En el justo momento donde se requiere mantener el orden, la autoridad brilló por su ausencia.
Sin duda que las tragedias sacan a flote lo mejor y lo peor del ser humano y de la sociedad en general. Sorprende por un lado las muestras de solidaridad que se presentaron en las horas y días posteriores a los sismos del 7 y 19 de septiembre que afectaron a la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas, entre otros estados. Pero a la vez son indignantes los abusos de algunos para lucrar y llevar agua a su molino por la tragedia.
En efecto, el sismo que se presentó el 7 de septiembre dejó a infinidad de familias literalmente al aire libre en Chiapas y Oaxaca. Desde ese momento, la sociedad civil se organizó para llevar ayuda a dichos estados. Dos semanas después, el 19 de septiembre, otro sismo cimbró a la Ciudad de México, Puebla y Morelos. Derivado de este movimiento telúrico, los daños fueron fatales: casas y edificios derrumbados o a punto de colapsarse, damnificados e infinidad de atrapados en los escombros. Frente a ello, nuevamente la sociedad civil salió a las calles a agarrar pico y pala para solidarizarse con los afectados.
Sin duda el segundo temblor hizo recordar aquel 1985, no sólo por ser en la misma fecha, sino porque las imágenes de los escombros tenían mucho parecido. Es de reconocer que los programas de protección civil implementados desde aquel 1985 han ayudado a la población a saber qué hacer en situaciones de emergencia. Pese a ello, el sismo de este 2017 mostró una vez más la incapacidad del estado para resolver los problemas que se le presentan.
Como en 1985, las autoridades federales y locales se vieron rebasadas por la reacción de la sociedad civil tanto en organización como en ayuda. Infinidad de centros de acopio se presentaron para apoyar y organizarse. Sin embargo, faltó la autoridad que pusiera en orden todo el caos provocado por el sismo. En el justo momento donde se requiere mantener el orden, la autoridad brilló por su ausencia. Calles repletas de autos sin avanzar, semáforos sin funcionar, ningún policía que pusiera orden, fueron la tónica de la tarde de ese martes 19 de septiembre.
Desde luego es de admirar que la sociedad se organice. Pero una vez que pase la emergencia por los sismos, una vez que deje de ser noticia de primera plana, le corresponde al Estado organizar lo que dejó la sociedad civil. Como se sabe el Estado es el responsable de la organización del orden público. Es parte de su función primordial. Si deja de hacer ésta deja de ser Estado.
El hecho de que la sociedad se organice refleja en buena medida la incapacidad que ha tenido el Estado para cumplir su función. El desprestigio de la política se refleja en estas acciones. Frente a la organización espontánea surge la pregunta: si verdaderamente se busca una sociedad mejor, por qué no canalizar a través de un partido político, de una organización, o de vías legales que resuelvan las demandas de la sociedad.
En días posteriores al sismo hemos visto como cada partido quiere sacar ventaja con la tragedia. En el Congreso los legisladores se pelean por atribuirse la patente de quien dona más para los damnificados. Por su parte, el gobierno dona despensas con su logotipo para que la gente vea de quien vienen; los líderes de los partidos gritan con bombo y platillo que la reducción de sus ingresos para destinarlos a las víctimas de la tragedia; incluso el Presidente Nacional del PRI, Enrique Ochoa propuso reducir el financiamiento a los partidos políticos y reducir el número de legisladores plurinominales para que estos recursos se destinen a los afectados por los sismos. Por su parte la Presidenta Nacional del PRD, Alejandra Barrales, propuso reducir el ingreso en su partido y cambiarse de sede para que el ahorro sea destinado a los damnificados. Simple protagonismo partidista.
Es claro que con donaciones no se va a resolver el problema. Si el objetivo es tener un mejor país, con instituciones fuertes que ante cualquier emergencia respondan a la necesidad; si se busca tener un sistema democrático de derecho, el camino es fortalecer al Estado, no hacer su trabajo. Pasada la emergencia la sociedad civil desaparece y el Estado perdura, por lo que el objetivo debería ser fortalecerlo permanentemente. No debe ser que cada que se presente un desastre de cualquier tipo sea la ciudadanía la que saque a flote los problemas. Necesitamos un Estado fuerte que esté a la altura de miras ante las eventualidades.
Hoy tenemos un Estado que no es fallido pero tiene mucho de ello, pues actúa tarde o definitivamente no reacciona. Desde luego, es loable las acciones de la sociedad en general ante los sismos. Es de destacar que muchos jóvenes salieron a las calles a unir sus fuerzas para ayudar a la tragedia, pero ese hecho refleja, precisamente, que el binomio autoridad-confianza está sostenido por un hilo muy delgado en ese sector social, por no decir que en general. Si esa fuerza se canalizara por la vía institucional, seguramente la sociedad sería más organizada y tendríamos un futuro mejor.