La Puebla que se resiste a Morir, es una serie que documenta la memoria viva de los propietarios de negocios antiguos en el Centro Histórico de la Ciudad de Puebla, algunos de ellos de hasta más de cien años de antigüedad y que se encuentran en peligro de cerrar ante la competencia que genera la introducción de cadenas comerciales y productos de importación a bajo costo.
En Puebla existen negocios cuya fundación data de entre 50 y 100 años de existencia. Con giros de venta de alimentos, sombreros, semillas, bordados o ceras; o bien, de servicios como peluquerías o reparación de calzado; incluso talleres, como los de talavera u orfebrería. Usualmente son negocios familiares que han sobrevivido a la gentrificación del Centro Histórico, a las crisis económicas y a la inseguridad en algunas zonas del primer cuadro de la ciudad o de los barrios aledaños.
Con el paso del tiempo algunos de estos comercios van cerrando sus puertas perdiéndose con ellos parte de la historia de la ciudad. El registro de las historias orales y la gráfica de cada local permiten documentar la vida cotidiana, que en algún momento cambiará o desaparecerá produciendo entonces un documento histórico.
Al mismo tiempo se realiza un reconocimiento a las familias propietarias y trabajadores de estos comercios que de forma velada y en la cotidianidad mantienen la vida tradicional de Puebla. El saber que son tomados en cuenta genera un efecto emocional positivo en ellos y es, probablemente, el mejor aporte que se les puede dar.
Difundir la existencia, características y localización de estos negocios ayuda a atraerles mayor cantidad de clientes y favorecer la economía local y persistencia de estos negocios en la vida de la ciudad.
Todos tenemos algo que decir, alguna historia que contar y algo que mostrar al mundo. Estos negocios tienen experiencia, anécdotas, vida y se encuentran en la cotidianidad que no mira a ellos más allá de la rutina difusa de la vorágine urbana. Recuperar y documentar estas voces y miradas es dar una voz y un espacio, incluso una oportunidad más de supervivencia a los comercios que son parte de la historia viva en la Ciudad de Puebla.
Talavera Uriarte
El taller Talavera Uriarte data de 1824, cuando Don Ygnacio Uriarte compra la fábrica de loza blanca llamada la Guadalupana, que se encontraba en casa de Mesón de Sosa n. 13, actualmente 4 poniente n. 911, en el Centro Histórico de Puebla. Este lugar conserva la misma fachada de ese entonces. La casa era habitada antiguamente por la familia Uriarte y actualmente es en su totalidad la fábrica de Talavera Uriarte, realizan recorridos a través del taller, cuentan con dos salas de museo y una exhibición de productos a la venta. Este negocio fue reconocido durante la administración del Presidente Felipe Calderón como la octava empresa más antigua del País.
La talavera tiene su origen en China, fue llevada a España por los musulmanes en el siglo XII, era conocida como mayólicas, los principales centros de producción fueron Sevilla y Toledo; donde se le incorporaron influencias chinas e italianas. Posteriormente fue traída a México por monjes que deseaban utilizarla para la decoración de los conventos que se construían durante la colonia. Desde finales del Siglo XVI se incrementaron los talleres y en 1653 la corona española estableció las normas de elaboración y regulo su producción. Desde esa época Puebla destacó como el centro talavero más importante de América. En 1997 se le otorgó la denominación de origen y con ello nuevamente se establecieron reglas para su fabricación y mantener la calidad del producto.
La producción de la talavera sigue siendo el mismo desde la época de la colonia, se mantiene de forma artesanal desde su inicio hasta el final, solamente se incorporado un horno de gas que no quema las piezas ni las deja crudas, como ocurría con el de leña. De igual forma, el molido de las piedras minerales ya no se realiza por una polea movida por caballos, sino por un motor eléctrico.
El proceso inicia con la elaboración de las pinturas. Piedras minerales son molidas en una traja de cemento por otra piedra que gira. En el proceso de torno, los artesanos toman bolas de barro y con sus manos dan forma a la pieza deseada, se deja secar dos o tres días dependiendo del clima y posteriormente se coloca en el horno en donde pasará aproximadamente ocho horas a una temperatura de 850 grados Celsius, a este paso se conoce como Jahuete.
Posteriormente, y después de comprobar que no tiene fisuras o burbujas, pasa al proceso de vidriado en donde se le coloca una mezcla color amarillo, que al secar se verá blanca. Se pule y se firma la marca, el lote y otros detalles de identificación de la pieza, esta etapa es la que le da el color arenoso y el brillo al final del proceso, y es la principal diferencia con la cerámica.
Continúa el estarcido, que es cuando, con carbón molido se marcan las líneas sobre las cuales se aplicarán los colores, para las líneas de producción establecidas por el taller. En el caso de las obras artísticas o libres se pinta directamente sin usar moldes. Posteriormente se pasa a la pintura, donde, manos hábiles aplicarán los colores tradicionales de la talavera, azul cobalto, verde, negro, naranja, amarillo y azul fino. Como paso final las piezas son introducidas en el horno de gas, en donde pasarán doce horas a 1050 grados Celsius, durante este proceso los colores y el brillo alcanzarán su mayor esplendor.
La Puebla que se resiste a morir se realiza con los recursos del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Puebla 2017-18.
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