Dedicado con amor a todas las mujeres que nos hacen falta, a todas las familias a quienes les han arrebatado a sus mujeres, a las mujeres en general, compañeras de dolor, de rabia y de fortaleza…
Ciudad de México, 24 de octubre de 2019
En nuestro corazón femenino hacen eco muchas consignas, todas ellas en defensa de nuestro propio cuerpo, de nuestra libertad, en defensa de nuestra voz; esas consignas son un referente de nuestra lucha constante por la oportunidad de poder vivir con tranquilidad. Esas consignas las hicimos nuestras durante la durante la “Caravana en contra de los feminicidios en Ecatepec“, Estado de México, que gritamos al unísono el domingo 6 de Octubre del presente.
Gritamos todas juntas “¡Ni una más!”, unimos nuestras voces cuando había que desgastar las gargantas para hacer escuchar a los oídos de otros que no queremos ni una menos, que nos hace falta justicia, que queremos que el mundo entero escuche nuestro hartazgo, ese mismo que nos nace en las entrañas porque día con día nos enteramos de que una mujer, una hermana, una madre, una hija, una de nosotras ha desaparecido, la asesinaron, la violaron, la torturaron, la mutilaron o todo lo anterior; un hartazgo que se externa y nos hace gritar ¡Ya basta!.
Bajo la convocatoria y dirección de la Red Denuncia Feminicidios Estado de México, las Mujeres de la Periferia para la Periferia y las Mujeres Trabajadoras de México, colectivos de la entidad, nos dimos lugar en el municipio más peligroso para ser mujer en México: Ecatepec; plagado de la ausencia de servicios públicos, de la ausencia del Estado, de terrenos baldíos, de calles sin pavimentar, de poca educación y oportunidades. Participamos como acompañantes, como espectadores de una serie de performances y memoriales que los colectivos habían planeado para recordar a víctimas de feminicidio en esta comunidad.
Por la mañana abordamos un camión en el paradero del metro Indios Verdes, aún perteneciente a la alcaldía de Gustavo A. Madero, Ciudad de México; e iniciamos el recorrido, siendo cuatro puntos en en total. Más allá de ser un recorrido simbólico, nuestro acercamiento a cada uno de los lugares fue con el corazón en la mano, con el alma expuesta, con la rabia en la garganta, con los pulmones sin aire y el cuerpo sin aliento.
Con un nudo en la garganta, en el primero de los cuatro puntos, se rememoró a Samantha, una menor de dos años, una niña, una mujer con tan poco tiempo en nuestro mundo, y que fue víctima de feminicidio a golpes en manos de quien fuera su padrastro, un individuo que sin menor arrepentimiento, abandonó su pequeño cuerpo sin vida sobre una banqueta de la calle Claveles, en la colonia Vista Hermosa.
Los vecinos dieron acompañamiento al memorial, con indignación recuerdan haber salido de sus casas un día y encontrarse con el pequeño cadáver, ninguno de ellos conocía a Samantha, pero no les pasa desapercibido el hecho lamentable de que la vida de alguien tan joven sea arrebatada.
Nuestras almas seguían con la misma energía en la segunda parada, ahora en la colonia Jardines de Morelos, donde Angélica y Karla, madre e hija de 41 y 17 años respectivamente, habían acudido a divertirse a un baile y fueron víctimas de feminicidio en este lugar, uno más de los sitios feminicidas del municipio, pues presuntamente, tres individuos las privaron de su libertad, las torturaron y violaron, para después asesinarlas y abandonar sus cuerpos en este baldío.
Durante el memorial, algunos de sus familiares hicieron acto de presencia en el baldío que desborda hierbas, insectos, basura y escombros, así como de una evidente falta de seguridad, donde dos mujeres que padecieron hace no mucho tiempo las consecuencias de un sistema patriarcal en el que se concede de manera anticipada al cuerpo de la mujer calidad de objeto, algo que puede ser usado, maltratado y desechado al antojo.
Ese día se recordó la tragedia y el asesinato de Karla y Angélica, pero también dio lugar al reconocimiento de calor femenino, del recuerdo de que una somos todas y a nosotras no se nos olvida que nos están matando. Este lote baldío se convirtió en un lugar para honrar la memoria de ellas, se convirtió en un lugar de acompañamiento, en un lugar donde nuestras energías convergieron para dejar aflorar el llanto de los familiares, para dejar salir sentimientos y esa enorme rabia que todas nos cargamos.
Ese día y este sitio también fue testigo de las palabras de Lidia Florencio, madre de Diana Velázquez, de 24 años, quien fue asesinada y violada hace dos años en Chimalhuacán, Estado de México; de Claudia Fernández, mamá de Fernandita, de 17 años, quien vivía en Ecatepec y fue asesinada en la colonia CTM El Risco, Gustavo A. Madero, Ciudad de México; además del llanto incontrolable y desgarrador de la hija de Angélica y hermana mayor de Karla. A partir de ese día, ese baldío guarda la memoria de dos eventos importantes: el primero son los cuerpos sin vida de Angélica y Karla, el segundo es que nosotras y nosotros no paramos, no olvidamos.
En el tercero de los puntos sirvió para rememorar a las mujeres que fueron víctimas de la pareja mal llamada “los monstruos de Ecatepec”, Juan Carlos Hernández y Patricia Martínez quienes asesinaros al menos a veinte mujeres, de las cuales se conocen solamente el nombre de cuatro de ellas. En aquel pabellón queda la memoria de nuestro pesar, un pesar que proviene de que nos han convertido en cifras, y que con dolor recordamos a esas mujeres que aún no podemos nombrar, pues a pesar de sentirlas, las han dejado lejos, perdidas, sin rostro.
Todos en aquel transporte llevábamos una carga sobre los hombros que se veía reflejada en nuestras miradas, que furtivas y fugitivas develaban el reconocimiento de la tragedia, del horror, del dolor, de la desesperanza, del cansancio que ocasiona la lucha constante por un mismo objetivo sin atisbos de mejoras claras y contundentes; de mejoras que no llegan rápido, que demoran, que tardan en aparecer y cuando lo hacen se rehúsan a salir a la luz a esclarecer las injusticias cometidas por un sistema que descuida a sus mujeres. Esa carga nos persiguió hasta nuestros hogares y permanecerá con nosotros hasta que nuestros cuerpos estén a salvo, a salvo de la humillación, del despojo, de la cosificación, de la violencia.
Para dar entrada a la asimilación de todo lo acontecido durante ese día, nos dirigimos y llegamos al centro del municipio en San Cristóbal, Ecatepec, lugar que goza de tener una apariencia agradable y amigable, pero que ostenta de una fuerza policial numerosa, misma que se ve ausente en las calles aledañas, que se hace de la vista gorda ante la violencia, misma que en ocasiones violenta a quienes debería proteger. En este lugar presenciamos el último de los performance que los colectivos habían preparado para mensajear a quienes fueran espectadores sobre la violencia diaria que vive la población femenina de nuestra nación.
Irinea Buendía, madre de Mariana Lima, joven de 29 años asesinada en 2010 en Chimalhuacán por Julio Cesar Hernández Ballinas, un policía judicial del municipio y quien era su pareja sentimental; recibió a las chicas que participaron activamente en el performance vestían del color del luto, se metieron en bolsas negras para aclarar cómo es que el sistema patriarcal nos mira, como desechables, cada una de ellas nombró a alguna mujer que ha sido mancillada, ultrajada, despojada, asesinada…
La lista podría seguir mucho más, cada una de estas mujeres dio cuerpo y voz a una mujer que ya no puede hablar por sí misma, pues ¿para qué estamos aquí nosotras si no es para hacer eso por quienes ya no están, por quienes ya no pueden? ¿para qué estamos aquí si no es para dar voz y cuerpo a quienes pudieron haber hecho lo mismo por nosotros?
De este modo pasamos a escuchar declaraciones de madres desesperadas por justicia, que han perdido a sus hijas a manos de un asesino, violador o misógino; madres que llevan años buscando esclarecer el feminicidios de sus hijas, madres que con el corazón roto lloran todos los días por obtener del sistema un juicio justo y la resolución a la denuncia, al delito.
Día con día salimos todas a la calle en busca de oportunidades, en busca de conocimiento, de libertad, de esa libertad que deseamos ejercer, pues se nos imponen reglas para mantenernos en casa, lugar a donde la seguridad no siempre llega, pues nos violentan también detrás de la puerta. Todos los días luchamos contra un mundo que parece que quiere vernos débiles, serviles, agachadas, calladas, muertas.
La vida no sigue un único camino, no estamos aquí para fungir como máquinas de reproducción, como objetos para satisfacción sexual, no estamos aquí para ser sobajadas, nosotras venimos a este mundo a participar de la voz pública, a gozar de nuestra libertad intelectual, profesional, sexual, reproductiva, estamos acá para decidir sobre nuestros propios cuerpos, para tener voz, para caminar sin miedo, estamos acá porque somos parte de la diversidad inmensa que compone nuestro mundo, porque somos una pieza fundamental para que todo funcione, pues como alguien me dijo una vez todos para todo y para todos todo.
Nos hace falta camino por recorrer, pero acá no se olvida, no te rindes, no desistes.