Por Max González Reyes
La unidad es uno de los asuntos que se busca en cualquier organización, es decir, la identidad de intereses comunes para caminar en un solo sentido y por lo tanto lograr los objetivos. En lo que respecta a la clase política, la unidad es quizá lo más difícil de lograr, ya no digamos en la confrontación de posturas ideológicas, pues entre ellas es normal que se presenten enfoques distintos sobre la conducción y visión del país, sino al interior de un mismo grupo político. A lo largo de la historia podemos encontrar pasajes de personajes que en un principio marchaban mano a mano, pero en el caminar de los años se empezaron a separar y terminaron enfrentados.
Desde el Siglo XIX encontramos que Juárez y Lerdo de Tejada se distanciaron por diferencias políticas; más adelante en el Siglo XX, Madero y Zapata, Obregón y Calles; Cárdenas y Ávila Camacho, y en la historia reciente, Salinas y Zedillo. Desde luego, en medio de esos distanciamientos se encuentran intereses políticos entre ellos y los grupos que encabezan.
De igual manera, cada uno de los protagonistas de nuestra historia política han tenido su sello particular de gobernar, como lo llamó en su momento Daniel Cosío Villegas. Es decir, cada uno le ha puesto su toque particular a su manera de gobernar, ya sea para bien o para mal. No obstante, la figura presidencial debe ser un factor de unidad en el país. Como portador de la banda presidencial, el presidente debe convocar y resumir en su persona como portadora del cargo, la unidad de la nación, finalmente es el representante dentro y fuera del país. Es por ello que aunque muchos no hayan votado por él será el presidente hasta que termine su encargo.
Desde que inició su gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha enfrentado con toda clase de adversarios. Como se recordará desde los tiempos en que era presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) mantuvo una larga confrontación con el panista Diego Fernández de Ceballos, la cual hoy en día sigue vigente. Asimismo, en el transcurso de su carrera política se ha enemistado con personajes que en un principio lo apoyaron. Basta recordar que él como buena parte de los que hoy son líderes del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) salieron enfrentados del PRD. No es extraño decir que Morena es una escisión del PRD.
Sin embargo, ya como presidente, López Obrador se ha confrontado con todo el que no piense como él, o que no apoye su proyecto de Austeridad Republicana o la Cuarta Transformación. Ya se volvió costumbre que diario en su conferencia matutina descalifique a cuanto personaje se oponga a su proyecto. En esas conferencias ha hablado en contra de los organismos autónomos, de la UNAM, del CIDE, de los partidos políticos, de los empresarios, de periodistas y periódicos nacionales y extranjeros, de organizaciones internacionales, y un largo etcétera.
El presidente se siente en su ambiente cada vez que habla de sus opositores. A todos ellos los clasifica de conservadores y neoliberales; repite una y otra vez que él y la gente que está en su proyecto no son iguales a los gobiernos anteriores y que no los comparen. Todos los días el mandatario señala con nombre y apellido a quienes lo critican.
En las recientes conferencias, el presidente se ha enfrascado en una confrontación con el periodista Carlos Loret de Mola porque éste publicó un reportaje en torno a la casa donde vive su hijo en Houston, y los contratos de la esposa de éste. El presidente ha pedido al INAI que haga público los ingresos del periodista. Sin embargo, el organismo autónomo rechazó la petición. Ante ello, el Presidente le solicitó al comunicador que de su propia voluntad haga público sus ingresos. El Ejecutivo invirtió más de dos semanas a hablar sobre este tema, además que buena parte de sus conferencias lo dedicó a descalificar a periodistas como Carmen Aristegui, Brozo, Héctor Aguilar Camín, etc.
Pero esta confrontación no solo es por parte del poder Ejecutivo. En el Congreso de la Unión se han replicado las declaraciones del presidente. Es preocupante escuchar las posturas de los legisladores de Morena que repiten prácticamente los mismos argumentos del mandatario. Cada vez que pueden, diputados y senadores lanzan alabanzas a lo dicho en las conferencias matutinas. En un hecho que demostró la idolatría al presidente, 61 senadores, 58 de Morena y 3 del PES, suscribieron un documento en donde aseguraron que Andrés Manuel López Obrador “encarna a la Nación, a la patria y al pueblo”. En ese documento señalaron que López Obrador “simboliza los ideales de la nación, la patria, el pueblo, la independencia, la soberanía” y, por ello, quienes se oponen a él “son mercenarios y traidores a la patria”. De la misma manera señalaron que respaldan “incondicionalmente al presidente de la República”.
Desde luego, los senadores están en todo su derecho de apoyar a quien quieran, pero de eso a señalar como “mercenarios y traidores a la patria” a todo aquel que no piense o comparta lo que hace y dice el presidente, hay una gran diferencia. Asimismo, la expresión “encarna” se refiere a que el país encontró en la persona de Andrés Manuel López Obrador la forma de expresarse y de ser, por lo que no hay que buscar más sino escuchar y, en consecuencia, aceptar, lo que dice el portador del “la patria y el pueblo”.
No sé si los firmantes de este desplegado estuvieron conscientes de los alcances del comunicado, pero la postura a la comunicación fue rechazada ampliamente por la opinión crítica. Desde luego, los senadores dijeron que quienes criticaron su desplegado son “mercenarios y traidores a la patria”.
Por todo lo anterior, estamos en una polarización provocada desde el propio Ejecutivo y reproducida por los senadores de Morena. Ojalá esta confrontación no escale más allá de una postura partidista.