Por Enrique G. Gallegos
La sentencia de la Suprema Corte de la Nación (SCJN) que “resolvió por unanimidad de diez votos que es inconstitucional criminalizar el aborto de manera absoluta, y se pronunció por primera vez a favor de garantizar el derecho de las mujeres y personas gestantes a decidir, sin enfrentar consecuencias penales”, es sin lugar a dudas histórica. A partir de ahora todos los jueces deberán considerar “inconstitucionales las normas penales de las entidades federativas que criminalicen el aborto de manera absoluta” y por lo tanto ningún juez podrá encarcelar a una mujer por abortar. Tampoco hay que perder de vista que la SCJN también invalidó una disposición que fijaba “una pena menor para el delito de violación entre cónyuges, concubinos(as) y parejas civiles” que para la violación en general, considerándola discriminatoria contra las mujeres. Estas históricas decisiones ameritan la preguntar, ¿Qué pudo motivar a la SCJN a tomar esas decisiones de vanguardia?
Amerita preguntar porque las cortes y todo el sistema legal e institucional en el que descansan, son conservadoras por definición y suelen ser mecanismos de protección para las elites y el circuito del capital; los ministros son promovidos a esos altos cargos por los poderes instituidos, los factores reales de poder y la trama de intereses en que descansan. No cabe la respuesta formal de la división de poderes y la autonomía de los órganos judiciales, pues esto sólo encubre los verdaderos resortes. Por más que toda la tradición liberal, desde Locke pasando por Montesquieu y hasta los fundadores del constitucionalismo moderno expresado en la Constitución Mexicana y la teoría política neoliberal han hecho de ese principio la supuesta “salvaguarda” de los derechos de las personas. Y tampoco se puede aceptar sin mayor trámite la alocución del Ministro Presidente de que “con este criterio unánime, la Suprema Corte confirma una vez más que su único compromiso es con la Constitución y con los derechos humanos que ésta protege.” Ni el formalismo ni el “compromiso” legal son suficientes para explicar ese criterio. Hay un exceso político, que desborda ese marco de referencia y que amerita otra posible explicación. Entonces si la respuesta no está únicamente del lado de la división de poderes, la autonomía o el compromiso con las leyes, ¿Dónde podríamos encontrar una respuesta más convincente? Por supuesto, tanto la división de poderes como la voluntad legal tienen su peso, pero ensayaré otras tres posibles respuestas: una estructural y dos contextuales, pero que dependen de la primera:
1°. La primera y más importante es la pujanza y vitalidad política de los movimientos feministas. Basta observar lo que pasa en las universidades públicas y privadas: tendederos de denuncias, huelgas feministas que han cerrado instalaciones y creación de unidades de género. Para comprender los rápidos avances en términos de debate, urgencia, disputa y legitimidad pública que ha permeando hay que recordar que no hace mucho, algunos tres años, las marchas feministas eran catalogadas por los medios de comunicación dominantes como “salvajadas”, “actos vandálicos”, “violentas”, etc. Las tapas de los periódicos o noticieros como Milenio, El Universal, Reforma, La Razón, Excelsior, Televisa y TVAzteca eras homogéneas en esa lectura, que era al mismo tiempo una posición política de respaldo a la derecha y el conservadurismo. La indignación de esos medios no era por las violencias de género, los feminicidios y la criminalización, sino por rayar los muros o monumentos o quebrar los vidrios. Más en el fondo ocultaban su defensa de la cultura patriarcal capitalista y la familia heteronormativizada. Pero el movimiento feminista ha terminado por imponer —literalmente a punta de mazazos y patadas— una agenda de género, de aborto, de lucha contra la criminalización y las violencias machistas. Como muchas otras personas han escrito, el feminismo es el movimiento de vanguardia, por más que siga permeado por tendencias anarquistas y pro-neoliberales (de ahí que, dicho de paso, sea necesaria una transversalidad más firme, un reconocimiento de otras luchas y otros oprimidos, que tienen como enemigo común las distintas formas de manifestación del capital y sus agentes).
2°. El segundo elemento, coyuntural, ha sido el escándalo del pacto entre el partido de ultraderecha Vox, contrario al aborto, y el PAN, por más que la cultura de derecha esté al orden del día tras cerca de 40 años de neoliberalismo. El neoliberalismo, hay que decirlo, no es que sea de suyo de derecha, pero sus subjetivaciones, su sentido común, sus lógicas de individuación y emprendimiento, le son propicias; son el caldo de cultivo de la cultura facha. En esa cultura, basta nacer para convertirse en facho y se requiere un singular esfuerzo para desmontarla. Pero justamente por la fuerza y capacidad transformativa del movimiento feminista, algunas de las manifestaciones conservadoras en los poderes constituidos (como la Suprema Corte) han tendido a replegarse u operar en lo oscuro o en las laterales. De tal manera que el escándalo del pacto panista con la ultraderechista y neofascista organización liderada por Santiago Abascal, VOX, han servido como un revulsivo y ha tenido como efecto intensificar las apariencias, la corrección política o de plano subirse casi de polizón al “tren de la revolución feminista”: una SCJN que es sustantivamente conservadora, ahora se manifiesta en la vanguardia. Por supuesto, esto no quita que no existan ministros que no tenga una genuina claridad política sobre los tiempos radicales que vivimos (o sea, en temas de género, derecho al aborto, etc.). Hay una derecha visible, pero también toda una cultura de derecha de clóset.
3°. El tercer elemento también es contextual, pero contraintuitivo y parecerá extraño. Recuérdese que la historia y los fenómenos sociales no son lineales: son rizomáticos (Deleuze). Este elemento obedece a un cambio —relativo, contradictorio y focalizado, si se quiere— del arreglo político propiciado con la llegada de AMLO a la presidencia. Ciertamente no debemos de perder de vista que AMLO es conservador en temas de género, aborto, familia y en no pocas ocasiones sus expresiones han sido contrarias a los movimientos feministas o ha generalizado injustamente en cuanto a sus resortes y motivos, acusándolos de estar “infiltrados” (ahí está también el caso del senador Félix Salgado Macedonio, candidato fallido al gobierno de Guerrero, que mostró las contradicciones de Morena). Pero en el Presidente hay una cierta sensibilidad política por la justicia social, la desigualdad y los más desprotegidos que ha abierto, paradójicamente, un campo de disputa entre la dupla neoliberales/derecha (hay que insistir que desde hace 40 años, la derecha es, en gran medida, producto del neoliberalismo, aunque aquella venga de más atrás) y el gobierno. Las ridículas acusaciones de ser un gobierno comunista, socialista o que busca establecer una dictadura bolivariana, dan cuenta de ello. No es casualidad que los grupos de derecha y ultraderecha como FRENA, el Yunque y otras organizaciones se estén reactivando y acusen a AMLO de esos y otros disparates. Y tampoco que FRENA, por ejemplo, en su plataforma acuse, nueva paradoja y nuevo absurdo, al gobierno de AMLO de promover la “ideología de género” y lo que llaman la “agenda progresista (aborto, drogas, homosexualismo, relatividad de valores)” [y estoy citando textualmente], supuestamente promovida en el Foro de Sao Paulo y con el objetivo de llevar a México al comunismo. Evidentemente en Morena y a 4T, hay, además de tránsfugas priistas, panistas y conservadores, grupos de militante que genuinamente provienen y promuevan un praxis de izquierda, pero esta es otra historia. Hay, con todas sus limitaciones y contradicciones, un clima propicio para encauzar ciertas políticas de izquierda. Y eso lo sabe la derecha. Por ello, las posiciones de AMLO en temas de género en realidad les resulta irrelevantes, porque lo que cuenta es el efecto global, de volumen, que deja y el aire de izquierda que transmite su principio de “primero los pobres” y su encarte silencioso en las posibles trasformaciones; sobre todo, lo que pueda suceder en 2024.
Por lo pronto, hay que señalar que entre la fuerza desestructuradora y estructurante de los movimientos feministas, el cargado contexto político y la existencia de feministas en distintos frentes del actual gobierno y la 4T, la agenda feminista se ha impuesto a pesar del conservadurismo en temas de género de AMLO; pero, y esto es importante, no necesariamente contra su voluntad —que no es lo mismo.