Hace algunas semanas la editorial tapatía independiente Libros invisibles publicó la antología de poemas de Pedro Goche: Temporal. Poesía escrita (1993-2021). Posiblemente sea uno de los libros de poesía más importante publicado este año en México. Agradecemos a la editorial que nos permita publicar la presentación de Enrique G. Gallegos que acompaña a la antología. Pedro Goche es poeta, narrador y pintor. Nació en 1967 y es originario de San Pedro Tlaquepaque. Goche cuenta con media docena de libros de poesía, entre los que destacan: Motivos para errar (1993), Figuraciones (1995), ¿Qué? poemas del axolote (1998), La mano verde de tu edad (2002), Segundo cuerpo (2010) y La almendra de la noche. Canciones desde un punto ciego (2013). Es un poeta renuente a mantener los registros protocolarios y “profesionales” en los que los poetas se suelen mover o buscar. Aunque es una de las voces más reconocidas de la poesía en Guadalajara, esa estética de la renuencia constituye la paradoja en la que se encuentra: poco conocido en el pasillo de los cánones oficiales del centro al tiempo que es una de la voces poéticas más reconocidas entre los grupos alternativos. (Nota de la redacción).
Por Enrique G. Gallegos
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Hay edades míticas y edades racionales. También míticoracionales. Los años noventa son una edad mítica en la ciudad de Guadalajara. Si bien esos años son herederos de algunas de las más importantes transformaciones tecnológicas, culturales y políticas abiertas en los años 80, es a partir de esa década que se experimentarán con mayor claridad al nivel de las terracerías del sentido común y las levadizas subjetivas. El internet y las tecnologías de comunicación y edición se expandirán rápidamente, hasta llegar a la actual intensificación por la pandemia y el rastro de muerte que va dejando. Fue también una época de transición en varios planos y niveles. Íbamos de oscuridad en oscuridad, pero siempre había una pequeña luz por la que podíamos fugarnos a no-lugares. Todo era posible. Editar revistas, fanzines, libros, hacer lecturas en la calle y los parques. Todo sin un varo y sin becas y profesando un rechazo a todo lo que fuera cultura “oficial”. Lanzarle piedras a los tiras y salir corriendo. En la prepa nos enseñaba a ser solidarios y tener compromiso social. Estábamos en los últimos días en los que la Universidad de Guadalajara se decía socialista. Leíamos a Marx en toscos manuales editados en la URSS, que justo en 1991 se haría trisas dejándonos pasmados y huérfanos. Todavía recuerdo a Gorbachov con su enorme lunar cruzándole el rostro como la hoz y el martillo. La Perestroika era un cigarrillo que fumábamos de mal agrado y que entendíamos peor. A partir de entonces el neoliberalismo y su culto al mercado y el emprendedurismo casi harían añicos lo que quedaba de derechos colectivos y solidaridad. Fue una época liberadora, pero también represiva. La tira te daba de macanazos y llegaba a levantar tus fanzines de la calle. Caminabas la ciudad de noche y los poetas comenzaron a subirse a los camiones a tirar versos y recolectar tristes monedas. Época mítica en la que la noche tenía 32 hrs y el día 4.
De ahí proviene Goche, de ese entrecruce entre lo mítico y lo racional, entre la desesperanza y la confianza en la palabra como posibilidad de un mundo mejor, entre la sensibilidad social y la vocación por vivir en los márgenes y transitar por los costados. Siempre al borde del abismo. Algunxs compas de esa generación desarraigada cargaron con esa desesperanza política y esa confianza en la palabra. San Lalo Blues, Ataúd Martinolli, Enoé Eréndira, Alejandro Zapa, El Juanarco, El Pato, Lalo Quimixto, El Seis, Salvador Sotero, Adrian Leal, por sólo mencionar algunos.
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Conocí a Goche cuando era tierra y agua. Sobre todo barro de San Pedro Tlaquepaque porque traía aparejado capas geológicas de sus ancestros alfareros. Luego nos hemos hecho viejos. Arrugados. Cansados y ojerosos. Pero creo que Goche se ha hecho cada vez más sabio, como sus antepasados. A los de su inteligencia poética, el paso de los años les sienta bien. Otra cosa son los cuerpos, cada vez más sufridos.
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A mí me une una oscura e incierta relación —cada vez más incierta por las distancias— con Pedro Goche desde hace muchos años cuando lo veía deambular por la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara. Oscura porque su plática me generaba ciertos esfuerzos de interpretación inusuales; incierta porque sus movimientos me parecían esquivos y furtivos. Y no es que me interesen las amistades transparentes (en las que no creo y cuando se dan, terminan por autoagotarse), sino porque sus desplazamientos conversacionales no solían ser lineales sino laberínticos, con registros de lecturas dispares y siempre resaltando el enigma, la paradoja o la escaramuza. Yo sacaba mi escopeta para ver por donde salía el conejo. Siempre fallaba.
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Ajeno a los lugares donde la literatura se considera un asunto serio y profesionalizante, la poesía de Goche se movía en ediciones marginales —hoy míticas— como Alimaña Drunk o en autoediciones de limitada circulación, (aunque Segundo cuerpo y La almendra de la noche ya fueron publicado en ediciones más asequibles). Temporal aparece como un merecido corte de caja a 28 años de su primer libro de versos publicado. A pesar de esa circulación a los costados y por terracerías, con el paso del tiempo he entendido que Goche se ha convertido en un autor de culto entre ciertos sectores, por demás minoritarios, de la poesía. La edad mítica se ha despegado de la racional. Alejado de dos extremos, de la fanfarronería de los poetas malditillos (con buen laburo, sopa caliente, esposa e hijos) y de los poetas pretenciosos —que abundan en Guadalajara—, Goche opera como una paradojal ausencia-presencia porque lo que mejor lo define es la finta a manera de figuración y desdoblamiento. No es casualidad que tres de sus libros lleven por títulos alusiones al movimiento y la fuga, Motivos para errar, Figuraciones y el mencionado Segundo cuerpo. No exagero si digo que en una ocasión, mientras estábamos en mi casa de San Johnny platicando del Dasein heideggeriano, su cuerpo seguía en otras partes de Guanatos realizando trabajos de pintura, albañilería y fontanería. Pero no me crean que la memoria ya me falla. Goche es un buen conversador, fino ironista y atento observador a los rasgos poéticos del mundo en el que vive.
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Temporal muestra y oculta. Muestra 28 años de trayectoria y oculta otros 28. Para los poetas, las cosas tienen lados dobles o triples. Y sus terceras dimensiones. Lo que muestra es parcialmente lo que se ha publicado. Se compone de 6 libros de poemas, una sección de un libro publicado a tres manos en 2013 (Territorialidades) y la selección de un material de su blog del 2009-2011: Funcional entropía: asomado de bruces al instante. Los libros de poemas incluidos en esta antología personal son: Motivos para errar (1993), Figuraciones (1995), ¿Qué? poemas del axolote (1998), La mano verde de tu edad (2002), Segundo cuerpo (2010) y La almendra de la noche. Canciones desde un punto ciego (2013).
¿Qué nos dice esos 28 años de escritura? Me parece que, como en todo poeta, los textos de Goche muestran un variopinto tejido de “motivos para errar”, pero algo permanece a pesar de las mudas de piel, los cambios de domicilio, el arcoíris y las lunas, el barro de San Pedro Tlaquepaque, incluida la tilde en la última vocal del apellido materno con el que firma (Goché/Goche). Pero quisiera en estas breves líneas hacer un tajo en su antología y destacar tres motivos: el resorte mítico y fabulante; la ironía poética; y la atenta mirada. Tres rasgos que se mezclan, retroalimentan y engranan.
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Los motivos míticos y fabulosos, como en los primeros tiempos de la humanidad, en los que habitaban insólitos animales, son persistentes en Motivos para errar. Véase los poemas “Logos”, “Motivos para errar”, “Caen” y “Siete animales”. En “Logos” asistimos a una suerte de partición del tiempo mítico, entre arriba y abajo, entre logos y poiesis, entre un Norte infernal y el Sur de las germinaciones de la tierra: “La enfermedad —dice el poeta— llegaba del Norte, lo/ anunciaban parvadas melancólicas y/ el silbido funerario de los abetos.”. Presentimos una caída, si no bíblica, cuando menos mítica. En el poema homónimo del libro, “Motivos para errar”, las señales y los símbolos remotos, inesperados y ambiguos, deben ser correctamente descifrados para emprender el viaje de iniciación, pero hay que estar alerta por los peligros. “Rotos, despojados, nosotros, los hombres perseguíamos un aroma,/ buscábamos nuestros ojos en mitad del día, rugíamos,/ lanzábamos feroces dentelladas”. En estos y otros poemas percibimos que la palabra larvaria se gesta y desborda en imágenes y asociaciones ancestrales, pero contemporáneas de todos los hombres y todas mujeres.
En otros poemas, esa gesta mítica muda a una poesía irónica en la que no pocas veces el mismo poeta es el personaje central. Este movimiento puede verse como un tránsito de influencias que va de Paz y Gorostiza a Pacheco, Huerta y Castillo. En el poemario La mano verde de tu edad el poeta debe desdoblarse en una otredad más severa, como en el siguiente dístico con el que inicia un poema: “He tenido que pedir permiso, muchas veces, para entrar/ en mi propia casa, donde vivo solo.” Todos hemos experimentado esa dilema o conflicto, que en términos freudianos es nuestro super-yo. Un super-yo severo, tirano y que juega con las identidades como marionetas. Porque si le pedimos permiso, nos lo concede, pero luego nos recrimina. Llama la atención que a partir de Figuraciones —un plaquette escrito en un tono más experiencial y directo—, esta ironía se recarga de cierto humor negro a través de la aparición de la ciudad, sus conflictos y una suerte de existencia proletarizada. Aparecen las prostitutas, los borrachos, el desempleo, las rentas caras, los policías, los albañiles y otras figuras desdichadas y decadentes de sociedades capitalistas como Guadalajara. De aquí que la ironía se trastoque en humor urbano: “…dos de las pruebas más/ contundentes de la irrecuperabilidad/ del paraíso son los policías y esta muela podrida”. No hay que olvidar que estamos en un contexto de crisis general, que tendrá una de sus crestas en la crisis económica de 1994 en la que muchas personas pasaron a la miseria, el hambre, la precarización e incluso el suicidio. El mito de la modernización del salinismo y su defensa por parte de revistas orgánicas al sistema como Vuelta y Nexos se vino abajo, pero, paradójicamente, salió fortalecido el neoliberalismo como fase necropolítica del capitalismo.
En otros poemas, la ironía se desplaza a seres cercanos, amigos y familia, como en el poema “Mundos perdidos”:
No recuerdo su nombre pero era compadre de mi abuelo Pedro y murió de un tiro en la nalga. Eran tiempos de burros y de mulas.
El tercer elemento que quiero destacar es la mirada. Mirar es tan natural y cotidiano que terminamos sólo por ver. Pero mirar no es ver. Mirar implica otros procesos y otros resguardos. La mirada tiene diferentes estratos y transformaciones. Está la mirada que puede rescatar el instante en el que sucede una chispa de belleza en el precario entorno natural de la ciudad. Mirada que aprehende la belleza del mundo, su luz, sus colores, sus nublados y pliegues, como en estos tres versos en los que se festeja la luz proteica: “El pasto/ y su manera de dar/ nombre a un color”, con los que inicia el poema “Narciso”. También está la mirada de la última poesía de Goche recargada por su labor como pintor: pequeñas acuarelas, colores que se movilizan, texturas y formas, como sucede de manera pronunciada en La almendra de la noche. Es claro que sus orígenes ancestrales indígenas y sus raíces tlaquepaquenses operan en su poesía: si la pintura lo traba al barro, los poemas expresan las líneas de la tradición alfarera.
Pero me interesa otra mirada: la cercana al temple ironista de Goche. Todo buen ironista, sin ser un “mirón”, debe saber mirar. El mirón personaliza para hacer del chisme y rumor su alimento; el ironista toma la anécdota para poetizarla, delinear sus singularidades y puntos de fuga. A su manera el ironista es un flâneur. La mirada irónica de Goche mira de reojo y profundiza en las contradicciones, los giros imprevistos, los rezagos, las tensiones que anidan en las cosas, las experiencias, los vivires y sinsabores. No creo que sea casualidad que uno de sus libros lleve por título Segundo cuerpo, donde lo segundo del cuerpo es el cuerpo que se mira mirado y se ironiza desdoblándose. Todos tenemos un segundo cuerpo, sólo que pocos lo miramos, es decir, tomamos distancia. Esta peculiaridad de Goche para el distanciamiento y el desdoblamiento es una característica singular no sólo de su poesía, sino también de la propia personalidad. Hay un cuadro de la artista plástica Verónica Sandoval que estuvo expuesto en 2005 en la librería El Aguaje (que se encontraba en La Mutualista) y que me parece capta bien estos rasgos. Es un cuadro en el que el poeta no está dentro ni fuera y parece que su mirada sale del marco y nos observa con cierta ironía. Y es que uno puede estar en algún lugar con Goche, pero cuando menos se lo espera ya no está o sólo estuvo en un segundo cuerpo, acaso diluido en manchas como las que pinta en sus lienzos o en el polvo dejado por sus mocasines.
Quizás este despliegue de ironía, que lo hacía salir de recuadro, circular por los costados y fugarse cuando las cosas se ponían serias, esté representado en el siguiente poema que lleva por título “Objetos perdidos”:
Miseria de 3 a 5 calamidades de 5 a 7 fortuna por la madrugada deleites nunca asombros menos a un dedo de distancia la salida de emergencia.
Yo diría que Pedro Goche siempre busca salidas de emergencia, aún donde no las hay. O justamente por ello.
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