Por Max González Reyes
Una de las características de nuestro sistema político mexicano por largas décadas ha sido la simulación. De muy poco han servido las leyes que impiden el engaño o la mentira. Desde el nombramiento de candidatos, pasando por la suplantación del nombre, hasta dejar que otro ocupe un lugar porque formalmente las leyes lo impiden, siendo quien de manera informal ocupe el cargo.
En los finales de la década de los veinte del siglo pasado hubo un periodo denominado Maximato, en el que el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, al estar impedido por la constitución para mantenerse en el Poder Ejecutivo, nombró a un sucesor pero siendo él quien realmente tomara las decisiones del país. Así ocurrió durante seis años. La historia nos demuestra que Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, quienes gobernaron de 1928 a 1934, fueron realmente puestos por el Jefe Máximo. Tampoco es una novedad decir que el mismo Presidente Cárdenas fue designado por Calles, simplemente que aquél se sacudió de la sombra callista, lo que provocó un sisma en el sistema político de la época, lo cual derivó en la expulsión de Calles en 1936. Con ello el presidente Cárdenas se convirtió en el presidente que dominó la escena política.
El Congreso de la Unión no ha estado exento de la simulación. Una de las conquistas de finales del siglo XX y principios del XXI fue lograr la igualdad política entre hombres y mujeres. Como se sabe, la participación femenina es relativamente nueva dentro del quehacer público. Precisamente uno de sus logros fue tener una paridad dentro de la Cámara de Diputados y del Senado de la República. Sin embargo, esta conquista no ha estado exenta de tropiezos y obstáculos.
Basta recordar un fenómeno que en los medios se denominó como Juanitas, término que aludió a Rafael Acosta Ángeles, conocido como Juanito, quien en 2009, cuando el Tribunal Electoral le impidió a Clara Brugada ser la candidata del PRD a la delegación Iztapalapa, se acordó que Juanito estaría en la boleta electoral, y una vez que éste ganara la elección pediría licencia para que Brugada asumiera el cargo, es decir, un simple puente para que finalmente Brugada fuera la delegada.
Algo parecido sucedió en la Cámara de Diputados en 2009. Durante la primera sesión de la LXI Legislatura se presentaron una serie de solicitudes de licencia para abandonar el cargo por parte de diez diputados que recién habían tomado protesta, para dejar el cargo a sus suplentes. El hecho cobró relevancia porque de esas diez solicitudes, ocho eran de mujeres y los suplentes eran del género masculino, y sólo dos diputados suplentes varones. En ningún caso se presentó explicación o justificación para solicitar las licencias, sino simplemente darle vuelta a la ley para cumplir la cuota de género y así asumir el cargo un hombre.
Por otro lado, es una práctica parlamentaria que algunos legisladores lleguen al cargo por un partido político, pero una vez que ocupan el escaño o la curul, se deslindan del partido que los postuló y ya sea que se declaren sin partido o independientes (figura jurídica que no existe), o en su caso se alíen a otra fuerza política. A estos se les ha conocido comúnmente como chapulines. Cabe señalar que en nuestra legislación no existe un mecanismo que impida que los legisladores se mantengan en el partido que los candidateó por lo que en cualquier momento pueden separarse de su fracción parlamentaria. Es meritorio mencionar que en la actual legislatura que concluye en agosto, la número LXIV, en la Cámara de Diputados hay cuatro legisladores considerados sin partido; y en el Senado de la República, Emilio Álvarez Icaza funge como independiente, aunque llegó a la senaduría postulado por el PRD. De igual forma, desde que inició la legislatura se han presentado un buen número de legisladores chapulines coptados principalmente por Morena.
De igual manera, se han presentado casos en las que el legislador titular solicita licencia y su suplente, luego de tomar protesta, informa a la Mesa Directiva su decisión de cambiar de fracción parlamentaria a la que tenía el titular.
La mayoría de los casos de la renuncia a la fracción parlamentaria se da porque el legislador no es elegido por el partido para algún cargo de elección como gobernador, presidente municipal o incluso por diferencias con la dirigencia del partido. También hay casos en los que en la búsqueda de alguna candidatura el partido no elige a cierto personaje y éste renuncia al partido y busca ser candidateado por otra fuerza política llevándose consigo a una buena parte de sus seguidores. Esto se debe a que muchos actores políticos han logrado tener un arraigo muy fuerte en sus zonas y tienen mucha presencia con cuadros bien establecidos que les permite cambiar de partido y aun así mantenerse en el reconocimiento de la gente.
Cabe señalar que en nuestro país los chapulines están a la orden del día. Un día los vemos en el PRI, otro en el PRD, después en el PAN, y la moda de hoy es estar con Morena. No es ninguna novedad decir que la mayoría de los integrantes de Morena tiempo atrás formaron parte del PRI, después militaron en el PRD y hoy en día están con el partido que creó el presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, también se han sumado ex panistas como Alfonso Durazo, hoy candidato al gobierno de Sonora, quien antes de integrarse a Morena formó parte del PAN; Manuel Bartlett, quien fue un distinguido militante del PRI y hoy es director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), entre muchos otros. También se han sumado a Morena militantes de otras fuerzas políticas como el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), partido oportunista que se va con el que le represente una cómoda sobrevivencia; del PT, y del recién creado Partido Encuentro Social (PES).
No es extraño que ante el actual proceso electoral muchos candidatos renuncien a su cargo para allanarse al partido mayoritario, es decir Morena, en el afán de mantenerse por tres años más en el templete político.