Por Max González Reyes
Las reformas electorales que se habían venido presentando en México desde finales del siglo pasado daban la esperanza de transitar un país más plural en lo que respecta a su representación política. Los cambios graduales a las leyes daban la esperanza de pasar de un sistema de partido dominante a uno plural, en donde hubiera representación de la pluralidad que exigía el país. Como se sabe, el partido gobernante, el PRI, tenía el control total de todos los espacios de decisión, como lo eran el Poder Legislativo, las gubernaturas de los estados y hasta el Poder Judicial. Poco a poco ese dominio se fue diluyendo después de una serie de reformas básicamente de carácter electoral.
El reclamo de la que en su momento se llamó izquierda era hacer un país más democrático y que eso se reflejara en la representación política expresada en las cámaras del Congreso. Con esa consigna como bandera, se buscaba una representación plural y democrática. Fue por ello que, en 1997, cuando se logró romper la mayoría del partido dominante en la Cámara de Diputados, la celebración fue de todo el bloque opositor porque de alguna manera, a través de las reformas electorales que se habían impulsado, representaba un triunfo para los que estaban luchando por ese objetivo. La celebración fue mayor en el año 2000 cuando por fin se logró el cambio del partido en la presidencia de la República. Después de 70 años, el partido que había nacido desde y para el poder desde 1929 perdía una elección presidencial. La celebración fue en grande ya que era el reflejo de que las reformas impulsadas desde distintas fuerzas, particularmente de la oposición, poco a poco iban dando frutos. En aquellos años de principios de este siglo, el PRI aún conservaba la mayoría de las gubernaturas en los estados.
Ese cambio pacífico era digno de celebrarse. Con el paso de los años quienes estuvieron impulsando el cambio de régimen por fin tuvieron representación en el Congreso y en las gubernaturas. Por fin, el otrora partido gobernante había perdido no sólo la presidencia sino la mayoría de las gubernaturas y la mayoría representativa en los congresos locales. Morena fue quien cosechó todo el esfuerzo que se hizo durante décadas para que hubiera una representación de lo que en su momento se llamó “izquierda”. Después de décadas de reclamos, el esfuerzo de diferentes fuerzas que se agruparon en el PRD vino a cristalizarse en el triunfo de una escisión de éste, Morena.
Una vez que Morena logró la presidencia de la República en 2018, la mayoría de las gubernaturas de los estados y el control de los congresos locales, todas ellas ganadas legítimamente en buena medida gracias a las reformas electorales, era el tiempo de empezar a poner las bases de esas demandas que décadas atrás exigían para continuar y consolidar el proceso democrático.
Sin embargo, lo que hemos visto en el sexenio pasado y en lo poco que va de este es una serie de reformas que buscan concentrar el poder en la Presidencia y en el partido gobernante, Morena. Las reformas electorales les permitieron llegar al poder, pero una vez en él, lo que están haciendo es manipular el sistema electoral para mantenerse indefinidamente y controlar todos los espacios.
Las reformas que en su momento propuso el ex presidente Andrés Manuel López Obrador, a través de las veinte reformas de febrero de 2024 y que a la postre se convirtieron en el Plan C, no eran otra cosa que la concentración de las decisiones fundamentales en el portador del Poder Ejecutivo. La supresión de los organismos autónomos en realidad era poner a merced del presidente las facultades de esos órganos, básicamente al suprimirles su autonomía. De igual manera, obtener la mayoría en las dos cámaras del Congreso fue relativamente sencillo al establecer una alianza con otros partidos (PT y PVEM) y con ello tener los votos suficientes para aprobar en bloque las iniciativas que mande la presidencia de la República.
Por otro lado, la reforma electoral propuesta para eliminar a los plurinominales, en realidad busca obtener la mayoría legislativa para los próximos años, y así garantizar el control de ambas cámaras. Con ello Morena busca que el Poder Legislativo se convierta en una correa de transmisión del Poder Ejecutivo. Eso no es otra cosa que una copia del PRI-Gobierno que en su momento tanto criticó la oposición.
De igual manera, la próxima elección de junio tiene como propósito controlar el espacio que aún les falta: el Poder Judicial. Con la preparación de esa elección se busca tener a los candidatos a modo, de tal manera que quien resulte electo responda a las directrices que el partido estableció, pues no se puede negar que Morena en colaboración con la presidenta, están poniendo a sus postulantes para que el final quien resulte “electo” no tenga más opción que aceptar las reglas ya establecidas.
Todo este engranaje político es una forma para obtener la hegemonía que les garantice una permanencia no sólo en este sexenio sino por un tiempo indefinido. Morena está haciendo lo que sus antepasados de izquierda tanto criticaron: crear un partido de Estado que permita la renovación generacional, sin cambiar el partido. Finalmente, algunos líderes de los que ahora están en Morena iniciaron su carrera política en el PRI cuando este tenía una mayoría aplastante, aunado a que otros más se han venido sumando luego de su paso por otros partidos. Las reformas que se están presentando van encaminadas a blindarse para mantenerse en el poder por décadas.
Es un plan a mediano plazo, pero desde hoy están sentando las bases.