Los abuelos comparten con los niños y niñas el recuerdo de sus antepasados. En oraciones, enunciadas en su lengua originaria, transmiten conocimientos, experiencias de vida. A cambio, las nuevas generaciones demuestran que lo aprendido está presente por cada paso que dan. Es una petición, es el comienzo de la renovación de la tierra, es una danza que fusiona, en un sólo camino, el pasado y el presente.
Es temporada de lluvias en la montaña de Guerrero, es tiempo de ir a sembrar en los terrenos frijol, calabaza, maíz y si los recursos lo permiten aguacate.
Este período no irrumpe la rutina de un pueblo que desde temprano comienza su vida: las mujeres a la molienda y los hombres en el monte, juntando leña para el fuego que calentará las tortillas al calor de las brasas.
En el recuerdo de los habitantes está presente que, hace una semana, hicieron su respectiva petición a su protector, a Xipe Tótek[1]. En tanto, aún les queda trabajar las cosechas para recibir los beneficios de la madre tierra.
En Chiepetlan, Xipetlan cuyo nombre en náhuatl significa en el lugar de Xipe, desde 1990 cuando se instauró el comité para organizar los festejos para celebrar los 500 años de la fundación del pueblo, encabezados por el padre Antolín Casarrubías; cada año, en el mes de marzo[2], se cuenta a propios y paisanos una parte de su memoria.
En esta ocasión, el recibimiento de la primavera y el inicio del temporal de lluvias para las cosechas futuras.
Alrededor de las diez de la mañana, las representaciones de Xipe Tótek, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Quetzalcóatl y Tlalteuctli, pintadas en amate, salen de la comisaría.
Adornados con coronas de flores, maíz y chile, los estandartes se dirigen a la iglesia del pueblo.
Los abuelos en los brazos llevan bolsas de mandado cargadas de flores, agua, y maíz. Elementos que serán ofrendados.
Le siguen los niños y niñas, quienes felices cargan ramos de buganvillas rojas y blancas.
En la iglesia se escucha el sonido que produce el caracol blanco, el cual resuena a lo largo de los cuatro puntos cardinales en señal de que el pueblo está ahí, presente.
La procesión sigue la ruta hacia el cerro de la cruz, o más conocido como el antiguo campo de aviación. Aquel lugar donde recibió por primera vez al antropólogo Joaquín Galarza en la década de los setenta.
Es un constante andar, que en el trayecto instaura un diálogo que materializa los mensajes con el humo del copal. Es una conversación entre los dioses y el tlatoani del pueblo.
Una vez reunidos en el lugar indicado, el ciclo, delineado por las flores de buganvilla, inicia.
Xipe Tótek al este, Tezcatlipoca al norte, Huitzilopochtli al sur, Quetzalcóatl al oeste y Tlalteuctli al centro de la tierra, presencian los cantos y rezos para pedir por una vida más próspera, a partir de las cosechas.
La danza comienza. Salud y un buen comportamiento, son el complemento que las abuelas hacen hincapié a los más pequeños antes de que inicie su interpretación.
Es una danza que muestra cómo se entiende y expresa los diferentes procesos históricos que conforman el oriente de Guerrero.
Una danza que inicia con la concepción de la madre tierra: la construcción de vida, origen y uso.
Donde se conciben aspectos que hablan de un protector: Xipe Tótek, nuestro señor desollado. Deidad representada por un joven de la región, a quien lo acompaña dos niños vestidos de tecuan (jaguar) y cuauhtli (águila)
El Tezcatlipoca Rojo o Tlatlauhqui Tezcatlipoca, cuya presencia se relaciona con la transferencia de poder o la transferencia del maíz tolteca en función de los mexicas.
El quinto sol que inició un período de expansión, el cual se explica, particularmente, en los lienzos que resguarda el pueblo en su museo comunitario. Aquellos, que Joaquín Galarza describió como los documentos que narran la organización política, militar y religiosa que vivió el pueblo de Xipetlan en el año ome tochtli (1490).
Después de varias horas, bajo un incesante sol que de vez en cuando da tregua, cuando las nubes se atraviesan, la ceremonia culmina.
El rito hace alusión a lo que varios autores[3] consideran como la fertilización de la tierra, con la sangre de las víctimas obtenidas en actividades bélicas, en víspera de tlacaxipehualiztli[4]. Sin embargo, en lugar de sangre, es el sudor de los pequeños, quienes agotados se refugian en la sombra de los árboles.
Sus caras de cansancio y felicidad revelan que en Xipetlan, la memoria de sus antepasados está presente. Por cada paso, dieron continuidad a la identidad de un pueblo. Una comunidad que resignifica su pasado y la define en el presente mediante sus habitantes, quienes ofrendan y piden a la madre tierra seguir en su lugar de origen.
[1] De acuerdo con nahuas de la montaña de Guerrero, la c cambia por k: Xipe Tótec- Xipe Tótek
[2] En los días 16-17 o 23-24, dependiendo del calendario.
[3] Destacando Carlos Javier González, González, en su obra Xipe Tótec
[4] Fiesta ritual, caracterizada por el desollamiento.
Tradiciones que son la esencia de la identidad del pueblo.
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