Ciudad de México, 22 de agosto 2016.- Con motivo de los discursos homofóbicos que han pronunciado distintos jerarcas de la iglesia católica en México a partir de la iniciativa de modificación del artículo 4º constitucional promovido por el presidente de la República, de acuerdo con el cual se permitiría el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Universidad Iberoamericana está realizando diversas actividades en las que se busca reflexionar y dar una posición sobre dichos discursos. En ese marco, se llevó a cabo la conferencia Cristianismo y homosexualidad, un debate abierto, a cargo del Dr. Carlos Domínguez Morano, doctor en Teología por la Universidad de Granada, y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Madrid.
El Dr. Domínguez –quien ha sido también profesor invitado en el ITESO– apuntó que el discurso eclesiástico que circula hoy, además de risible, se caracteriza por ser sumamente biologicista, es decir, que está al margen de los estudios que las disciplinas humanas han llevado a cabo en materia de sexualidad, como los aportes que ha hecho la teoría psicoanalítica. En esta corriente, apunta Domínguez, desde Freud en la obra Más allá del principio del placer, se introdujeron los conceptos de pulsión de vida y pulsión de muerte, para pensar la sexualidad desde algo más complejo que la idea de instinto, ya que la pulsión en el sujeto tiene una orientación autobiográfica y, de acuerdo a su relación con el mundo.
Lo que ha sido el nudo del problema, señaló Domínguez, es la negativa rotunda del discurso eclesiástico a separar sexualidad y procreación, “y entonces, el asunto está, en que la sexualidad, nunca, y bajo ningún concepto, pueda separarse de la procreación, por eso queda también moralmente desordenada, la fecundación artificial y, por más que el Sida prolifere en África, el preservativo queda prohibido, eso es un tema grave”.
Otro tema problemático para el discurso eclesiástico -de acuerdo con Domínguez- es el tema del placer, respecto al cual hay una concepción tan restringida “que pareciera que cada cuota de placer adquirido por un sujeto es una cuota de poder que le quitamos a Dios; el problema está, que ante este temor y angustia que la sexualidad por sí misma suscita, que se ampare en lo religioso, y que tenga lugar una manipulación de Dios para defendernos de lo que nos da miedo, ahí hay una cuestión más de fondo en el problema entre sexualidad, cristianismo e institución”.
En cuanto a la homosexualidad -explicó Domínguez-, “la determinación de la orientación sexual no es algo definido, en cada sujeto hay una bisexualidad de origen, que cada quien maneja como puede y como las circunstancias le permiten, y como tantos estudios han mostrado, los homosexuales que se veían en la clínica con el psicólogo o el psiquiatra, pues eran personas que vivían en conflicto, y desde ahí la asociación que se hizo entre homosexualidad e histeria, paranoia, depresión y manía, y claro, a nadie se le ocurrió asociar a los heterosexuales obsesivos, histéricos y esquizofrénicos que iban al psiquiatra, pero sí se hizo con la homosexualidad. Si hay problemas con la homosexualidad, no es en razón de la orientación, sino de los modos conflictivos como esa orientación ha tenido que ser asumida. Si a un sujeto heterosexual se le somete a las condiciones como un homosexual se ve para la aceptación de su orientación y su identidad, se encontraría un nivel de conflictividad también”.
Domínguez hizo énfasis en que el problema del discurso eclesiástico, antes que con la homosexualidad, es primero con el tema de la sexualidad y la vinculación indisoluble con la procreación.