Imaginemos tres círculos. En uno está la Presidenta electa, Claudia Sheinbaum y su sombra; en otro, sus colaboradores y equipo técnico que la acompañará en la gestión gubernamental; en el último, la bancada legislativa de Morena y aliados. Son tres círculos con sus zonas de influencia, tensión y resonancia. Son más círculos (la derecha, los poderes económicos, medios dominantes, EU, etc.), pero sólo consideremos esos tres en su desdoblamiento político interno y externo.
Si uno observa aisladamente a Claudia Sheinbaum, es imposible no reconocer que tiene la formación, trayectoria y visión para hacer una probable buena gestión presidencial con una orientación de izquierda, ciertamente muy moderada. Además, cuenta con un buen equipo de colaboradores y técnico, como se corroboró con su gestión en la ciudad de México. Por ejemplo, proyectos complejos como el Cablebús en la ciudad de México, o la Universidad Rosario Castellanos, los ejecutaron con buenos resultados. Sólo por comparar, las Universidades Benito Juárez (creadas a empujones por AMLO) dejan mucho que desear en comparación a la Rosario Castellanos. Obviamente también existieron algunas fallas en su gestión capitalina, que dejo de lado porque me interesa destacar otra cosa.
Pero si ampliamos la mirada y ponemos en relación a Sheinbaum con la fauna variopinta de Morena y aliados en las cámaras de Senadores y Diputados, el panorama se complica. Ricardo Monreal, que apunta a ser el coordinador de los diputados; y Adán Augusto López Hernández, de la de Senadores, actúan como hienas y chacales de la política. No son propiamente hombres de principios ni de izquierda. Son hombres cuyo eje rector de comportamiento es el crudo poder (la incógnita es dónde quedará Ebrard, se especula que en una posición en el gabinete).
Si a eso le sumamos otros chacales, mercenarios y cínicos que integran las bancada de Morena (obviamente no todos son de esta estirpe, hay muchos con convicciones, de reconocida trayectoria y congruencia en la izquierda), las cosas son de pronóstico reservado. Es posible que los dos primeros años la bancada morenista y sus aliados, más o menos se le disciplinen a la Presidenta, pero después comenzará la lucha abierta y descarnada por espacios de poder y reconocimiento. Aisladamente o aliados con la derecha, podrían bloquear, torpedear y hacer naufragar las posibilidades de que el gobierno de Sheinbaum logre buenos resultados. Ese es el costo oculto que pagará la Presidenta por sacar adelante el Plan C de las reformas constitucionales de AMLO y que le implicó amarres e invitaciones a políticos de dudosa trayectoria e ideología. En términos arquitectónicos se le llama vicios ocultos y que sólo se manifiestan años después de la transacción realizada sobre la vivienda.
La pregunta es: ¿Qué mecanismos tendría la Presidenta electa Sheinbaum para controlar esa jauría de hambrientos de poder? Menciono tres.
En primer lugar, la legitimidad de 35 millones de votos. Pero este es un aura que puede o no ser eficaz y que sólo se sostiene con un buen gobierno y una estrategia eficaz de comunicación y agitación política. En segundo lugar, los espacios del gabinete para los diferentes actores políticos (y sus grupos) y la llave del presupuesto para alcaldías, gubernaturas y que implica obras y apoyos presupuestales de todo tipo (legales). Pero esto sigue siendo insuficiente para controlar a lobos, chacales y cínicos del poder. Ayuda, pero es insuficiente sobre todo para un gobierno con el perfil de izquierda del de Sheinbaum, pues sus vías de control no serían la corrupción, es soborno, el chantaje ilegal y la componenda (al menos hasta donde alcanzo a ver).
En tercer lugar, apoyarse en Morena (sería la vuelta de tuerca de la legitimidad popular pero más acotada). Esto significa que Sheinbaum debe controlar ese partido y mantenerlo oscilando entre partido y movimiento social. Si lo deja sólo como partido, se osificará y perderá su fuerza al dejar de estar en contacto con la calle, la plaza y el movimiento del ethos del pueblo. Morena tendría dos funciones en esta estrategia: sería la llave para que cualquier político pueda o no continuar con su carrera (si se indisciplina, sabría el costo a pagar) y podría apelar al movimiento cuando las cosas se pongan feas; es decir, sacar a las bases a las calles y plazas. La izquierda nunca deben olvidar que la calle y la plaza es su locus operandi.
A diferencia de AMLO —para quien ese poder sobre las bases populares era real y por lo tanto bastaba que fuera virtual— para Sheinbaum, su poder es más virtual y debe construirlo para que sea real y desafíe al adversario. Por ello, no tomar el control de Morena sería un error grave de la Presidenta. Otra pregunta que queda pendiente, en ese contexto, es saber qué hombres y mujeres fungirán como sus operadores políticos.
*Profesor en la UAM