“Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que necesita para realizar un acto teatral”, El Espacio Vacío, Peter Brook
Por Humberto Robles / @H_Robles
Ahora sí, el espacio ha quedado completamente vacío: ha muerto el británico Peter Brook (1925-2022), uno de los más grandes directores y teóricos de la escena contemporánea, un visionario que revolucionó al teatro con y desde una óptica sumamente ecléctica.
Peter Brook fue uno de los directores más innovadores e influyentes del teatro del siglo XX. Desde muy joven incursionó en la escena, utilizando frecuentemente las teorías del francés Antonin Artaud, del ruso Vsiévolod Meyerhold, del alemán Bertolt Brecht y del polaco Jerzy Grotowski, entre otros. Además, también incursionó en el cine y en la ópera, y fue uno de los escenógrafos más reconocidos del siglo pasado.
De 1947 a 1950 fue director de la Royal Opera House y en 1962 se incorporó a la recién fundada Royal Shakespeare Company (RSC). Posteriormente participó en un taller teatral del actor, mimo y director francés Jean-Louis Barrault, donde trabajó con actores de diversas culturas, lo cuál fue un punto de quiebre para Brook. Así, Barrault lo invitó a integrarse al Teatro de las Naciones, en París, a donde se fue a vivir en la década del 70. A partir de entonces, viajó por África, Asia y América para trabajar y conocer otras culturas, buscando la inclusión de todos los grupos étnicos en su teatro, algo que en pleno siglo XIX sigue siendo vanguardista y revolucionario.
“A mí me parece que el hecho de fundar un grupo internacional nos da la oportunidad de descubrir de un modo enteramente novedoso la fuerza de las diferencias entre la gente y lo saludable que dichas diferencias son”, expresó Brook.
En 1970 fundó en París el Centro Internacional para la Creación Teatral, a fin de indagar las bases del teatro en su historia y en el mundo. Con esta compañía presentó obras como “Ubú Rey” del dramaturgo francés Alfred Jarry, “Los Iks” y “La conferencia de los pájaros”. En 1983 montó una adaptación de la célebre ópera de George Bizet, “La tragedia de Carmen”, y en 2002 presentó una versión de “Hamlet”.
Obtuvo gran éxito con montajes de obras de Shakespeare como “Lear” “Romeo”, “Medida por medida”, “Timón de Atenas”, “Sueño de una noche de verano” o “La Tempestad”. Incursionó en el Teatro de la Crueldad, cuyo mayor exponente es la célebre “Marat/Sade” del dramaturgo y novelista Peter Weiss, obra que más tarde dirigiría en el cine.
También llevó a la escena piezas tomadas de las culturas africanas, y obras como “El jardín de los cerezos”, de Antón Chéjov, “El balcón” de Jean Genet, “Días felices” de Samuel Beckett y una de sus obras más personales y célebres como “El Mahabharata”. Esta última la realizó en colaboración con el francés Jean Claude Carrièrre, guionista reconocido por su trabajo al lado del cineasta español Luis Buñuel.
Debido a su larga y fructífera trayectoria, Brook recibió innumerables premios como el Tony, el Emmy Award, un Laurence Oliver Award, el Praemium Imperiale, el Prix Italia y el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2019.
Por si todo esto fuera poco, escribió el indispensable libro teórico “El espacio vacío”, el cual ha sido referente para miles de creadores teatrales, un texto que condensa sus ideas sobre la teoría dramatúrgica y la dirección de escena, apostando por la sencillez y la esencia: “El vacío en el teatro permite que la imaginación llene los espacios. Paradójicamente, cuantos menos elementos le damos, la imaginación va a estar más contenta, porque es un músculo que disfruta jugando juegos”.
Brook habló de lo sagrado en el teatro, pero no como algo presuntuoso o alejado del público -a diferencia de muchos teatreros que creen que lo sagrado es algo elitista y ridículamente pedante o rebuscado, rayando en lo incomprensible-, sino de forma en la que el espectador logre apreciarlo: “Podemos intentar captar lo invisible, pero no debemos perder el contacto con el sentido común: si nuestro lenguaje es demasiado especial perderemos parte de la fe del espectador” porque “El camino a la sencillez está lleno de complicaciones y de esfuerzo”.
Por otro lado, se refirió al teatro mortal que no es más que lo que él consideraba el mal teatro, como montajes que abundan siendo monótonos, obvios o aburridos, incluyendo al teatro llamado “comercial” o, desde mi punto de vista, esos montajes posdramáticos, sin el menor discurso, que finalmente resultan tan estériles como el entretenimiento vacío.
“En el teatro lo nuevo corre el riesgo de convertirse rápidamente en cliché. Ha pasado con el sexo, con los desnudos y podría ser el caso de las pantallas y las proyecciones”, manifestó Brook.
Asimismo, habló del teatro tosco, aquel teatro popular que está más próximo a las masas, como el teatro de carpa mexicano o el cabaret político y social, un teatro mucho más desenfadado, menos solemne, donde abunda la comedia, el humor, la improvisación, las canciones y bailes, y la interacción con el público, un teatro que se aleja de lo pretencioso y que puede ser “socialmente liberador”, antiautoritario y antipretencioso.
Y así como Brecht se refirió a la labor de un teatro útil, Brook también manifestó que “El teatro se vuelve útil cuando la gente se va con el sabor de que la vida tiene sentido”, por eso desconfiaba de aquellos hacedores teatrales que buscan la perfección, ya que él consideraba que había que buscar la esencia, “tenemos que ser modestos y respetar lo desconocido”.
Peter Brook nos deja con el espacio vacío, pero con una obra monumental llena de sabias y profundas enseñanzas que debemos seguir explorando en la escena.
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