Por Max González Reyes
La relación del poder político con los medios de comunicación siempre ha sido complicada debido a que los que detentan el poder no les gusta la crítica a sus acciones e incluso a sus políticas. Esta actitud no es nueva, pues siempre ha existido una tensa relación ente la prensa y el poder, por ello que algunos lo han llamado el cuarto poder debido a la influencia que ejerce en la opinión pública.
Basta recordar que en los últimos años del gobierno del presidente Porfirio Díaz, la prensa jugó un papel trascendental para que éste decidiera renunciar en mayo de 1911, toda vez que la postura a su larga permanencia en el gobierno pasaba por la crítica y la caricatura política. También en su momento fue muy comentada la expresión que se le atribuye al presidente Álvaro Obregón en la década de los años veinte, cuando decía que no había nadie que aguantara un ‘cañonazo de 50, 000 pesos’. Posteriormente, en la etapa del predominio de partido hegemónico, la época clásica del PRI, hubo un control a la prensa a través del llamado chayote o embute el cual se refería a un soborno que una oficina de gobierno daba a un periodista para inducirlo a informar según su conveniencia. Esta práctica tuvo popularidad durante las décadas de los sesenta y setenta, es decir, durante los gobiernos de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Basta un botón de muestra para ejemplificar el chayotaje durante el priismo. Se cuenta que durante un viaje en avión del presidente Luis Echeverría junto a varios reporteros, uno de los jefes de prensa llamó a cada uno de los periodistas a un rincón apartado de la aeronave presidencial para darles “una dádiva, un dinerito extra”, aparte del sueldo que percibían trabajando con sus respectivos medios. Desde luego este chayote era para que se hablaran bien del presidente en sus notas.
Con la apertura democrática, cambió la relación de la prensa con el gobierno en turno, no obstante, siguió existiendo ese sector de la comunicación allegada al gobierno. Sin embargo, la crítica al presidente de entonces se amplió. En la parte última del sexenio del presidente Fox el desprestigio que tenía entre los medios era marcado. Es de recordar que Fox tuvo que pedirle a su vocero Rubén Aguilar que diera conferencias matutinas por la mala relación que tenía con la prensa y, a su vez, para contrarrestar las conferencias del entonces Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador. En el sexenio de Felipe Calderón también hubo mucha crítica por su postura de militarizar al país. Y no se diga en la administración del Enrique Peña Nieto, donde el mandatario fue objeto de muchas críticas, algunas por sus declaraciones inoportunas, otras más por las acciones que no lo dejaban bien parado ante la opinión pública.
La crítica al presidente siempre es motivo de primera plana. Unos en contra otros a favor, pero al ser una figura pública siempre está en el ojo del huracán. Esto no fue la excepción desde el inicio de la administración del presidente López Obrador. Como es sabido, desde el primer día que asumió el cargo estableció las conferencias mañaneras para informar sobre las acciones de su gobierno. En ellas expone, debate con periodistas, presenta información que, sin ser oficial, es noticia de todos los diarios y noticieros.
Por ello, resulta un sinsentido que en sus conferencias el presidente haya decidido dedicar un día a una nueva sección semanal denominada “quién es quién en las mentiras de la semana”. En opinión del presidente López Obrador, nunca había existido una prensa tan crítica del titular del ejecutivo como la hay ahora. Se le olvida al mandatario que él mismo fue un acérrimo crítico de las administraciones pasadas; y si se mantuvo en la pelea por la presidencia de la república, hasta llegar en su tercer intento, fue por su presencia en los medios ya que la prensa rescataba sus opiniones, daba entrevistas (incluso sólo a aquellos medios que él seleccionaba). Además, el presidente compra conflictos que son secundarios. En sus mañaneras ha señalado con nombre y apellido a los periodistas y medios de comunicación (nacionales y extranjeros) que no comparten sus opiniones; los tacha de conservadores y de obstaculizar el avance democrático que, según él, empezó con su administración.
Al exponerse todos los días en una conferencia que muchas veces dura más de dos horas, el presidente da pie a una infinidad de interpretaciones de sus posturas. Es claro que al decir tanto los medios toman y hacen una crítica de lo que ahí menciona, como lo han hecho con todos los mandatarios anteriores y no sólo con él. La crítica es parte del ejercicio de gobierno, algunos en contra otros a favor. Incluso ha hecho pública una lista de los medios y periodistas que lo apoyan y otra que lo descalifican.
El actual presidente decidió por sí mismo exponerse en una conferencia diaria, por lo tanto, debería estar consciente que la crítica es así de larga y profunda como sus exposiciones en las mañaneras. Pero al parecer al presidente le molesta que lo contradigan, que lo critiquen. En las matutinas ha dedicado más tiempo para descalificar a los que él llama “conservadores”, pelearse con los medios y periodistas y básicamente a denostar a medios que no lo apoyan.
A prácticamente tres años de haber iniciado su administración, las exposiciones del presidente en las conferencias matutinas se han convertido en un mecanismo de autoelogio, además exhiben la personalidad del presidente. Pero el “efecto boomerang” le está repercutiendo al presidente. Si al Ejecutivo no le gusta la crítica, no debería exponerse todos los días, porque al hacerlo da una cantidad extensa de material a la prensa que siempre está a la expectativa encontrando el más mínimo detalle para exhibirlo.