Por Carlos A Secas
Yo no amo a la UACM, porque más bien es como la novia que mojaba mi cajetilla de cigarros; decía que tenía que cambiar, mejorar. Mi universidad me hace la vida más complicada: cambié mis Plei bois por Madame Bovary.
No me lleno de orgullo como cuando la selección mexicana gana, al decir que soy uacemita; pero me encanta convivir con un profesor que parece Santa Claus, un viejo simpático que en su saco trae libros, y sus regalos, sobre las mesas, son anécdotas que me dejan con la boca abierta; que me dice que hay que leer para darle la espalda a la realidad matraca y así, hacerla más llevadera.
Me encanta trabajar con aquella maestra que parece un perfume fino, ejemplifica aquello que la verdadera grandeza se mide de la cabeza al cielo; la que se aventuró a leer más seguido lo que hago, la que siempre está sonriendo, y a pesar de, a veces, llevarme de la mano por los libros, sigue sonriendo.
También es placentero compartir tiempo con la maestra cantante, performera, cuentista, poetisa, diseñadora, y lo que se acumulé en la semana… tal vez hierba mala.
Me late la UACM y que me digan que soy un pendejo en vez de “buenos días”; pero que me lo digan porque me lo merezco; que soy pendejo por contenerme, que soy pendejo porque mi personaje tenía todo para ser un asesino guadalupano y diputado pero lo dejé en un estudiante de política ateo. Con esa maestra, la que en su apellido por poco lleva una Rosa, es bueno sentirse un pendejo; pero es mejor cuando trabajamos el texto y va quedando algo medianamente bueno (no como la rima que llevo).
Me late estar con el profe que me prohíbe soltar al niño aún tengo; que defiende la idea de que concursar en los premios de literatura es un deporte extremo.
Sueño con desmenuzar un párrafo como la maestra que vio mi primera cuartilla de novela, y tres semestres después por poco ve el final; lo hubiera visto si yo fuera un poco más escritor; fue ella misma quien me sugirió caminar al lado de la maestra Perfume Fino.
Que un seminario en la escuela no me vaya a hacer sacerdote es muy chido, y que la maestra que lo da sea muy chida es también algo chido; que me defienda como estudiante también está chido, y es chido tener una asesoría con ella; puedo jurar que le encanta ser maestra; tanto que ya la imagino encerrando mis “chidos” y proponiendo “chévere” “padre” o “poca madre”.
No amo a la UACM porque más bien es como la novia que me predispuse a que nos separaríamos; entonces, mejor no la amo, y que me vea desde lejos cómo sí aprendí de ella, cómo no tiré el tiempo con ella, cómo, si hago algo que valga la pena, aunque lo niegue, aunque diga que no la amo, la verdad lo haré por ella.