Este 8 de marzo de 2024 mujeres y niñas indígenas y mestizas marcharon en las calles de Tlapa, en la Montaña de Guerrero, contra los feminicidios, desapariciones, así como el matrimonio forzado de niñas indígenas.
Texto y foto: Sarahi Meza Moreno / @Tlachinollan
El eco de sus gritos de justicia y alto a la violencia empezaron a la altura de la radiodifusora La voz de la Montaña, pero retumbaron al final en el ayuntamiento municipal. Sus voces parecían flechas de fuego para agrietar las estructuras del patriarcado, sobre todo, por su enérgica exigencia de ¡vivas se las llevaron, vivas las queremos!, ¡ni una más, ni una más, ni una asesinada más!
Alrededor de las 6 de la tarde comenzaron a sonar consignas que hacían referencia a la exigencia de justicia para Griselda, Margarita, Kenia, Abelina y otras mujeres asesinadas y desaparecidas. En sus reclamos se repitió el nombre del presidente municipal, Gilberto Solano, evidenciando a las autoridades locales que no están atendiendo las demandas de seguridad para las mujeres, sobre todo, la exigencia de justicia en los casos de feminicidio.
Una lona con la fotografía de Griselda, maestra víctima de feminicidio el pasado 22 de febrero, encabezaba el contingente. Al lado, se leían carteles que decían “todas las mamás merecen ver a sus hijas vivir”, “nuestros cuerpos no se venden, no se tocan, no se matan”, “estoy harta de sus ‘no hagas esto’, ‘haz esto’, ‘no deberías hacer eso’. Si te ofendes no me importa”, “hoy marcho por el futuro de mis alumnas” y “es más fácil juzgarme que creerme”.
Durante todo el recorrido se sentía la furia de estudiantes que todos los días tienen que soportar en sus aulas escolares el acoso de profesores, por lo que pegaron fotografías y nombres para denunciarlos públicamente. Pero también dejaron marcas de su hartazgo en las paredes, postes y calles con leyendas como “Tlapa machista”, “ni una más”, “8M, Griselda no se olvida”.
Al llegar a la presidencia municipal gritaron consignas y cantaron Canción sin miedo de Vivir Quintana. Después colgaron un tendedero con forma de huipiles en los que se leía “las niñas Na savi no queremos casarnos”, denunciando una realidad deleznable que hasta la fecha siguen viviendo muchas niñas indígenas de la Montaña. Al mismo tiempo, tapizaron las paredes con boletines de mujeres y niñas desaparecidas de la región junto a pintas que decían “no estamos todas”, y con gran estruendo tumbaron sillas y mesas del ayuntamiento para hacerse escuchar porque las autoridades municipales son sordas y ciegas ante la violencia contra las mujeres.
“Tenemos que hacer justicia porque hemos pasado por violencia, abuso sexual, violencia familiar, aunque a veces decimos no, es nuestro papá, es nuestro amigo, y no lo vemos como violencia, pero no es nada fácil. A pesar de que hemos ido a denunciar no han hecho nada a nuestro favor, nosotras tenemos que exigir justicia”, compartió una de las jóvenes.
Mientras tanto, en redes sociales comenzaron a surgir comentarios misóginos, criticando la iconoclasia de las manifestantes. Por ejemplo, son ilustrativos los comentarios siguientes: “que se apuren a sacar sus traumas porque la ropa y los trastes no se lavan solos” y “como si con eso [las pintas] las fueran a revivir”. La violencia es lo que menos les importa a las autoridades. Han demostrado que valen más los edificios que la vida de las mujeres. Sin embargo, las mujeres y niñas de la Montaña han dejado claro que nada las va a detener en su lucha por una vida libre de violencia y digna para todas.