Por Iván Gutiérrez
Con el corte del lunes 13 de abril, en México hemos superado los 5000 casos de infección por Coronavirus y llegamos a los 332 muertos. Nos aproximamos a la Fase 3 de contagio, etapa en que los casos de COVID-19 se desbordan llegando a los cientos de miles. En esta fase los muertos comienzan a acumularse en los hospitales, luego en los parques (como ha ocurrido en Nueva York) y en el peor de los escenarios, en las calles (el caso de Ecuador).
La contingencia actual parece no importarles a millones de mexicanos, quienes han decidido creer que todos los casos reportados en el mundo son una farsa, que las advertencias del gobierno no sirven de nada, que no tiene caso dejarse guiar por “noticias falsas”.
Ignorado todas las recomendaciones de las autoridades siguen su vida con la mayor normalidad posible. Ahí está un vloguero que, habiendo dado positivo en COVID-19, decide salir de casa por una pizza. Por allá se ven decenas de hombres reunidos en una colonia de Tijuana para jugar arrancones. Y en otra esquina se muestran las hileras de carros en una autopista de Guadalajara con dirección a las playas de Nayarit, a celebrar Semana Santa bendito sea Dios.
La distancia impide que se midan las consecuencias directas de sus acciones —un fenómeno recurrente en tiempos de globalización—, pero ello no significa que sean inexistentes. Así, mientras un joven decide irse a bañar a las olas del Pacífico, un médico en la clínica 20 del IMSS sucumbe ante la desesperación por la falta del equipo mínimo para atender los casos de contagio que llegan al hospital. Mientras toda la familia va junta al mercado en busca de pescado para la cuaresma, un enfermero de 26 años muere en un hospital de Baja California Sur. Mientras jóvenes del Estado de México organizan una fiesta masiva, un hombre de la tercera edad cae muerto en la sala de espera. Todos estos son casos reales.
Desde mi punto de vista, a los diferentes sectores de México les ha faltado integridad, solidaridad y buen juicio. Tanto sociedad civil como iniciativa privada y gobierno han dejado mucho que desear. A la sociedad civil le ha faltado responsabilidad, respeto y consideración por el prójimo, iniciando por aquellos insensatos que han traducido sus niveles de paranoia, histeria y pánico en agresiones violentas contra el personal médico.
A la iniciativa privada, en particular a grandes corporaciones como las empresas maquiladoras de la frontera o consorcios como Grupo Salinas, les ha faltado anteponer la vida antes que el dinero, pues la importancia de la segunda depende de la existencia de la primera (la mitad de los muertos por COVID en Chihuahua, con corte del domingo 13 de abril, eran empleados de maquiladoras); y bueno, qué decir de las amenazas de algunos magnates sobre romper el pacto fiscal nacional, que ahora sí nos llevaría a la ruina económica.
Al gobierno le ha faltado mayor preparación en el frente de guerra médico, pues si bien las campañas de prevención (#QuédateEnCasa) lograron disminuir en un 46% la movilidad social, los hospitales se encuentran en evidente desabasto de equipo indispensable, y son muchas las carencias en cuanto a condiciones laborales para una operatividad efectiva se refiere —siendo los gobiernos anteriores responsables de este último punto, aficionados a desviar fondos públicos, precarizar los servicios médicos y dejar cientos de instalaciones inconclusas (más de 300 hospitales sin terminar), en una terca necedad por desarticular y privatizar el sector de salud, como lo hicieron con otros sectores sociales.
Y bueno, qué decir de la pugna de los últimos días entre el sector público y privado (guerra alimentada por ejércitos de bots y noticias falsas o amarillistas financiadas por los partidos de todos los colores), más enfocados en profundizar la segregación antes que la unidad, con debates que anteponen las ganancias por encima de la vida humana: de la precariedad uno intenta salir como puede, pero de la muerte no se regresa. Esperemos que el pacto alcanzado este fin de semana, entre hospitales privados y el Gobierno Federal, sea un ejemplo de tregua que lleve a ambas partes a la conciliación y cooperación permanente.
En México tuvimos una gran oportunidad de prepararnos para la pandemia, y si bien hay muchas cosas que no se han hecho bien, hay acciones que sí se ejecutaron a tiempo. A diferencia de otros países, hemos logrado moderar, con cierto grado de éxito, la expansión del COVID-19 en el país. Por ello todavía estamos en Fase 2, pero las próximas semanas indudablemente seremos arrastrados al umbral de la Fase 3. No es demasiado tarde para evitar que el desastre alcance niveles dantescos. Las recomendaciones son las de siempre: Si debes salir usa cubrebocas; si no tienes actividades esenciales, quédate en casa; no alimentes el pánico social difundiendo noticias falsas y rumores, investiga primero.
Seamos responsables de nosotros mismos.
Foto de portada: Milenio