El jueves 19 de enero se realizó en Lima la Gran Marcha Nacional contra el régimen autoritario y militar de Dina Boluarte. Desde tempranas horas de la tarde comenzó una brutal represión policial que duró hasta más de la medianoche. Gases lacrimógenos y perdigones se dispararon indiscriminadamente contra niños, adolescentes y adultos. La Defensoría reportó 25 heridos.
Por Jair Sarmiento / Wayka.pe
“¡Dina qara uya! / Dina sinvergüenza”, grita una mujer campesina de Canchis (Cusco).
Es uno de los primeros gritos de lucha, mientras un gran cordón policial cuida el acceso al Congreso por la avenida Abancay. Detrás de ellos hay dos tanques, ambos de color blanco —un color usado por el Gobierno para vestir de sangre el discurso de paz que ha cobrado la vida de más de 50 peruanos—.
Los manifestantes cantan y bailan frente a los uniformados. Las regiones corean canciones combativas. Una de las más populares es de la banda «Real Majestad” de Juliaca. Su letra dice así: “Esta democracia, ya no es democracia, Dina asesina, el pueblo te repudia, ¿cuántas muertes quieres para tu renuncia?, ¿cuántas muertes quieres para tu renuncia?”.
Los policías portan escudos y armas. Están intimidados. Uno de los policías le hace señas a sus compañeros para que se bajen los visores de sus cascos. Es el inicio de la represión cuando el sol aún apremia en el centro de Lima. Bombas lacrimógenas salen disparadas desde las tanquetas y escopetas, vuelan sobre los sombreros de las ciudadanas y ciudadanos de las regiones que tuvieron que dejar sus tierras en Cusco, Puno, Ayacucho, Apurímac y otros para ser escuchados en Lima, en la Gran Marcha Nacional, la Marcha de los Cuatro Suyos o también conocida como La Toma de Lima.
La Policía envió más de 11 mil efectivos para atacar y reprimir a las protestas en Plaza San Martín, Plaza 2 de Mayo, Palacio de Justicia, y otras calles del Centro de Lima. No había una ruta específica de la marcha, no había una organización simultánea, pero la consigna de lucha era común y clara: la renuncia de Dina Boluarte, cierre del Congreso y una Asamblea Constituyente.
“TENGO QUE LUCHAR POR MI FUTURO”
Sonia, ciudadana del distrito de Pizacoma, (Chucuito-Puno), cuenta que llegó a Lima junto a 200 de sus paisanos.
“Yo vengo a luchar por mis hijos, por su futuro, mi hijo ha venido conmigo, es menor de edad, recién ha terminado el colegio, pero me dice: tengo que luchar por mi futuro. Yo vengo voluntariamente. No somos vándalos ni rateros como dice esa señora Dina, que es un ser humano sin sentimientos”, dijo antes de que los policías comenzaran a gasear.
El Parque Universitario fue uno de los lugares que colapsó por el gas lacrimógeno. El humo tóxico secaba tremendamente la garganta, se podía sentir el ahogo y las lágrimas eran inevitables. Las bombas lacrimógenas llovían desde diferentes direcciones y eran disparadas contra los cuerpos de los manifestantes.
Un herido al que le cayó una bomba en el tobillo fue auxiliado por las brigadas médicas. Mientras era cargado y socorrido, las lacrimógenas seguían lloviendo sobre el grito de lucha de los manifestantes.
Otro ciudadano se agarraba el pómulo herido por un perdigón. No sabía a dónde ir, se encontraba desorientado por la humareda. Fue auxiliado por Ghiomara, una reportera de Wayka que lo guió para ser atendido por médicos voluntarios de la Cruz Roja.
SE AHOGABA CON EL GAS PERO GRITABA: ¡ME DUELE MI PAÍS!
A unos metros más allá, un ciudadano sufría las consecuencias de aspirar el gas tóxico, se cayó en la pista y no podía levantarse, se estaba ahogando, pero más que su vida misma, su grito revelaba su sentir: “¡Me duele mi país”, lloraba. Flor, una fotoperiodista independiente le brindó ayuda a pesar de que el hombre era más pesado y grande. Lo llevó en hombros.
Los disparos no cesaban, algunas personas resistían, pero otras comenzaban a desesperar. Los policías comenzaron a gritar y a avanzar mientras soltaban gases y perdigones. La gente comenzó a correr en estampidas para huir por los jirones Azángaro y Apurímac, pero los esperaban más cordones policiales que disparaban más gases.
Estaban acorralados. Un indigente fue alcanzado por una bomba y se asfixiaba. Un par de muchachos lo cargaron y lo llevaron corriendo hacia Plaza San Martín. Otras personas se caían y trataban de buscar una salida y… oxígeno.
Mangel, agricultor de cacao y café del Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), agrupa a sus compañeros y verifica que en su delegación no hay heridos. Estaban en primera línea, pero tuvieron que retroceder para poder recuperarse.
“Hay policías en los edificios”, grita Mangel. Y efectivamente, hay uniformados en el techo del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), que luego tratan de ocultarse.
Otros representantes de Puno señalan que en sus delegaciones sí hay heridos por perdigones y lacrimógenas. Van haciendo un balance de lo que les sucede, se cuidan unos a otros.
El sol se ha ido y la noche es más insegura en el centro de Lima. Las calles oscuras, las casonas viejas, la Policía avanza por el Jirón Lampa y empieza a disparar contra los manifestantes. Los cordones policiales se alinean en el jirón Carabaya, una calle estrecha de un solo sentido de vía para autos.
A esa altura, los policías disparaban gases lacrimógenos al aire. En aquel momento ocurrió el incendio en una casona que se encontraba entre los jirones Lino Cornejo y Carabaya. Según el propietario, vecinos y testigos fue una bomba lacrimógena lo que originó el fuego y no los manifestantes. La mayoría de casonas antiguas del Centro son de material altamente inflamable, como quincha, madera y adobe. Varias personas que participaban de las manifestaciones ayudaban a los bomberos a cargar la manguera de agua.
El Palacio de Justicia fue uno de los últimos lugares en ser bombardeado por gases lacrimógenos. La mayoría de personas protestaban tranquilamente, había menores de edad, pero la PNP disparó de todas formas. En Jirón Lampa dispararon perdigones de goma y acero. La represión siguió por las avenidas Bolivia, Garcilaso de la Vega y Uruguay.
Por la avenida Alfonso Ugarte, un grupo de policías motorizados intimidaba a los manifestantes. Alzaban la primera llanta de sus motos para empujarlos.
Luego de la brutal represión policial en el centro de Lima, varias camionetas con agentes del “orden” se dirigían a Miraflores para continuar lanzando gases, golpear indiscriminadamente a la gente con sus varas y escudos, y hacer detenciones sin mayor argumento. En la tolva de una de esas camionetas iban personas vestidas de civil, es decir, ternas.
Una de estas detenciones se produjo contra Rafael Jefferson Smith Huamán Ccahuana, estudiante sanmarquino quien fue golpeado y detenido mientras bajaba de un bus.
El viernes 20 de enero la represión continuó por las calles del Centro de Lima. El discurso de la presidenta Dina Boluarte en la noche del jueves 19 de enero solo incentivó la represión.
Esto sucede en la capital del Perú, pero en regiones hay una masacre aún mayor que está siendo contada por ciudadanos y ciudadanas que graban la represión desde las calles, techos y ventanas, Fuera de Lima, la sangre corre como un río. Las protestas cumplen más de un mes en este país.
Quien escribe esta crónica casi fue alcanzado por una bomba lacrimógena de una de las tanquetas que estaban en el cruce de las avenidas Nicolás de Piérola y Abancay. Pasó a unos centímetros de mi brazo derecho.