Roberto López Moreno es poeta mexicano nacido en 1942. Además de poeta es narrador, ensayista, periodista y profesor. Es parte de una generación de escritores comprometido con la realidad política y la lucha social. Fue Militante del Partido Comunista. Como afirma Iván Cruz Osorio en “La libertad tienen otro nombre. Antología de la poesía política y social en México”, fue un destacado critico de los regímenes priistas y de los gobiernos neoliberales, así como antimperialista. Su obra muestra que la militancia no está reñida con la calidad poética. Sirva este ensayo para celebrar su congruencia estética y política.
Enrique G. Gallegos*
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Inicio con una obviedad: entre los principales retos de los poemas de largo aliento es que al extenderse, puedan perder fuerza; es decir, el riesgo es que a mayor extensión, menor intensidad. El poema debe ser un volcán condensado y un instante fugaz. No sólo requieren sostener un ritmo y un impulso, sino cierta consistencia (y aún el caos tiene la suya). Consistencia —huelga decir— que no tiene que ver con la lógica sino con el propio despliegue del poema. La delicadeza y la monstruosidad.
La poesía latinoamericana ha ofrecido poemas extensos de notable calidad y envergadura. Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, Altazor de Huidobro, Canto general de Neruda, Muerte sin fin de Gorostiza, Canto a un dios mineral de Cuesta, Estación violenta de Octavio Paz, algunos poemas de Los hombres del alba de Efraín Huerta, El cumpleaños de Juan Ángel de Mario Benedetti (que suele considerarse novela), Migraciones de Gloria Gervitz, Cuerpos de Max Rojas, Consejos de 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger, de Mario Santiago Papasquiaro, por sólo mencionar algunos. Poemas que a su vez replican los cantos homéricos y las gestas heroicas de las culturas antiguas, indígenas y míticas que subyacen a todas las tradiciones poéticas. Es en esa afluencia poética del poema extenso en el que habría que situar el Libro VI. La construcción de la Rosa de Roberto López Moreno, pero con sus propias particularidades (que en lo sucesivo abrevio como Libro VI).
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¿Qué podría ser Libro VI más allá de su carácter extenso, fónico y por momentos barroco y selvático? Libro VI se integra con poco más de 60 poemas. Da la impresión que su estructura se compone de tres conjuntos; el primero, con varios poemas largos; el segundo, en el que predominan poemas más breves; el tercero, culmina con ocho poemas en prosa. Pero, es importante aclararlo, no se trata de un poema en tres partes, o para ser más exacto, partido. Es un poema con unidad, pero cuyo contenido exige un tejido particular, como la efusión de un volcán cuyo magma informe cristaliza en líneas, figuras o relieves.
Podríamos afirmar que Libro VI es un poema del origen y de las germinaciones. Poema de largo aliento en el que el cosmos y la partícula, lo macro y micro, la totalidad y los segmentos, el hierro y los volcanes, el criminal capitalismo y la selva con su vida, el cielo y la ciudad, el amor y el odio, el deseo y la avaricia, se mezclan, torsionan, contorsionan, luchan y bifurcan para generar nuevas síntesis y nuevas tensiones, pero que tienen por fin cristalizar vida.
Vida: misterio expresado en la creación de la rosa. El poema “Ceremonia” termina con el siguiente verso: “Fue creada la rosa”. Pero afirmar que una rosa fue creada, ¿qué puede significar? Antes de sugerir una hipótesis, conviene plantear una pregunta previa: ¿cómo es que ha sido creada la rosa? El poema “Creación” presupone ese acto —misterioso— de la creación. El poema “Creación” es un poema breve de quince versos y en los dos primeros nos dice: “Y aquí está la rosa,/ arquitectura suprema…”. En ese poema, el lector puede sentir la dureza y fragilidad, la consistencia y la superficie tersa de la rosa. Pero si puede oler y tocar su laberíntica arquitectura, no puede comprender —al menos en una primera lectura— el misterio de la creación de la rosa. ¿Por qué la rosa tiene la solidez de los productos de la arquitectura y los laberintos de la humanidad?, ¿por qué “entre sus paredes [de la rosa] brama el Minotauro?, ¿es acaso el laberinto de la rosa la cárcel o es más bien precursora de la trayectoria humana, trágica y memorable a la vez?
Por eso, porque el misterio de la cristalización vital se expresa en la rosa y aunque pueda sonar extraño, Libro VI también puede ser interpretado como un poema anticapitalista; desde el siglo XVI nada ha sido más criminal para la vida que la lógica del capital. No son casualidad los títulos de algunos poemas (“Codicia”, “Codicia II”, “Avaricia”, “Avaricia II”, “Avaricia III”, entre otros), que muestran el alma vampiresca del capitalista, esa personificación del capital como decía Marx. Pero además, como si fuera un tiempo inverso como aquel salto del tigre al pasado de Walter Benjamin, pero que trascurre dentro de sí, el Libro VI contiene los libros I, II, III y V (en forma de poemas en prosa), desplegándose como un laberinto hacia su interior; y, al contenerlos, posibilita que la rosa que emerge se pueda transmutar en magnolia, “flor de Coyoacán”.
En esa torsión de vida y antivida del capital, es importante recordar que la voluntad poética efusiva —y que finalmente cristaliza en formas vitales— proviene de un poeta nacido en Chiapas. Chiapas es un estado caracterizado por densas selvas o bosque tropicales. Por ello, podríamos decir que Libro VI es un poema selvático en el que los árboles y los jaguares tienen funciones de emergencia, de oscilación, contención, germinación y gestación. El festejo de la vida, pues. Las primeras líneas del poema dan cuenta de la apuesta fundacional y política de Roberto López: “Hierven millas yodo bajo densa bruma de solitaria especie;/ pavoroso (así debió haber sido) sistema de inmensidades jugando a darse forma…”. Y en medio de esa gestación e irrupción de la vida, de la misma humanidad gestante, aparece ese milagro natural: la rosa. La rosa en medio del jardín familiar y de la densa arbolada. La rosa en medio de la más agresiva acumulación del capital o de la mayor solidaridad de los pueblos originarios. La rosa anticapitalista. La rosa también como ecología moral y de las emociones humanas.
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Si el magma que procede de las entrañas de la tierra ha desembocado en la creación de la rosa, también puede mostrar una ecología de las emociones humanas a través de los 32 “afligidos destinos” de la “rosa de los vientos” (como se menciona en el poema homónimo). Es como si Libro VI recorriera el origen del cosmos para finalmente derivar en un mundo profundamente humano, pasional y trágico. La rosa de la avaricia, la rosa de la deshonestidad, la rosa del amor, la rosa del deseo, la rosa del odio, la rosa sangrienta. Como en la geografía moral dantesca, la rosa, transmutado en “rosa de los vientos”, muestra una ecología moral y emocional, por momento no exenta de cierto humor, como en el poema “Odio II”:
“Esperé tanto tiempo, tanto,
para poderme dar este largo banquete
con tu odio.
No hay plazo sin cumplimiento,
ahora, con la servilleta al cuello,
tenedor en mano,
estoy por dos generosas
rebanadas de odio,
espolvoreadas con una ración
de azúcar quemada, y enriquecidas con
tres gotas de zumo de naranja.”
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La rosa es el centro del poema (o el poema como rosa, rosa-poema). Así como en Neruda “las incidencias históricas, las condiciones geográficas, la vida y las luchas de nuestros pueblos [en América]” eran el centro de Canto General, Roberto López ha elegido la rosa como imagen, metáfora, resorte, motivo y más exactamente fundamento del devenir cósmico y humano. Neruda relata el devenir de América; Roberto López el devenir de la rosa como imagen de la humanidad. ¿Quién no ha estado frente a una rosa? Villaurrutia le canto en su “Nocturno rosa”. Ese botón rojo, o amarillo, o blanco. Las rosas del jardín de nuestras abuelas y abuelos. Las rosas salvajes del campo. Las rosas de los palacios donde los políticos se hinchan de soberbia y los empresarios engordan sus billetera. La rosa de la maceta. La rosa para seducir. Las rosas que adornan la vida cotidiana. Pero su belleza también tienen un lado peligroso: las espinas. Así lo canta Roberto López en el poema “El cuerpo del tiempo”:
“La rosa caminante nos dice
que el tiempo tiene forma de filo,
pincha la carne, la sangra,
tiñe de carne las palpitaciones de la rosa.”
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“Una rosa nunca miente,/ sí la mente.” asevera Roberto López en el poema “Dos trípticos entre Rilke y la rosa”. Pero mentir es algo propio de los humanos, como también afirma el segundo verso: la mente sí miente. La distancia —nítidamente humana— entre la mentira de la mente y la “nunca mentira” de la rosa es lo que se canta en Libro VI. Este juego de palabras, aparentemente obvias y que rápidamente se memoriza por su aliteración, oculta la naturaleza del poemario Libro VI, en el que asistimos a una suerte de gestación o génesis del universo poético-humano.
¿Pero qué puede significar que la rosa nunca mienta en un mundo donde la falsedad, la codicia, el tráfico, la acumulación del capital y la explotación son los síntomas de los tiempos infamantes que vivimos desde hace cuando menos cinco siglos?, ¿qué en la fase actual neoliberal en la que no ha dejado de degradarse el valor de la vida?, ¿qué puede significar esa rosa cuando desde la más tierna infancia se les enseña a los niños el trato cosificador del comercio y el fetichismo del libre mercado? Como dice López en el poema “Avaricia”:
“El juego de las canicas
inicia a la niñería
en los tratados del ansia;
con su práctica se incrementa
el deseo de la acumulación
hasta que las bolsas se rompen
con la suma de coloreadas esferitas de cristal.”
El pequeño capitalista aprende desde temprano el siniestro oficio de explotar a sus semejantes, pero la rosa sabe que la acumulación del capital no proviene del genio emprendedor del empresario sino, como diría Marx, del pellejo del trabajador que debe vender su fuerza de trabajo.
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En el poema se menciona varias veces a Huidobro. Y podemos entender que Roberto López se haya acogido a la portentosa sombra del autor de Altazor, pero mal haríamos en tratar de interpretar Libro VI como un Altazor aclimatado en la selva chiapaneca. Mientras en Altazor la rosa es una rosa: rosa roja, rosa blanca, rosa en la que una virgen está sentada, pero rosa al fin, es decir, rosa es rosa; en Libro VI, por su parte, la rosa es algo más: es aquel elemento hacia el cual los primeros gérmenes de la vida se dirigen con una fuerza tensa, contradictoria y trágica. Desde las entrañas de lo inmaterial y lo informe surge el miasma que conduce a la formación de la rosa. Si Huidobro exige en el Canto I:
“Silencio
Se oye el pulso del mundo como nunca
pálido
La tierra acaba de alumbrar un árbol”
Roberto López constata algo maravilloso al tiempo que fundacional:
“Fue creada la rosa.”
El árbol y la rosa. Pero la rosa, una vez conformada, aparece como fuente de diferenciación. La rosa es y no es. La rosa del codicioso, la rosa del dolor, la rosa de la otredad, la rosa del amor, la rosa del deseo. Hay que recordar que desde los primero pensadores se ha indagado sobre el origen, el primer motor o la causa causante. Tales afirmaba que era el agua; Anaximandro, el ápeiron; Demócrito, el átomo; Empédocles, los cuatro elementos: fuego, agua, tierra y aire. En términos poéticos todos tienen razón. De similar manera, Roberto López parece haber elegido como ese fundamento del cosmos a la rosa. La rosa: el ápeiron.
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En la tradición mitológica, Dédalo construyó un laberinto para encerrar al Minutauro. Jaime Torres Bodet retoma el motivo del laberinto como “infinito dédalo de espejos” en el bello poema “Dédalo”, para expresar la condición humana de encierro y abandono. Roberto López recupera el laberinto en la arquitectura de la rosa. Finalmente podemos comprender quién es el Minutauro atrapado “entre sus paredes [de la rosa]”. Ha dejado de ser el monstruo, mitad humano y mitad cabeza de toro. Es la representación de la vida y la antivida del capitalismo infamante, del amor y el odio, de la caricia y la espina, de la generosidad y la avaricia, de la germinación vital y la muerte, del crecimiento de la vida y la degradación por los procesos de acumulación del capital, de la selva y la ciudad. Ese es el estatuto paradójico del Minutauro atrapado en la arquitectura de la rosa. Por eso ahora entendemos a cabalidad la certidumbre del poeta: una rosa nunca miente,/ sí la mente.
*Profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana