La vida, en el poblado de Chiepetlan, comienza cuando las mujeres se levantan a lavar su nixtamal para llevarlo al molino, antes de que los primeros rayos de sol iluminen la montaña. Una vez que los granos de maíz se convierten en masa, apresuradas se dirigen a sus casas para preparar, al calor de la lumbre, las tortillas que alimentarán a quienes van a trabajar los sembradíos de maíz y frijol.
La mañana apenas inicia. Los niños corren para llegar a tiempo a sus respectivas escuelas: Tlacuicaltl Coconel (preescolar), Francisco I. Madero (primaria) y Xipe-Totec (secundaria). Sin detenerse, pasan por el museo comunitario, aquel que alberga los lienzos que en la década de los 70 atrajo a una corriente de antropólogos; interesados en estudiar su historia.
Ubicado en la Montaña, una de las 7 regiones del Estado de Guerrero, al sur de México, se localiza la comunidad de Chiepetlan, conocida por su nombre náhuatl como el lugar de nuestro el señor desollado.
Actualmente, Guerrero es catalogado como uno de los Estados más violentos. De acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz, Guerrero es clasificado como el segundo Estado menos pacífico, después de Baja California Sur. La brecha del Estado más pacífico (Yucatán) al menos pacífico, se debe a la alta tasa de homicidios: Guerrero tiene una cifra alta de 69 homicidios por cada 10,000 habitantes; suma que ha tenido un impacto económico de 259 mil millones de pesos.
Aunado a ello, las cifras anteriores, colocan a Guerrero como la entidad con el mayor número de personas desplazadas por violencia.
Según el reporte Vidas en la incertidumbre: La migración forzada hacia la frontera norte de México, impulsado por la Coalición Pro defensa del Migrante, durante enero de 2013 a marzo de 2016, la organización civil Instituto Madre Asunta de Tijuana documentó 891 expedientes de personas que migraron por violencia: 100 familias se vieron obligas a dejar su lugar de origen, por grupos delincuenciales como Guerreros Unidos, Los Rojos y Los Ardillos.
A pesar del contexto violento que envuelve al Estado al que pertenece; Chiepetlan busca un espacio para contar su historia. Un relato que se remonta a los años ome tochtli y, paradójicamente, narra la migración de cinco grandes guerreros provenientes de Xochimilco.
La primera vez que se mencionó el nombre del pueblo originario fue en 1946 con el antropólogo Robert Hayward Barlow. En la publicación Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, núm. 3, el antropólogo mencionó el hallazgo de una serie de manuscritos.
Dichos escritos narran los antecedentes de Chiepetlan, un pueblo sujeto a ‘Tlachinollan’ (Tlapa o Tlauhpa) en los años 1546-1547.
En una carta dirigida a Don Antonio Ulloa, con fecha de 6 de noviembre de 1777, el padre Joseph Mariano Hurtado informa sobre la doctrina de San Miguel, Chiepetlan.
Además de dar una descripción física y geográfica, y documentar la historia natural de la región; en el apartado de “antigüedades”, indicó la existencia de cinco mapas y un manuscrito de papel, elaborados por Buenaventura Flores (autor cuyos orígenes se desconocen).
En ellos, Hurtado señala las noticias en torno a la fundación de su doctrina, la cual señala, de la confusa narración, que en el ome tochtli (dos conejos) de los Indios, 1490 de Jesús Cristo; cinco capitanes oriundos del pueblo de Xochimilco fundaron Chiepetlan.
Huyendo de las vejaciones que había entre las Cortes de México, Cholula y Tlaxcala, el capitán en jefe, Chipehuehue, su teniente Tetzontemohui, el subteniente Ixamomantzin, y el último Tetzotzomotzin; deciden poblar la región.
A partir de este relato, a finales de los 60, Galarza agregaría a la investigación, la importancia de Chiepetlan como un centro para la política guerrera de México-Tenochtitlan; donde los hombres se volvían dignos de defender la civilización de sus ancestros en territorio Yopi. El último centro de la civilización mexica que, en los tiempos del señor Ahuítzotl, sería el soporte para someter al oriente de Guerrero a una dominación militar, religiosa (controlando los templos dedicados al culto de Xipetotec) y civil (controlando la recolección de impuestos y administración de los notables).
Los resultados, siguiendo el enfoque etnográfico cuyo eje de investigación era interpretar los manuscritos como un universo de significaciones coherentes y autónomas, producto de la cosmovisión del pueblo que les dio origen; fueron publicados por Galarza en 1972, en su obra Lienzos de Chiepetlán, dirigida por Francoise Neff Nuixa.
Años más tarde, siguiendo el legado de Galarza, el Doctor en antropología Gerardo Gutiérrez Mendoza, continuaría con las investigaciones. En 2016 en su obra La heráldica de Chiepetlán, Tlapa, Galarza concluiría que la creación de los lienzos, tuvo como finalidad presentar su pasado, no como conquistados, sino como agentes de su propio devenir.
Muchos títulos y códices fueron hechos para promover agendas indígenas locales y regionales; así mismo, celebrar la lealtad y alianza con el tlatoani Quiahuitl (gobernante de Tlachinollan en 1461).
Finalmente la historia colocaría a Chiepetlan como un pueblo de origen migratorio que ayudó en la conquista de Tlachinollan en 1481.
Y a pesar de la vigencia de los relatos que año tras año trae una corriente nueva de antropólogos cuyas anécdotas de sus visita quedan plasmadas en libros que son regalados a los habitantes, sin que se les explique la importancia de su publicación; los días en Chiepetlan, transitan sin cambios relevantes.
Para los habitantes, pasar por el museo Xipe-Totec, es parte de su rutina para llegar a tiempo a clases a nivel preescolar, primaria y secundaria. Es la ruta que acorta las distancia para llegar a sus casas o sembradíos.
La tarde entra, las mujeres bordan sus servilleteros, las cuales traen impresas las flores que adornan las montañas. Ponen atención a los detalles, al tejido de los bordes. No se consideran artesanas, porque la artesanía de la montaña le pertenece más a las cajitas de Olinalá.
Al menos, sus servilleteros mantendrán calientes las tortillas que día a día preparan para comenzar nuevamente.
Y es así como el sol transita en la montaña, donde la vida comienza con la molienda, termina con los bordados y aguarda, en la esperanza, que su historia sea escuchada más allá de los límites del Estado más violento.