Enrique G. Gallegos*
Durante muchos años se ha criticado la democracia que surgió al amparo de las revoluciones burguesas del siglo XVII y XVIII (con algunos matices, actualmente vigentes), por su carácter liberal, elitista y representativo. La crisis de la política tiene que ver, entre otras cosas, con ese modelo. Frente a eso, la opción más reflexiva son las formas radicales de democracia, asociadas a la democracia directa: plebiscito, referéndum, revocatoria de mandato e iniciativa ciudadana, etc. (aunque la única democracia, verdaderamente radical, es el comunismo, porque va a la raíz). Históricamente quienes se han opuesto a esas formas de democracia directa han sido los defensores del estatus quo, la derecha política y las clases hegemónicas. Y eso se muestra en la descalificación del ejercicio de revocación de mañana por parte de un amplio espectro de la elite económica, política y en medios de comunicación dominantes o tradicionales.
Yo sí votaré favor de la ratificación de AMLO, pero tampoco tengo dudas del perfil contradictorio del presidente. Liberal en política (que no es exactamente lo mismo que ser neoliberal), conservador en cuestiones de familia y género, pero profundamente comprometido con la justicia social de los más pobres y necesitados de este país.
Por eso encontramos medidas contradictorias: por un lado, apoyó la lucha de los pueblos de Temacapulin, Acasico y Palmarejo (contra el megaproyecto de la presa Zapotillo) o declaró como área natural protegida la Sierra de San Miguelito en San Luis Potosí, a pesar de la presión de los voraces grupos inmobiliarios; pero, por el otro, sostiene proyectos de muerte como el Tren Maya. Por un lado, ha tenido la entereza de incrementar, contra las clases empresarias y su “diagnóstico” de que se vendría una “crisis económica”, los salarios mínimos en un 60% en los últimos tres años y, por el otro, sostiene un personaje como Sanjuana Martínez que ha mantenido artificialmente y con actitudes gansteriles la huelga en NOTIMEX, en detrimento de las trabajadoras, que son mayoría. La lista de estas medidas contradictorias es larga. Y, por supuesto, estas contradicciones no sólo atañen a la personalidad del presidente sino que se inscriben en la propia contradicción de nuestras sociedades, cuyas formas fetichizadas del capital ocultan y operan. Y también tiene que ver con el difícil ejercicio de lidiar con la “realidad política” que ha endurecido sus formas y no de la mejor manera. Por eso Lenin, el más grande político del siglo XX, decía que los líderes políticos tenían que cargar con la tarea, no siempre grata, de “hacer” aunque sea un poco y no tener que dar un paso adelante y dos para atrás.
En esto hay también otro punto de vista que antagoniza con la revocación del mandato, además del de las elites hegemónicas: es el de los posibles afectados por esas políticas públicas, y que también antagonizan con las clases hegemónicas. Ciertamente para los que están directamente implicados (porque son afectados como clases subalternas) en esas medidas contradictorias, es perfectamente legítimo que sostengan un punto de vista antagónico a las medidas del presidente. Porque hablan por sus cuerpos, sus comunidades y sus enraizamientos en la tierra. A diferencia de las elites hegemónicas, cuyos resortes son la acumulación del capital y los intereses políticos que los acompañan, estos grupos y sectores discriminados y avasallados hablan por la vida, por la tierra y su identidad. Pero junto con estos grupos, en los carriles colaterales están otros grupos que unilateralizan sus críticas, parcializan y absolutizan sus argumentos. El ecologista que pierde de vista otras medidas que se han implementado, el académico con buen laburo que descalifica las becas para estudiantes, o el columnista que afirma que los apoyos a los adultos mayores es populismo, etc. Pueden ser críticas genuinas, pero en la medida en que se absolutizan y no se ponderan en contextos, se inscriben en la disputa que actualmente existe en el país. Por supuesto, también pueden ser críticas que se asientan perfectamente en la derecha. Hay ecologistas, académicos y feministas, que defendiendo localmente causas justas, son perfectamente compactibles con la derecha o el centro político.
Pero también hay otro elemento en que se inscriben esas políticas y que tiene que ver con el presidente: la recuperación de una geografía política de izquierda y derecha, que se creía demodé y que la derecha, liberales y neoliberales han negado (“¿yo, de derecha?”, dice un conocido profesor SNI III, “si solo soy un científico social”) [aunque el presidente habla de conservadores y liberales, lo cual tiene relación, pero no es lo mismo]. Esta geografía es importante para situar adecuadamente al neoliberalismo en ese marco de la derecha o del centro-derecha y sus responsabilidades con la deriva de nuestras sociedades. Porque si hay algo que después de más de 40 años de neoliberalismo podemos estar ciertos es que esas políticas neoliberales nos han estado llevando a la catástrofe (la crisis climática que descansa en la infraestructura de la acumulación del capital es su más aberrante signo). Pero, por otro lado, tampoco creo que la 4T ni los gobiernos progresistas latinoamericanos lleven a un postneoliberalismo, como algunos ingenuos creen. Sencillamente porque neoliberalismo es capitalismo, pero en su fase de mayor violencia en los modos de acumulación del capital (el cambio climático, las migraciones, la precarización del trabajo, las violencias cotidianas y estructurales son sus síntomas).
Y votaré que sí a la continuidad del presidente, pero no por un asunto de poner en la balanza “lo bueno y lo malo”, sino porque creo en los apalancamientos estratégicos (por mínimos que sean y a pasar de las intenciones políticas) y en el trabajo de topo que se puede hacer a pesar de las contradicciones mencionadas.
*Profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana-C