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En marzo del 2023 Elon Musk, con decenas de empresarios de la industria informática, investigadores tecnológicos y expertos en Inteligencia Artificial (IA), firmaron una carta para solicitar que se pausen las investigaciones en IA para definir “protocolos de seguridad” y así proteger los “derechos de la humanidad”, pero meses después el mismo Musk es demandado en varios países de Europa por utilizar a los usuarios de la red X para entrenar su aplicaciones en IA. ¿Cambió de parecer? El cambio de comportamiento de Musk, de una supuesta preocupación por la seguridad de la humanidad a un manipulador de los usuarios de X, sólo es aparente; en realidad ambos comportamientos son manifestaciones la racionalidad capitalista. Un comportamiento por demás típico de lo que representa Musk. ¿Y que representa? Antes de responder, demos algunos rodeos para situar adecuadamente la IA.
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Toda sociedad ha tenido su tecnología. La antigua polis griega, los aztecas y la Edad Media tuvieron una tecnología que respondía a sus necesidades vitales, entornos sociales y modos de producción. Más allá de las especificidades de esas sociedades, la función de la tecnología obedecía, en términos generales, a los registros cosmogónicos y religiosos en las que se inscribían esas sociedades precapitalistas.
Con el surgimiento del capitalismo la tecnología tendrá otras funciones, ya no trascendente a la sociedad sino inmanente a sus propios procesos económicos, sociales, culturales y políticos. En la medida en que el modo de producción capitalista está orientado, predominantemente, a la generación de la ganancia (plusvalor), la tecnología tendrá la función clave de disminuir los costos y aumentar la producción. En tanto que sociedad altamente flexibilizada y nómada, la tecnología podrá tener otros fines (entretenimiento, aprendizaje, vida cotidiana, comunicación, relaciones del día a día, etc.), pero aquel es el medular y estructural.
La crisis económica de fines de los años 70 y 80 obligará ampliar las fuentes de ganancia. Lo procesos de privatización de bienes del Estado, la mercantilización de servicios públicos, la flexibilización de derechos laborales, la exención de impuestos a las grandes empresas, la desindustrialización y producción posfordista y la financiarización de la economía correrán paralelas, en las décadas posteriores, a la informatización y la posterior algoritmización de la sociedad y ahora intensificadas con las posibilidades de las aplicaciones de la IA. Así entramos en lo que se ha dado en llamar de diferente manera: neoliberalismo, posfordismo, capitalismo digital, capitalismo cognitivo, economía tecnológica, capitalismo de plataformas, capitalismo de vigilancia, según diferentes descripciones que se han realizado del momento histórico actual, pero que refieren una misma configuración para sostener las cuotas de ganancia del capital, sobre todo del gran capital a costa de las grandes mayorías y las clases trabajadoras.
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Ahora bien, si durante el capitalismo industrial la tecnología estaba directamente implicada en la reducción de los costos de producción y el incremento de la productividad, en el nuevo contexto neoliberal, del capitalismo digital y cognitivo, la tecnología tenderé a autonomizarse de la misma manera en que lo hará el sistema financiero. Así como los créditos ya no tendrán por fin invertir en la producción sino en bonos, deudas e instrumentos de especulación financiera, de la misma manera el capital tecnológico tenderá a autonomizarse desarrollando toda una estrategia mediática e informática para ocultar sus verdaderos fines. Las mistificaciones del transhumanismo, el internet de las cosas y otras linduras posmodernas de la IA apuntan en ese sentido.
Modernización, vanguardia, progreso, mejoría, libertad, desarrollo y una gloriosa humanidad liberada de todos los males es lo que ofrecen en un futuro no muy lejano los apologistas de la IA y las tecnologías computacionales e informacionales. La IA ofrece por fin la redención en la tierra de todos los males que padece la humanidad.
Para basta que contrastemos ese discurso con sus fundamentos y la realidad objetiva para mostrar el carácter fetichizador de esos discursos y comprender que el mundo utópico que ofrece la IA en realidad es un mundo distópico para las mayorías y la clase trabajadora. Aclaro: no estoy abogando por un regreso a la edad de Pedro Picapiedras, no estoy sosteniendo tampoco una suerte de reacción, como la del ludismo (movimiento de inicios del siglo XIX cuya reacción frente al avance del maquinismo fue destruir las máquinas), tampoco estoy sosteniendo que se deba negar la importancia de la tecnología, o que no sea utilizables las diversas aplicaciones de la IA en medicina, cambio climático, lenguaje, educación, comunicaciones, etc.. El punto crítico es otro y tiene que ver con desmontar esos discursos fetichizadores. El fetichismo es una categoría de la crítica de la economía política que muestra que al capitalismo le es inherente ocultar sus procesos de valorización del capital haciéndolos pasar por otra cosa, por lo regular por algo moderno, prometedor, liberador y benéfico.
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¿Desde donde se promueven o surgen esos discursos sobre el carácter moderno, prometedor, liberador y benéfico de la IA? Ni más ni menos que de las grandes empresas, que son verdaderos monopolios, como Alphabet (Google), OpenAI, Anthropic, Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.), Amazon, Apple, IBM, Microsoft, Tesla, etc. ¿Cuál es la función de esas empresas? ¿Redimir a la humanidad con los resultados de las investigaciones y aplicaciones de la IA? ¿Crear un mundo donde las utopías devengan verdaderas? Dicho sencillamente: incrementar sus ganancias. Nótese el dato: de las diez personas más ricas del mundo en julio del 2024, según Forbes, ocho de ellas provienen o tienen relación con el complejo informático y las aplicaciones de la IA: Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Larry Ellison, Larry Page, Serguéi Brin, Bill Gates y Steve Ballmer (Bernard Arnault y Warren Buffett son los dos que no provienen de la industria informática).
Además esas empresas y empresarios informáticos mantienen relaciones con medios de comunicación dominantes y alimenten el circuito de información, desinformación y manipulación sobre las bondades de la IA. Pongamos un caso emblemático: Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.), que además de inversiones, aplicaciones y exploraciones en el ámbito de la IA, también sostiene corrientes de opinión para disciplinar, extraer información y controlar la opinión pública, como ha sido documentado con el uso de las bases de datos de Facebook a favor Donald Trump en las elecciones de 2016. Y Trump, hay que repetirlo aunque sea un lugar común, es un neofascista. O recordemos otro caso significativo: IBM, hoy pionera en el desarrollo de la IA, apoyó a Hitler con tecnologías que posibilitaron la identificación y clasificación de la población para lograr su aniquilación, como documentó Edwin Black. Entre ese pasado de IMB y Facebook no hay mucha diferencia.
Los monopolios tecnológicos pueden recubrir sus fines de humanismo, de amor al prójimo, de bellos avatares, de utopía, de caricias digitales, de libido, de avances de la medicina con IA, de robots autónomos, de maravillosos ChatGPT, de lenguajes generativos, pero el objetivo de esas y otras empresas es la extracción de datos, la manipulación y el control con el objetivo de generar ganancias y poner sus aplicaciones al servicio, no de las grandes mayores y la clase trabajadora, sino de quien pueda pagar la IA.
Otro dato: este año 2024, Apple, Microsoft, Alphabet, Meta y Amazon, lograron beneficios récords al aumentar su ganancia un 25,6% más que el año anterior, pero ello fue posible sacrificando miles de sus trabajadores que fueron despedidos. Existen tres sectores de la economía en los que los márgenes de ganancia se ha incrementado en los últimos años: el sector farmacéutico, el sector financiero y el sector tecnológico. Y no es casualidad, pues en la actual fase del capitalismo —neoliberal y del capitalismo cognitivo— los tres tienden a capturar y disciplinar la vida y el tiempo humano en su totalidad para producir sus ganancias.
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La tecnología y aplicaciones de la IA ocultan algo adicional en sus procesos: la cosificación de las personas. Si durante miles de años, la tecnología era el medio del sujeto humano para realizar sus actividades, la mutación tecnología ha invertido las cosas y ahora el sujeto humano es el medio de la tecnología, que interpretada correctamente es el medio del que se alimenta el capital tecnológico. Nuestro tiempo, espacio, sueño, actividad, ocio y noche es cada vez más capturado por el capital tecnológico. La lógica extractivita se ha impuesto. Signo de ese dominio absoluto es ese pequeño artefacto, aparentemente inocente, cotidiano, el celular, en el que se vehiculiza no pocas de las experimentaciones de la IA, que funciona como el amo y señor de los nuevos esclavos humanos.
Pero el fetichismo de la IA no sólo oculta los procesos de ganancias de las empresas tecnológicas, el desplazamiento del trabajo por las automatizaciones, el extractivismo de las informaciones, la manipulación del big data y la cosificación de las personas, sino también otros fenómenos vinculados con su aplicación en la guerra, su contribución al cambio climático, el incremento de las enfermedades mentales por la manipulación y adicción informática, etc.. Sobre estas peligrosas derivas, termino este artículo mencionando algunos hechos relacionados con la guerra y la crisis climática.
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Tradicionalmente la disputa geopolítica, particularmente, entre EU y China (y los aliados de ambos bandos) se expresaba en tres frentes: la economía (dólar y control de los mercados), el poder militar (no sólo atómico sino convencional); y la cultura (simbolizada por el predominio global del inglés); pero ahora hay que se sumar la disputa por el control de la IA, sus aplicaciones, las redes sociales y los big data. Para decirlo en otros términos, actualmente la disputa no sólo es entre las empresas tecnológicas por el naciente y pujante mercado de la IA que representa millones de dólares, sino desarrollando la industria de la guerra con aplicaciones de IA (procesamiento de biga data, aprendizaje profundo, drones, espionaje, cartografías, manipulación de la información, control de las informaciones en las redes, etc.). En un escenario de guerra, la IA conjunta dos aparatos de muerte del capitalismo: la industria armamentista y los afanes imperialistas, sobre todo de EU-OTAN en su lucha contra el expansionismo comercial chino y el desafío de Rusia.
Como menciona Jeremy Wagstaff, “en la guerra en Ucrania, la IA se ha utilizado para cuestiones que van desde la toma de decisiones estratégicas generales basadas en inteligencia reciente o de tiempo real hasta tareas más mundanas como la previsión de dificultades logísticas.” Drones y el procesamiento de big data con IA son usados en la guerra entre Ucrania y aliados (EU y la OTAN) y Rusia. Pero más grave aún: en el infamante exterminio de los palestinos por parte de Israel usan también IA para rastrear los túneles o bombardear indiscriminadamente. Diversas fuentes de información afirman que los bombardeos son controlados con un sistema de IA, que denominan Lavender, que actúa con cierta autonomía al elegir los objetivos que eliminará, de ahí el exterminio indiscriminado de niños, mujeres y población civil. La guerra en Ucrania y el exterminio palestino son un laboratorio de la IA de las potencias (sobre todo de EU y la OTAN) y de la industria armamentista e informática.
Asimismo, la IA es usada en la construcción de los relatos de la guerra que se ha querido imponer no sólo a través de los medios convencionales sino de las redes sociales. Facebook y YouTube, por ejemplo, censurando canales y agencias de noticias rusas, con lo cual tomaron partido por Ucrania y EU-OTAN. Lo mismo ha pasado con los datos, imágenes e informaciones provenientes del exterminio palestino. La IA es usada en una nueva fase de la guerra que se ha denomina como la guerra cognitiva.
Por otro lado, sin bien la IA ayuda a procesar grandes volúmenes de datos, su contribución a la contaminación del mundo y su incidencia en la crisis climática es enorme (consumo de recursos naturales, generación de residuos y sustancias tóxicas, emisión de gases de efecto invernadero, etc.). Según Payal Dhar, “la huella de carbono de entrenar a un solo gran modelo lingüístico como ChatGPT equivale a unas 300 toneladas de dióxido de carbono emitido.”
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Sin dejar de reconocer los posibles beneficios de la IA, no podemos tampoco dejar de señalar que el mundo utópico que plantean los apologistas de la IA oculta un mundo distópico para las mayorías y la clase trabajadora. Y ello es así porque el modo de producción capitalista está orientado a la generación de ganancia. Y, para responder la pregunta con la que inicié este artículo, Musk eso es lo que representa. Para hacer de la IA un medio que beneficie estructuralmente a las mayorías se debe plantear el cambio estructural de la sociedad. Otra sociedad que no descanse en la apropiación privada del plusvalor debe ser el horizonte de un uso humano de la IA. Por ello, el punto de vista adecuado no es la ética de la IA sino la crítica de la economía política.
*Universidad Autónoma Metropolitana-C