“… en la época moderna el protagonista del nuevo Príncipe no podría ser un héroe personal, sino un partido político, el determinado partido que en cada momento dado y en las diversas relaciones internas de las diferentes naciones intenta crear (y este fin está racional e históricamente fundado) un nuevo tipo de Estado”.
Antonio Gramsci.
De haber triunfado el frude electoral en las pasadas elecciones federales, debería registrarse en nuestra historia un gran levantamiento popular en defensa del voto, el hartazgo de millones de mexicanas damnificadas por el terremoto neoliberal se expresaría en marchas, mítines, levantamientos armados de autodefensa popular, huelgas, bloqueos carreteros. En fin, un mar de formas de lucha y movilización que generarían el frente único de todo el pueblo en defensa de la soberanía popular y en contra del neoliberalismo. La revolución entendida como insurrección violenta de las masas populares pasaría de inmediato a vestirse con la legitimidad de ser la única alternativa a la que nos orilló la oligarquía financiera y la democracia vacía.
En aquel escenario; ¿cuál debía ser el papel del partido electoral de masas que tenía como candidato a Andrés Manuel López Obrador? Pensamos nosotros que su obligación, la del partido, como espacio político amplio y progresista, con la influencia nacional que le daba el arrastre de masas de su candidato, era la de organizar, incentivar, orientar, estimular, financiar, y a fin de cuentas dirigir, una amplia lucha insurreccional a nivel nacional; pacífica pero no ingenua, democrática y centralizada a la vez; incluyente, heterogénea, con capacidad para impulsar diversas formas de lucha y resistencia civil y pacífica, combinada con desobediencia civil y acciones guerrilleras, huelgas políticas de masas y defensa legal de los gobiernos locales y espacios legislativos ganados, en todo el territorio nacional, con movilizaciones coordinadas a nivel internacional para frenar a los neoliberales golpistas y con una particular atención en la construcción del partido movimiento como fuerza dirigente, en perspectiva revolucionaria de gobierno.
Un escenario tal requeriría de un partido movimiento que superara a su propia dirección, en términos de obligarla a asumir posturas de ruptura y de mayor alcance democrático. Una organización política que defendiera las banderas programáticas en las calles contrapuestas en los hechos a las tropelías de los gobiernos neoliberales. En tal escenario, sería fundamental la consolidación de morena como partido movimiento, y la balanza se inclinaría a nuestro favor a mediano plazo dependiendo de nuestra capacidad para organizarnos democrática y efectivamente.
Lo anterior quiere decir: 1) es un partido movimiento porque articula los movimientos sociales con la toma del poder político y también construye poder político desde los movimientos sociales, 2) vincula en sus filas y hacia el conjunto de la comunidad política, las más profundas luchas de nuestros pueblos en defensa del agua, la tierra y los recursos naturales; las agendas feministas y LGBTTIQ; los derechos de los pueblos indígenas y originarios así como la defensa de sus culturas y territorios, la lucha contra el neocolonialismo político y epistémico en clave de liberación nacional; la construcción de alternativas económicas al capitalismo y la democracia radical como forma de vida y no sólo como sistema político, y 3) y no por eso menos importante, se debería desarrollar como una organización que se compone de militantes y forma a sus militantes con base en una nueva forma de hacer política, empezando por concebir la política como el arte de ponernos de acuerdo entre los distintos, con base en la palabra y la razón, poniendo al centro la ética política y la capacidad de tomar decisiones con base en la discusión colectiva y la responsabilidad individual, haciendo uso de la consulta de bases, la rotatividad de los cargos y la revocación de mandato en todo momento para fortalecer la organización y el protagonismo de la militancia. La puesta en marcha colectiva y consciente, de una nueva cultura política que se propusiera erradicar las prácticas del priismo cultural o sociológico que arrastramos en todas partes, sería fundamento de nuestro actuar y requeriría sin duda de una gran capacidad de autocrítica y una sana disposición a la crítica.
Ni hablar, afortunadamente el 1J el pueblo de México salió a votar como nunca antes en su historia, el fraude no pudo culminar salvo en Puebla y en Coyoacán, y el partido movimiento goza de cabal salud además de mandar cerca de 40 000 militantes a cargos de gobierno y comenzar la institucionalización de su proceso de formación política guiado por el Instituto Nacional de Formación Política, gran acierto. Sin embargo desde acá pensamos que mal hacemos si pensamos que morena debe limitarse a hacerle propaganda al nuevo gobierno, a organizarle las consultas populares y aplaudir acríticamente todas las acciones, equivocamos el paso si creemos que su papel debe limitarse a la actividad en el marco de los procesos electorales y mientras tanto no hay más que actividades de autoconsumo y fotografías con personalidades.
Al contrario, la virulencia de los medios masivos de comunicación controlados aún por los súper ricos del país y el mundo, que a la voz de ya han comenzado a construir el millones de veces repetido en Venezuela, relató del presidente dictador, sumado a la temprana beligerancia del poder judicial, son indicadores de tormenta, son señales de guerra, de una guerra de nuevo tipo que se disputa y se gana en las conciencias y en las calles y para la que necesitamos al partido movimiento del escenario anterior, del imaginario que no es, pero debemos disputar, lo otro será la derrota de nuevo tipo.
Mucho cuidado y a trabajar.
Molay Maza Ontiveros
POLÍTICA ZOMBIE 20 de diciembre de 2018.