“La primera igualdad es la equidad”

Víctor Hugo

Existe un gran contraste entre los artistas que dependen del presupuesto estatal y los creadores independientes, aunque en ambos casos ninguno vive del aplauso sino de los ingresos por su trabajo. Hacia finales de 2019, algunos artistas exigieron una vez más un aumento al presupuesto para la cultura oficial, otros se manifestaron por el justo pago a su trabajo realizado, mientras otros más celebraron los primeros Premios San Ginés para los teatreros independientes.

Desde hace años varios grupos que, de una u una otra forma viven de las instituciones oficiales, han venido exigiendo incrementos para la cultura dentro del presupuesto federal. Si bien es cierto y reprobable que México no cumpla con el 1% del PIB que la ONU recomienda destinar para la cultura y las artes, también es verdad que, con los fondos que durante décadas se han asignado, las dependencias no han tenido políticas incluyentes, plurales, ni democráticas. Asimismo, ha propiciado y solapado la corrupta endogamia de ese sector, apoyando a una elite y relegando a miles; además ha habido falta de transparencia en la rendición de cuentas y sinnúmero de irregularidades. Como si eso no bastara, muchos de los recursos van a parar a algunos individuos o grupúsculos que astutamente se han incrustado en el sistema y que, por comodidad o por ineptitud, no los han aprovechado para volverse autónomos.

Uno de los argumentos para exigir más presupuesto es que el arte y la cultura son un derecho humano, además de ser indispensables para recomponer el tejido social, lo cual es evidente. Sin embargo, el hecho de que sea un derecho humano no significa que un puñado de privilegiados deba repartirse y beneficiarse continuamente de los fondos estatales. Otra justificación que dan es que muchos artistas viven en la precariedad, sin embargo habría que informarles que no son los únicos, 52.4 millones viven en situación de pobreza, cifra que equivale al 41.9% de la población, por lo que la lucha debería ser para elevar el nivel de vida de las mayorías, no de unos cuantos.

Cuando se estaba por debatir el presupuesto del 2020, un grupo lanzó la propuesta #MéxicoSinArtistas; entre ellos hay varios que han denunciado las injusticias y atrocidades cometidos en regímenes pasados, y se han sumado a diversas acciones a favor de los derechos humanos, pero la mayoría ha sido omisa ante las atrocidades que hemos vivido y no ha hecho llamado alguno a un paro nacional. No convocaron a una huelga cuando se perpetró la masacre de Acteal, la represión en Atenco, la tragedia de la Guardería ABC, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, o por la pandemia de feminicidios. Tal parece que solo se unen y movilizan para exigir incrementos en las partidas presupuestales, y no para solidarizarse y denunciar las graves problemáticas sociales que, por si fuera poco, han causado precisamente la precariedad generalizada que padece el país. De esta manera, muchos de los que integran esos grupos y que votaron por el presidente actual, hoy se sienten defraudados y traicionados por el gobierno de López Obrador.

Lo que sí resulta indignante es que la actual Secretaría de Cultura parece seguir la infame tradición de las pasadas administraciones al no pagar en tiempo y forma a cientos de artistas que ya realizaron sus labores, y tampoco a los trabajadores del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Porque no es falta de dinero, ya que lo hay para contratar espectáculos como los de el XLVII Festival Cervantino. O el caso de la obra “Felipe Ángeles”, de Elena Garro, la cual que tuvo un costo de más de 3 millones de pesos, algo escandaloso en los supuestos tiempos de “austeridad republicana” y que estuvo en cartelera solo un mes­­. No se entiende cómo por un lado tardan meses en liquidar salarios, y por otro hay despilfarros. Finalmente en diciembre y ante la falta de pagos, muchos artistas se unieron para exigir su dinero mismo que “podrá llegar a más tardar el 31 de enero” así que, como escribió acertadamente la dramaturga Estela Leñero, “les quedaron debiendo”.

Mientras tanto, a fines de año, otro grupo de artistas decidió crear los Premios San Ginés a los teatreros independientes, para aquellos que laboran fuera de los monopolios teatrales y al margen de las dependencias oficiales. El promotor de estos galardones es el teatrista Arturo Amaro quien es miembro del consejo donde se encuentran Alejandro Bernal, la productora Adriana Enríquez, el dramaturgo Pablo Zuack y el crítico teatral Gonzalo Valdés Medellín, bajo la supervisión de Benjamín Bernal, presidente de la Agrupación de Periodistas Teatrales (APT). Este año decidieron premiar la trayectoria de Magdalena Solórzano, directora del Grupo Por Amor al Arte, la actriz Teresa Selma, el dramaturgo Tomás Urtusástegui, el productor Rafael Perrín, la actriz Evangelina Martínez, el actor, director y gestor cultural Mario Ficachi, Luis Cisneros del Teatro Taller Tecolote, Sergio Alazcuaga y Carlos Francisco Alascuaga de la Compañía 99 casi 100, Topushi Teatro, Raúl Adalid, José Juan de la O, Alejandro Celia, Jorge Prado Zavala, Germán Gastélum, Brisa Carrillo, Maykol Pérez, Luz María Meza, Virginia Bauche, y a mi persona.

Comparto unas palabras a propósito de estos galardones: “Los independientes somos los actuales trashumantes del teatro, creando siempre a contracorriente y cuesta arriba. Somos los modernos cómicos de la legua que, a pesar de todo, frente a la macdonalización de los grandes monopolios teatrales, y ante el desdén y la falta de apoyo de las instituciones oficiales, seguimos creando, seguimos creyendo, seguimos luchando y resistiendo. Somos los que trabajamos por verdadero amor al arte, en el mejor de los sentidos, por pura pasión”.

Desde hace años y durante todas las pésimas administraciones anteriores, lo que la Secretaría de Cultura ha provocado es una fractura entre unos artistas y otros; a unos los beneficia con becas, difusión y diversos apoyos, y a otros los margina siguiendo la estrategia de “Ni los veo, ni los oigo”. Ojalá los creadores lograran un entendimiento y exigieran una reestructura real y profunda de las políticas culturales a fin de integrar a todos los que generan arte y cultura en sus muy diversas formas y modalidades porque no, ningún creador vive del aplauso.

 

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