumulación infinita de agravios, humillaciones, asesinatos e injusticias que dan pie a “mil conflictos económicos parciales, mil incidentes «fortuitos»” y una situación objetiva de radical oposición entre trabajo y capital, de tal manera que generan una suerte de “cargas revolucionarias” que estallan de mil maneras y se presenta como un “fresco inmenso y variado de la batalla general del trabajo contra el capital”.
Para Rosa, esa infinita marea, de flujos y reflujos de fuerzas sociales, económicas y políticas, debía ser aprovechada por los cuadros más avanzados para asumir la dirección política, orientar y regular la táctica en la lucha. Por supuesto, la teoría de la espontaneidad no significa un rechazo de los liderazgos ni de la función de los dirigentes —como algunas veces se le entiende—, sino que se trata de un cambio del centro de fuerza; en lugar del líder, la masa; en lugar de la dirección del partido, la plaza pública y las reuniones nivel del piso.
ROSA, LENIN Y LOS POPULISMOS CONTEMPORÁNEOS
La polémica entre Lenin y Rosa en parte estuvo atravesada por esta y otras diferencias, pero ¿acaso los indignados y los movimientos de “ocupa” de Wall Street y Puerta del Sol, los estudiantes chilenos que luchan por una educación gratuita, los jóvenes mexicanos irritados por la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, las manifestaciones feministas contra los feminicidios y la más reciente de los “chalecos amarillos” en Francia, no demuestran la vigencia de un pensamiento que tiene como magma a las mayorías oprimidas y hace de esas fuerza sociales disparadores de organización y lucha contra el capital?
Parte de los éxitos del “populismo” en España y en México con AMLO descansan en esta operación política de volver a conectar con las mayorías; pero el problema es que suelen olvidar las lecciones de Rosa y el marxismo que exigen cimentan esa alianza en la contradicción entre trabajo y capital. Por supuesto, esto no inhabilita la táctica de la disciplina y el aparato, son operaciones diferentes pero que se complementan al dialectizarse. Trotski en un temprano texto de 1935, en el que defendía a Rosa de los ataques estalinistas por la teoría de la espontaneidad, puso, creo, las cosas en su justa dimensión: era tan peligroso el derroche de energía de las masas como una dirigencia osificada y tiránica; dos fenómenos que el nazismo y el estalinismo vinieron a corroborar. Por lo demás, el mismo Lenin rindió tributo a Rosa al compararla con una “águila” a la que las futuras generaciones venerarían.
ROSA, NUESTRA CONTEMPORÁNEA
Entre la familia y la conspiración, la casa y la plaza, la disciplina y la espontaneidad, el amor y la revolución, la pintura y la geología, la botánica y el marxismo, Rosa siempre supo cuál era su lugar, pues las indefiniciones no estaban en su carácter. Rosa perteneció a una brillante generación de revolucionarios y teóricos marxistas que dedicaron su vida a luchar contra la explotación, a combatir el sistema capitalista y buscar un mundo mejor. Las lecciones de Rosa para el mundo moderno no sólo tienen que ver con los temas clásicos del marxismo, los límites del capitalismo, la conciencia de clase y los problemas que las revoluciones les planteó a su generación, sino con la exigencia de que la política debe bajar a la calle y a la plaza si quiere revitalizarse y no osificarse. La crisis de los partidos políticos, de las autoridades en todos los ordenes (en los órganos de gobiernos, en las universidades, en la cultura y la familia) y de dirigentes y especialistas, son el signo inequívoco de la necesidad de regresar a las personas y a las ideas básicas de la oposición trabajo y capital, como una medida radical para combatir la racionalidad neoliberal, hoy hegemónica.