Para mi maestra y compañera María Inés García Canal, que descanses en rebeldía
Por Amarela Varela-Huerta
En su libro La palabra que aparece Enrique Díaz Álvarez dice que “La política del testimonio parte de la potencia y el valor heurístico que conlleva poner en juego la palabra y vulnerabilidad de los supervivientes” (2021: 21) Y quien sino el teatro y sus actores, sus dramaturgos, sus tramoyeros, han performado el testimonio como acto político y estético.
En estos días de duelos varios, incapaz de procesar la realidad a la velocidad con que la violencia la atraviesa, pensaba en los duelos de quien atraviesa procesos migratorios. En cómo las “adolescencias migratorias” transforman a quienes viajan en sujetos exílicos, en personas siempre fuera de lugar. Pero que es justamente ese lugar, esa experiencia encarnada de habitar entre varios mundos, lo que hace a las exiliadas fuente de sabiduría. Conocen más de un solo mundo, extrañan varios y reinventan sus historias propias y colectivas en el tránsito.
Y eso es lo que quiero poner en el centro de esta nota, reseña, intercambio epistolar, forma de dar las gracias a mis amigas Sofía Beatriz López, actriz del reparto y Martín López Braie, dramaturgo que me invitaron a ver su puesta en escena que esta semana presenta sus dos últimas funciones, martes y miércoles a las 20hrs en el Foro la Gruta del Centro Cultural Helénico. “Nombres de combate” le puso Martín al libreto de su genealogía de luchas, de destierros y exilios, de identidades, a su homenaje familiar a la utopía, al escenario, al teatro como trinchera.
La obra narra desde tres voces la historia de su familia, las tramas de cuidado que dieron identidad y cosmovisión a Martín. Producto de entrevistar y hurgar en la memoria y los objetos y las fotos y los recuerdos y la música y la pintura y los fantasmas y los amores y las pulsiones y las decepciones y la re-lectura y la lectura en vivo de su tío el teatrero y su tía la mujer que conoció el registro de la ternura en una escuela pública. Una historia que comienza en la Argentina peronista que devino en otra de las naciones de NuestraAmérica en la que los militares dieron golpes de estado y exterminaron la diferencia. El contexto es pues la Argentina a la que intentaron ahogar con tortura y arrojando los cuerpos de los amigos de los tíos y la madre y el padre de Martín al mar.
Pero, como dice Enrique Díaz cuando piensa en su ensayo de La palabra que aparece la violencia en México “Valorar cada cuerpo y cada historia no es un acto de piedad o compasión, sino de imaginación política” (2021: 22) y eso es justamente esta puesta en escena: un acto de imaginación política que estremece y encabrona, que enternece y derrumba.
Érase una vez un escenario donde se proyectan fotografías familiares, suenan canciones de protesta con el mismo soundtrack de mi infancia. Más la historia de una familia, de clase media baja, que ya para cuando la lucha armada y los movimientos estudiantiles se masificaron en Argentina, acumulaba historias de dolor y pérdida por los vaivenes de la vida de quien la atraviesa en América Latina. Pero llegó el tiempo de apostar por cambios radicales para construir mundos donde cupiéramos todos y, al tío por su arte, a la tía por su transparente franqueza y a la madre y al padre de Martín les tocó guardar silencio, esconder libros de realismo mágico y tomar la puerta del exilio para seguir con vida.
“Nombres de combate” cuenta la historia de esa familia y lo que el exilio y la dictadura, o al revés, la dictadura y el exilio le hizo a tres jóvenes que hoy son abuelos, no sé si con nietos pero si con admiradores, por lo menos eso me dijo la sala llena de los y las jóvenes del taller de teatro popular de Yautepec con quien me tocó compartir el rol de espectactores esa noche que vi la obra.
Pero, como todo proceso social, como toda historia familiar, sobre todo esta contada desde tres lugares de enunciación diferentes, no todo en la trama es desgarro, al contrario, érase también una vez la historia de una mujer a la que la universidad, las luchas obreras y campesinas, lo mismo en Argentina que en Bolivia y luego en México, le cambiaron el mundo, la exiliaron primero del rol de esposa y madre abnegada y la pusieron en el camino de descubrirse, de reinventarse a sí misma en el país donde le cantan a la muerte y le bailan a una virgen que simboliza, al mismo tiempo, la rebelión de los indios que su derrota.
Para esta espectactora, “Nombre de combate” cuenta la historia de una madre a la que el exilio le permitió ser mariposa a la que además tuve el privilegio de conocer viva y cantando, pues esa noche que asistí a la función tarareaba desde las gradas sus canciones de la juventud, se reía de los diálogos con los que Martín, su hijo, releyó la memoria de sus tíos, su padre y la de ella misma sobre lo que explican su aquí y ahora en el México de los 53 migrantes muertos, solo esta semana, por la política migratoria del gobierno mexicano.
Esa paradoja también me atrapó y me fui a dormir con ella para soñar en el tiempo que que la vida de esta mujer y su familia narra, ese México donde se refugiaron todas las izquierdas y los derrotados de América Latina. Esta obra encarna en las sentidas actuaciones de su elenco, en su historia, la constatación de que este país fue santuario y puede volver a serlo, a pesar de Claudia Sheinbuam y sus granaderos (según ella extintos) hayan gaseando familias migrantes que intentaban este fin de semana entrar a la “ciudad de la esperanza” en Caravana Migrante. En la ciudad en la que una ley, la de Interculturalidad, le obliga a la jefa de gobierno a volver nuestra urbe santuario para migrantes. En ese sueño me instaló, intentando no despertar.
Entonces, “Nombre de combate” cuenta la historia de una familia que encontró no solo refugio en México, sino un territorio donde una mujer pudo volar hasta convertirse en la mujer autónoma que cuidó y crió un hijo que tiene el privilegio de hacer una puesta en escena para honrar los exilios que le configuran con su madre viva y fuerte. Así que, ojalá no se pierdan las dos últimas funciones de esta obra en un teatro, en vivo, con gente respirando al lado tuyo y las risas resonando en el auditorio, porque, en tanto testimonio de sobrevivientes, este performance sobre la historia de quienes construyeron las utopías que nos constituyen, “Nombres de combate” es una pieza que sana el alma y aviva el fuego de que, capaz, si lo seguimos intentando, la utopía se concrete y sea México el territorio santuario para otras muchas familias que huyen lo mismo del terror autoritario que del neoliberalismo.