Texto y Fotografía: Karen Castillo / @karencitatacha
Dentro del movimiento feminista la palabra acuerpar es común. Decimos que entre nosotras nos acuerpamos, que acuerpamos a las hermanas, a las víctimas y a las familias.
Para nosotras, acuerpar significa, literalmente, poner el cuerpo/la cuerpa y todo lo que esto conlleva. Es estar presente físicamente, emocionalmente, trasladarse, quedarse, involucrarse. Significa gastar en los pasajes, comer juntas o no comer, aguantar bajo el sol o la lluvia, y sufrir el acoso policíal. Significa gritar, cantar, llorar, reír- es sentir con las víctimas o sus familias.
Acuerpar es la parte del feminismo que muchos no ven, es ahí en donde nace la rabia que lleva a mujeres de todas las edades a cubrirse el rostro, a salir, marchar y querer quemarlo todo. Es de donde nace también el amor y cariño entre mujeres que acuerpan, que se sienten juntas, y conocen las historias de dolor y rabia.
En México, tan solo en 2020, se registraron 969 víctimas de feminicidio. 929 madres a las que les arrebatan a sus hijas en un país feminicida. 929 familias que son ignoradas cuando acuden a las fiscalías a denunciar la desaparición de sus hijas, 929 familias que empiezan a buscar con sus propios medios- recorriendo calles, denunciando en redes, pegando panfletos.
Son 929 familias que no son notificadas cuando encuentran los cuerpos de sus hijas, enterándose en el periódico de la nota roja. Son 929 familias que se enfrente a la revictimización institucional y social- que seguro su hija se lo buscó, que porqué salió de noche, que la culpa la tienen los padres por no poner reglas.
Son 929 madres que, tras enfrentar el inimaginable dolor de perder a una hija, se enfrentan al duro camino de buscar justicia. Son 929 familias que tiene que emprender sus propias investigaciones mientras la carpeta de investigación se apila en una oficina de la fiscalía.
Son ellas quienes a base de protesta, gritos, marchas, obligan a las autoridades a hacer lo que debería ser su trabajo: obtener el historial de llamadas, entrar a las redes sociales de la víctima, seguir todas las líneas de investigación, hacer exámenes de ADN. ¿Cómo encontrar justicia en el país del 99% de impunidad?
La búsqueda de justicia se aplaza, no por días y meses, son años de dolor y frustración frente a la inacción del Estado. Por eso acuerpar es tan importante, es quedarse a lado las familias cuando las solicitudes de entrevistas de los medios ya no llegan. Cuando las marchas de miles se convierten en mítines de 10 o 20. Es mantener la memoria viva de hermana a la que se le arrebató la vida, es no dejar que se vuelvan una cifra. Es gritar bien alto que no son un número; eran amigas, esposas, madres, hijas, mujeres con sueños, con sentimientos, con días buenos y malos.
Ese es el caso de Diana Velázquez, asesinada a los 24 años el 2 de julio de 2017 en el municipio de Chimalhuacán, en el Estado de México, su familia ha buscado justicia por casi 4 años.
Cuando Diana desapareció ese 2 de julio las autoridades se negaron a emitir la ficha de búsqueda y fue hasta que su hermana dio por casualidad con su cadáver que la búsqueda terminó. Las autoridades habían reportado el cadáver como el de un hombre apilándolo en la morgue sin siquiera preocuparse por identificarlo y/o hacer las investigaciones pertinentes.
Dede entonces, Lidia Florencio, madre de Diana, no ha parado de asistir a protestas para exigir a que se castigue a quienes asesinaron a su hija. En una entrevista con El País, Lidia expreso su frustración: “Ya estamos hartas de que siempre sea lo mismo, de que digan que sí van a hacer las cosas y que al final solo se quede en promesas”.
En 2020 la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM) consiguió la vinculación a proceso de Jesús Alejandro “N”, tras acreditar su probable participación en el feminicidio de Diana.
Este lunes 21 de Junio, tras una incasable lucha, arrancó el juicio oral por el feminicidio de Diana Velázquez en los Juzgados de Control Neza-Bordo. Ahí estuvieron mujeres de distintas colectivas, acuerpando a la familia; ofrendas, velas, pancartas, pintas con el rostro de Diana, el megáfono gritando consignas feministas, música, las cruces rosas con el nombre de otras víctimas.
Terminado el juicio, salió la madre de Diana, en silla de ruedas, pie enyesado y con el megáfono en mano. Dirigió unas palabras a las presentes:
“Se llamaba Diana Velázquez Florencio…no era un sujeto de identidad desconocido, no era masculina, era una mujer con muchos sueños que le fueron arrebatados, pero aquí estamos nosotras para seguir trayéndola a la memoria y no dejar de luchas por ella y por todas nuestras mujeres que son asesinadas en todo el país.”
A 4 años del feminicidio, no son muchas las colectivas que siguen el caso de Diana. No es culpa del movimiento, las víctimas de feminicidio se multiplican cada día, 929 familias que acuerpar al año. No hay suficientes colectivas para esta tarea y el cargo emocional, físico y económico es enorme para mujeres y adolescentes que enfrentan también violencias en su vida diaria.
Así es vivir en un país feminicida, así es vivir con un gobierno que se preocupa más por desacreditar desde el pulpito de la mañanera al movimiento feminista y a todo grupo que levante la voz de crítica a la supuesta transformación.
Aún así, las colectivas feministas continúan surgiendo a lo largo del país; las jóvenes mexicanas cargan en sus hombros y en los corazones las tareas que le corresponden al Estado. Entre ellas se organizan, acuerpan, acompañan e intentan con sus propios medios sobrevivir a la violencia machista del día a día.
La memoria de Diana sigue viva, seguimos exigiendo justicia y verdad. Su nombre era Diana Velázquez Florencio, y como su madre a dicho, “Le encantaba leer, nos gustaba mucho ir a los tianguis en bicicleta y se compraba muchos libros. En la casa aún hay muchos libros que son de mi hija.”
Diana vive en nuestra memoria y corazones.