Por Max González Reyes
Finalmente se llevó a cabo la elección para elegir presidente de la República, diputados federales y senadores, nueve gubernaturas y miles de cargos a nivel local, el pasado 2 de junio. La elección presidencial confirmó las tendencias que decían las encuestas. Morena no sólo ganó la presidencia de la República de una manera arrolladora, más de lo que decían las encuestas, sino que se llevó carro completo en varios estados. Además ganó una mayoría avasalladora en el Congreso lo cual le da para completar el llamado Plan C que en el pasado periodo ordinario quedó en suspenso.
La mayoría que los ciudadanos le dieron en las urnas a Morena le da para hacer lo que quiera con la Constitución. Puede reformarla, hacer otra, cambiarla o cuanto guste, pues la legitimidad de los votos nadie los discute. Desde ahora se perfila la desaparición de los órganos autónomos como el INAI y el INE, así como una profunda reforma al poder judicial. Pesó mucho el discurso de todos los días del presidente desde su mañanera, aunado a la estrategia de continuidad y de construir el segundo piso que diseñó Morena.
Se debe reconocer que Morena salió bien librado desde el momento mismo de su proceso interno. Fueron pocos los precandidatos que se inscribieron a participar en la encuesta para designar candidato, y una vez que se realizó todos aceptaron los resultados sin reclamos. Sólo el excanciller Marcelo Ebrard pidió que se revisara el resultado del proceso, pero su grito fue en el desierto: nadie lo escuchó. Lejos de ello, los aspirantes se unieron al equipo de la ganadora dando así un mensaje de unidad del que algunos creían que saldrían fracturados. No fue así y ese primer filtro lo pasaron sin problemas.
Aunado a ello, la propaganda a favor de Claudia Sheinbaum y en contra de los candidatos de oposición divulgada todas las mañanas desde Palacio Nacional también sirvió para posicionar e identificar a Sheinbaum como la clara sucesora del actual presidente Andrés Manuel López Obrador. Con ello se dio el mensaje de continuar el segundo piso de la Cuarta Transformación. Todo marchaba sobre las vías del plan trazado para Morena y sus aliados.
Por el lado opositor todo lo hicieron mal. La contienda interna fue una mala copia de la encuesta de Morena. De los más de treinta precandidatos -de entrada demasiados para un solo ganador- uno a uno se fue deslindando. Mientras caían expresaban su desacuerdo porque las reglas no estaban parejas o claras en la contienda: había dados cargados. La candidata triunfadora no representó una buena contrincante para todo un aparato planeado desde el mismo ejecutivo.
El problema del bloque opositor era el mismo bloque. Juntar en un sólo paquete al PRI, al PAN y al PRD era, en sí mismo, un sinsentido. Nadie que tenga conciencia de lo que en épocas pasadas se enfrentaron estos partidos podría soportar una alianza como esta. Vernos juntos, jamás. Eran agua versus aceite, liberalismo versus conservadurismo; autoritarismo versus democracia; hegemonía versus minoría. Desde la propia intención de unir a estos tres partidos para hacer un frente a la estructura de Morena aventuraba una derrota segura. Con todo ello, se prestaron al juego que le convenía a Morena. Si lo ponemos en términos futbolísticos: jugaron a defender, a no atacar, y por lo tanto, a no ganar. Aguantaron un tiempo de 45 minutos, pero en el segundo tiempo los golearon. La estrategia fue fallida: no se gana defendiendo.
Así se presentaron dos mujeres en la contienda, y un tercer candidato que sólo buscaba competir para mantener el registro. Desde el principio se vio que la contienda no era equitativa. Morena estaba fortalecido y con todo el aparato estatal detrás, mientras la oposición parecía que estaba dando tumbos, una fachada de que estaban unidos. Todos sabían que en el fondo no lo estaban.
El resultado todos lo sabemos: la presidencia para Morena; de las nueve gubernaturas en juego, seis las ganó la alianza encabezada por Morena, dos la alianza PRI-PAN-PRD y una Movimiento Ciudadano; y una mayoría calificada de la coalición Sigamos Haciendo Historia (Morena-PT-PVEM) en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República.
Haciendo un análisis de los resultados, dentro de la alianza opositora el que sale mejor librado es el PAN, pues se queda gobernando cuatro entidades: Aguascalientes, Chihuahua, Guanajuato, y Querétaro; después el PRI que se queda con Coahuila y Durango. Movimiento Ciudadano (MC) sigue manteniendo dos estados a su favor: Jalisco y Nuevo León.
Sin duda que el que más perdió en esta contienda es el PRD. Es una pena que el partido que se mantuvo firme durante el periodo de mayores ataques a la izquierda (el sexenio salinista) hoy esté aguantando la respiración para mantener su registro; después que llegó a ser la segunda fuerza política la Cámara de Diputados y en el año 2006 casi llega a la Presidencia de la República, hoy prácticamente se quedó sin nada. En las pocas gubernaturas que llegó a tener -Michoacán, Tabasco y la Ciudad de México- hoy está borrado. Pasó de ser el partido que aglutinó a toda la izquierda a la nada. En 2024 el PRD está borrado del mapa electoral. Y por lo que se ve, difícilmente logrará mantener su registro. Pagó muy caro unirse al Pacto por México al inicio de la presidencia de Enrique Peña Nieto. Los errores se pagan, y se pagan caro. Aliarse con el PRI y el PAN lejos de darle, le quitó. Hoy está en terapia intensiva, respira artificialmente.
El mapa político-electoral ha cambiado mucho. Desde la aparición de Morena hace diez años el país es otro. Pasamos de la hegemonía priista a la hegemonía morenista. Y no sabemos a dónde nos llevará este cambio. Es una pregunta que aún sigue en el aire.