EN MEMORIA DE ARNULFO CERÓN SORIANO
Hubert Matiúwàa
“Te puedo sepultar con grandes lágrimas,
pero en realidad no puedo
el poeta sabe que algún día la belleza vendrá
pero no hoy que estás ausente”
Juan Gelman
Por El Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”
Los mè’phàà decimos tsína’/cicatriz, para referirnos a los tipos de escritura, una herida que sana, pero nunca cierra. Los niños aprenden el abecedario repitiendo, tsína A, tsína R, tsína N, tsína U, tsína L, tsína F, tsína O. La muerte de un defensor de los Derechos Humanos, es una herida a la piel de nuestra casa, deja una cicatriz que será una escritura de la memoria.
Arnulfo Cerón Soriano, lo desaparecieron un 11 de octubre de 2019. Esa tarde lo esperaban en su casa y no llegó. Cada quien tendrá un último recuerdo de él, una imagen o palabra, el mío, un fuerte saludo de mano en el zócalo de Tlapa ¿Quiénes y por qué se lo llevaron?
Arnulfo era originario de la comunidad nahua de Tlazala, cuando tenía 18 años asesinaron a su padre y hermano. Fue abogado de profesión y tuvo una larga trayectoria como defensor de Derechos Humanos en la región de La Montaña. Participó junto con Antonio Vivar Díaz, joven activista asesinado por la Policía Federal en 2015, en la toma de la presidencia municipal en 2014, para exigir la aparición con vida de los estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa. Uno de ellos, Magdaleno Rubén Lauro Villegas era de su pueblo. Arnulfo fue una figura representativa y cofundador del Frente Popular de la Montaña (FPM) y del Movimiento por la Libertad de Presos Políticos del Estado de Guerrero (MOLPPEG).
Para exigir su presentación con vida, organizaciones civiles y familiares tomaron la presidencia municipal de Tlapa de Comonfort. Cuarenta días después, el 20 de noviembre, la fiscalía estatal dio a conocer la noticia: su cuerpo apareció sin vida, bajo tierra, en una brecha recién abierta con retroexcavadora, en un lugar conocido como Los Tres Postes, cerca de Tlapa. Lo habían torturado, tapado sus ojos y boca con cinta canela, enterrado vivo, murió de asfixia. La toma de la presidencia municipal continuó exigiendo la aprehensión de los culpables y el esclarecimiento del caso, culminó con el arresto de Marco Antonio García Morales, el “Tony”, jefe de gabinete del presidente municipal de Tlapa, y Jorge “N”, conocido como la “Chiva”, el jefe de un grupo delincuencial, por su presunta implicación con el asesinato.
La desaparición forzada y asesinato de Arnulfo evidenciaron el riesgo en el que viven los defensores de los Derechos Humanos en Guerrero, y cómo el cinismo y la ambición por el poder de los políticos locales ha crecido, en alianza con los grupos delincuenciales.
Las exigencias en las que participó, antes de ser asesinado, fueron: transparencia en el uso de los recursos públicos del municipio de Tlapa; acompañamiento a los comerciantes en las demandas por mejores tratos ante el despotismo, acaparamiento de espacios de venta y desalojos por parte de las autoridades locales; y exigir la entrega en tiempo y forma de fertilizantes a los campesinos.
Arnulfo Cerón era un xàbò xtángoo/Gente piel de mi casa. La palabra xtángoo tiene su origen en xta/piel, y go’ò/casa. Generalmente se traduce como ley, pero su implicación en el mundo mè’phàà va más allá de ese concepto: son las normas que hacen que una casa se oriente hacia una buena vida, y los principios éticos por los que se rige un pueblo en relación con los otros seres, son saberes que dejaron los que nos antecedieron y que están presentes en los rituales y discursos ceremoniales. Sobre todo, consiste en asumirse como alguien que siente y cuida la casa como si fuera la piel de un cuerpo.
Xàbò xtángoo/Gente piel de nuestra casa, es lo más cercano a lo que es un defensor de los Derechos Humanos. La casa nos guarda y protege de la intemperie, un defensor de los Derechos Humanos, es una piel que cuida el bienestar de la casa. Se escucha a la gente decir: na’ka xuajian’/vengo a tu pueblo, cuando llegan de visita y se entiende que una casa es un pueblo. La casa es el lugar donde aprendemos ser otros en nuestra diferencia, en ella convivimos con madre, padre, hermanos, hermanas y todos trabajamos para sostenerla, por eso, cuando se la abandona para formar una nueva familia se dice, nitha tsíñaa xtá ya’duu rudaa rá/¿dejaste ya la piel de tu madre? Arnulfo dejó en su casa cuatro huérfanos, una madre y una compañera de camino.
Preocuparse por el bienestar de la casa-pueblo es la labor que han hecho los defensores de los Derechos Humanos. Para que la casa tenga una buena vida es necesario mirar lo que le hace falta, exponer los problemas que la afectan. Es aquí donde el trabajo-ñajún-ser de cada quien, define sus responsabilidades con la comunidad. El trabajo de Arnulfo Cerón, lo hizo ser piel de nuestra casa de La Montaña.
La amenaza se define según los problemas de cada casa-pueblo y ser defensor de los Derechos Humanos es tener todo en contra. Los principales enemigos son caciques locales, que se han enquistado en el poder durante años y no están dispuestos a ser cuestionados sobre sus privilegios. Son los que acaparan, hacen negocios con los recursos públicos, muchos de ellos se amparan en partidos políticos, porque ven ahí la posibilidad de seguir acrecentando su poder.
En cada cabecera municipal se conoce un nombre o familia: así, Tlapa, Acatepec, Zapotitlán Tablas, Metlatónoc, Cochoapa, Xapatláhuac,Copanatoyac, Malinaltepec tienen sus caciques. Los que somos de la región, podemos deducir los nombres e historias de violencia que ejerce cada uno, aunque esta violencia está normalizada porque es cotidiana, de manera cínica estas personas se presentan como benefactores de los municipios que despojan.
Aquel que cuestiona el capitalismo y el mercado global como entes supranaturales, fuera de los poderes locales que oprimen, quizá no sea tan incómodo, pero si se cuestiona de manera fáctica el poder local de los caciques que tienen el control del marcado regional, a las constructoras en las comunidades, al control de los transportes públicos, al mal uso de los recursos del municipio, a la corrupción en el sistema de salud y educativo, así como la vinculación de partidos políticos con grupos delincuenciales, resultará ser más inconveniente. Arnulfo Cerón cuestionó todo esto.
Arnulfo, confrontó a los poderes locales, a las personas que ejercen una política de desfalco, por eso, su muerte fue planeada y fue por defender la práctica de lo justo, el magumánbaníí/emparejamiento, palabra empleada para referirir a la acción de emparejar la tierra de una zanja que puede ser peligrosa y provocar una caída. Arreglar un problema requiere de un emparejamiento de ambas partes, hacer cumplir los derechos es un acto de emparejar la vida en relación a los privilegios, una labor tan necesaria en una región como La Montaña, donde está muy marcada la desigualdad social y la violación de los Derechos Humanos es una constante.
Cada comunidad tendrá que liberarse de sus caciques, tendrá que cuestionar la funcionalidad de los partidos políticos sobre lo comunitario, preguntarse ¿quiénes son los que acaparan los recursos públicos? Todos tenemos que repensar las relaciones de poder en nuestra comunidad y las maneras en las que las hemos normalizado. Nuestra persistencia por una vida más justa está en nuestros territorios, en evidenciar, denunciar y cuestionar las prácticas de las personas que, por su ambición, quieren un pueblo maniatado y callado bajo tierra. Nuestra lucha de reivindicación y defensa de nuestros territorios, requiere de un emparejamiento de la desigualdad social comunitaria.
La Montaña es bella y fuerte, pero en ella hay muerte, ausencia y dolor. Forma espíritus como el de Arnulfo Cerón Soriano, que no se calló y que con su muerte nos recuerda que todos somos la piel de esa casa que llamamos pueblo.
Arnulfo, te guardaremos con agua en la cicatriz de nuestra memoria, aquí de a ratos se nos seca la palabra, pero persiste, nuestra Montaña espera a sus muertos y tú llegarás con ellos, como aquel árbol de profundas raíces, tu sombra abarca y nos abriga del sol, se detiene, y tú eres el tiempo amarillo en cada puerta y la flor que arde en cada altar.