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Como hoja que se lleva el viento: la muerte de Ricardo, jornalero agrícola de la Montaña

Por El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Tlapa de Comonfort, Guerrero, a 29 de agosto de 2021.- Un padre de familia del pueblo Me’phaa, de la comunidad de Francisco I Madero, municipio de Metlatonoc, murió en un accidente en la carretera de Parral, estado de Chihuahua. Ricardo Marcos García, de 28 años de edad, hace mes y medio salió con su familia a trabajar como jornalero agrícola en el corte de chile jalapeño y serrano. En menos de 6 días falleció otro padre de familia lejos de su comunidad para desempeñarse como jornalero agrícola. El sábado 28 de agosto, Ricardo realizó en su camioneta un viaje al campo llamado los Reyes, que se encuentra a 40 minutos de la ciudad de Jiménez. Después de dejar a varias familias jornaleras, por un instante perdió el control del volante y en la maniobra se volcó. Lo acompañaba su menor hijo Alfredo de 13 años, quien de milagro sobrevivió.

Ricardo había regresado al domicilio donde renta un cuarto, para llevar a su niña al centro de salud. Su esposa Angélica, además, de la pena por su hija que llevaba varios días enferma, la noticia del fallecimiento de su esposo agravó más su situación familiar.

Ricardo dejó en la orfandad a seis hijos menores: Oscar de 16 años, Alfredo de 13 años, Javier 10 años, Edgar de 9 años, Arely de 7 años y Esther de 5 años. Su pequeña hija no sólo continúa con el vómito y la calentura, sino que sufre la pena por haber perdido a su papá.

Además de la tragedia su esposa Angélica, siente que el mundo se le derrumba porque no sabe cómo va a trasladar el cuerpo de Ricardo, desde Chihuahua a la Montaña de Guerrero. La funeraria ya le hizo el presupuesto de 40 mil pesos para llevarlo a su comunidad. Sus paisanos se han cooperado para cubrir los gastos de medicina y los pagos que tuvieron que costear con los agentes de tránsito. Han pedido al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) que pueda sufragar los gastos de la funeraria.

Ricardo y su esposa Angélica salieron el 15 de julio con sus seis hijos, con la ilusión de tener un ingreso para comprar maíz y ropa para sus hijos. Fueron cuatro miembros de la familia los que salían a trabajar a cambio de un pago de 17 pesos por cada arpilla de chile. Cada uno ganaba entre 150 y 200 pesos diarios. Además de los gastos para preparar la comida rentaban un cuarto por mil 600 pesos. El fatídico sábado 28 de agosto cumplían 46 días de estancia en los campos agrícolas. No contaban que su niña Esther se enfermaría, mermando sus ingresos. Sus familiares y amigos se encuentran totalmente desamparados en los campos agrícolas, donde sólo hay capataces que los obligan a realizar trabajos extenuantes sin ninguna prestación social. Las autoridades encargadas de velar por los derechos de los trabajadores siguen siendo cómplices de estos trabajos semi esclavizantes. La mayoría de estos campos trabajan de manera irregular, abusando de las apremiantes necesidades que tienen las familias indígenas para conseguir un trabajo remunerado, en condiciones indignantes.

Las muertes de las familias jornaleras indígenas son como hojas que se las lleva el viento, que nadie las ve ni las valora. Ninguna autoridad se conduele, mucho menos sale en su defensa para proteger a las familias desamparadas. El trato cruento que reciben está marcado por la discriminación y el racismo, que en los campos agrícolas forma parte de la vida cotidiana. Las tragedias que padecen las familias indígenas de la Montaña solo las llora el cielo que los vio nacer.

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