El pasado martes se le entregó a Nadia López García el Premio de la Juventud 2018 por su actividad en el Fortalecimiento de Cultura Indígena a manos del aún presidente Enrique Peña Nieto. Una noticia que me gustaría retomar para señalar algunas cuestiones, desafortunadamente no he leído hasta ahora su obra poética y tampoco soy crítico literario, por eso las escribo a partir de una lectura desde el discurso político, que es mi ámbito profesional.
En un país como éste, los reconocimientos de esta magnitud son una ritualidad codificada en los términos del ejercicio del poder. Por lo que es necesario tratar de identificar los sentidos que puede ofrecer este tipo de mensajes. No es gratuito que se haya seleccionado a la imagen y las palabras de esta mujer ñuu savi, pues como dice el diario El Universal: Nadia López García lo recibió “junto con otros 17 jóvenes talentosos mexicanos” (16/octubre/2018).
Por tanto, no dudo en este texto de su capacidad creativa y estilística sino del uso de su imagen y de sus palabras. Nadia López, frente al Presidente y el resto de los invitados especiales a dicho evento, narró parte de su biografía personal y familiar atravesada por la violencia institucional que buscó aniquilar a la diferencia lingüística y que tuvo repercusiones en la experiencia intima del hogar. Al hablar de su madre dice “le pusieron ceniza en la boca para que olvidara su lengua. Mi madre, quien hoy vive con la mitad de su corazón. Soy Nadia una mujer de la mixteca alta de Oaxaca”. Y esa misma instancia de poder lingüicida es la que ahora la premia.
Así construye Nadia su propia identidad como mujer, indígena, migrante y joven. Identidades que son atravesadas de múltiples polémicas. Una de ellas es la de lo “indígena” saturada de estereotipos y de prejuicios, pero sobre todo que implica una construcción de identidad ajena, de orden colonial, pero que se coloca en la boca de las personas hasta para construir una estrategia reivindicativa, cuando Nadia señala: “Ser joven es resistir, y ser indígena es resistir doblemente”. Aunque hay que recordar que lo que resiste apoya.
Por eso cerró su discurso, pasando de una voz individual a una colectiva e interpelando al presidente Peña Nieto de la siguiente manera: “Soñemos juntos, en otras lenguas (intertexto directo a la película Sueño en otro idioma) por un México más justo, más libre y más incluyente (intertexto que ya no es tan directo de la frase zapatista «Nunca más un México sin nosotros»). Señor Presidente: Tenga la seguridad de que hoy usted ha sembrado, en esta generación la semilla (intertexto polémico de la consigna de «Quieren sepultarnos mas no saben que somos semillas», acuñada por los padres de los normalitas desaparecidos en el sexenio de Peña Nieto, por cierto) para que un México crezca con todos nuestros sueños. No nos vamos a rendir”. Por lo que uno puede preguntarse: ¿Rendirse quiénes? ¿Ante quién? ¿Rendirse frente a quién?
El Premio de la Juventud 2018 es una distinción que se otorga premiando rubros como: logro académico, expresiones artísticas y artes populares, compromiso social, el fortalecimiento a la cultura indígena, el ingenio emprendedor, a los derechos humanos, discapacidad e integración, aportación a la cultura política y a la democracia, protección al ambiente y ciencia y tecnología. A través de una medalla de oro acompañada de $150,000.00 y un diploma que expresa las razones por las que se otorga.