Por Enrique G. Gallegos
I
La pandemia con motivo del Covid-19 que inicio en Wuhan en diciembre del 2019 y que ha paralizado al mundo, vuelve a poner en discusión el modo de reproducción social vigente desde hace más de 350 años y que descansa en la generación sistemática de plusvalía. Sin embargo, es difícil aceptar que esta pandemia ponga en jaque al capitalismo, como lo han sugerido algunos filósofos naífs; más bien, creo, saldrá fortalecido porque justamente la crisis pandémica pondrá en movimiento sus mecanismos de autoprotección y operación que descansan en el sometimiento, control y extracción de la fuerza de trabajo; es decir, porque el ADN del capitalismo es la valorización del capital desvalorizando el trabajo y la subsunción de lo real (vida, cuerpos, personas, medioambiente, arte, bosques, imaginación, etc.). Para recordar la célebre imagen de Marx, el capitalismo es vampiresco: se alimenta de la sangre de las personas, cuerpos y ecosistemas, por más que con el Covid-19 el mundo vaya teniendo un aspecto de “apocalipsis zombi”.
Con todo, los 93,425 muertos y 1,536,979 infectados (cifras al 9 de abril y cada día siguen aumentado con dramatismo), así como la profunda crisis económica que está lanzando a miles de trabajadores al desempleo y miseria, además de las crisis sanitaria, alimentaria y psíquica, entre otras, por su radicales implicaciones que ponen en duda los valores básicos de la “civilización” —la salud y la vida—, ameritan que la misma civilización se autopiense como tal. Pero decir civilización es decir demasiado y demasiado poco. Es decir demasiado porque la expresión abarca tantos y diversos contenidos (digamos, desde la herencia griega a la herencia azteca) y es decir demasiado poco porque se escamotea que el meollo sigue siendo la reproducción del capital y la subsunción de lo real a éste.
Lo que quería es que al final de este artículo quede fija una imagen-doble, como operación política: el capitalismo es un régimen de muerte y destrucción y no es eterno: es mortal y puede ser liquidado. Liquidado en sus partes y en su totalidad, como lo fue el imperio romano, el otomano y las monarquías de los siglos pasados, por más que la liquidación de la totalidad sea por el momento sólo un pensamiento que transita necesariamente por la liquidación de sus partes a través de la praxis política.
II
Por supuesto, no vamos a reproducir la vieja discusión de economismo; es decir, reducir los problemas sociales y políticos a lo económico. Pero sí insistir en el imperio de la mercancía como figura sintetizadora, fetichizadora y material-metonímica de la modernidad; es decir, en la que los procesos de sometimiento social a la reproducción del capital siguen vigentes hoy como en la época de Marx , a pesar de la muda del capitalismo en los últimos 40 años bajo el dominio del capital financiero (que la presente crisis ha vuelto a desnudar en su carácter parasitario como en la crisis del 2008); sólo que para hacer legible las maneras en que se da esa subsunción al capital se requieren de mediaciones y mediaciones de medicaciones.
Justamente este sometimiento —no siempre claro e inmediato, sino no pocas veces incluso erótico, onírico y subliminal— al capital es lo que estaría en el fondo de esta crisis de salud global. Esto no quiere decir que epidemias no hayan existido en otros períodos históricos, sino que lo que encontramos en la pandemia del covid-19, en la fase actual de capitalismo denominada como neoliberalismo, es de una radicalidad inusual, no sólo porque la agroindustria está pulverizando los equilibrios inmunológico de las especies, sino porque ayudaría a volver a situar en cruda luneta que uno de los rasgos centrales del capitalismo es justamente la crisis, como bien los señaló Marx en El Capital en 1867 y toda la polémica sobre el “derrumbe del capitalismo o el sujeto revolucionario” (Grossmann, Moszkowska, Mattick, Pannekoek, etc.).
En efecto, debemos insistir en ese rasgo excepcional del capitalismo: la crisis (que es complementaria al otro: generación sistemática de plusvalía); tendríamos que subrayarlo porque el capital y sus operaciones de subsunción tienden a ocultarla, normalizarla y hacerla pasar por lo que no es: una excepción, fenómeno que puede o no suceder, asunto contingente, de un día sí y otro no, o imputarla a la responsabilidad individuales de las personas y sus familias. Esa es una de las paradojas de los tiempos que vivimos: un tiempo permanentemente en crisis, pero que es ocultada con el manto de la normalidad y regularidad. Doble manto porque también se discurre que las personas atraviesen por sucesivas crisis como momentos de una supuesta normalidad. Crisis de la adolescencia, crisis de la edad madura y crisis de la vejez, etc. Lo que en algunas filosofías se conoce como crisis de la experiencia. Y para salirle al paso, se receta una amalgama de emprendedurismo (“¡sé empresario de ti mismo!”), psicología barata, new age, recetas de superación personal, resiliencia, relaciones tinder, amigos facebookeros, amores-odio a tuitazos y cierto foucaultismo bastante extendido en el involuntario neoconservadurismo (los cuidados de sí), ocultando lo estructural del fenómeno y desresponsabilizando a la sociedad capitalista.
Modos subjetivadores para ocultar la crisis del capitalismo y hacerla pasar por regularidad, normalidad, cotidianidad, responsabilidad individual y que puede ser superada con buenas frases, terapias y té de azahares. Así, el sentido común termina por asimilar la pobreza, enfermedad, desigualdad, falta de agua, hacinamiento, explotación y opresión y su agenciamiento en el nivel de una subjetividad atomizada y responsable de sus propios cuidados, los de su familia y cercanos. De aquí que sea necesario restituir la estructura de la crisis y la crisis como estructura del modo de producción capitalista, que está más allá de los agenciamientos subjetivos y los bellos cuentos de Caperucita Roja y el lobo feroz (sin saber que en Caperucita ya anida otro lobo más feroz). La brutal paradoja es que mientras se normaliza la pobreza, desigualdad, enfermedad y hambre, la “falta” de libertad es vista como una opresión radical e insoportable.
III
Esta paradoja pasaría por una figura retórica más de la estética criminal de los tiempos felices y “the wonder years” si no fuera porque es productora de muerte, destrucción y sangre. Las crisis capitalistas son doblemente mortíferas porque los que llevan la peor parte son las y los trabajadores, indígenas, oprimidos, pobres; los de abajo. Ciertamente algunas de esas crisis son locales y otras globales y operan con diferente intensidad; por ejemplo, si la crisis de homicidios derivada de la “guerra al narcotráfico” en México no la comparte Europa, pero el consumo de droga y las ganancias que genera esa modalidad soterrada del capital retorna a las grandes urbes del capital financiero; así, pues, lo local a su manera sintetiza e intensifica lo global y lo global, a su vez, determina e impulsa lo local. Esas crisis son figuras de un mismo plasma mortífero (algunas veces velado, como si fuera el virus oculto de otro virus, unas veces operando de manera sutil, otras descarnadamente): los mecanismos directos, indirectos y mediados de reproducción del capital.
Aquí hago un registro superficial de las diferentes formas en que se expresa la crisis en el capitalismo y que representan el estado axiomático de ese modo social de reproducción (menciono sólo algunos datos de forma ilustrativa):
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Crisis económicas. Sólo en el momento neoliberal posterior al golpe de estado en Chile, en los siguientes años existieron crisis económicas: 1974, 1982, 1990, 1994, 1997, 2001 y 2008. La crisis del 2008 dejó miles de trabajadores desempleados, pobreza, desigualdad, hambre, desesperanza, violencia y deterioro ambiental. Para algunos, la crisis económica en curso podría ser la peor de la historia.
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Crisis en la distribución en la riqueza. Para decirlo en grueso y usar la célebre expresión de Stiglitz, el 1% de la población mundial poseen tanta riqueza como el 99% restante de la población del mundo. Para algunos investigadores, “la mitad de la humanidad queda[ba]… clasificada en pobreza extrema en 2005” (Araceli Damián).
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Crisis medioambientales. Por sólo poner un ejemplo, según IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) la temperatura ha aumentado 1.5 °C, lo que tiene efectos en la desertificación y la degradación de la tierra; además, recordemos los fenómenos de incendios, aumento del nivel del mar, desaparición de los glaciales, tala de bosques, etc. Este año vimos como los incendios en Australia arrasaban con parte de ese territorio.
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Crisis de hambre. Según OXFAM, “al hambre afecta a, aproximadamente, mil millones de personas en todo el mundo”. Por supuesto, los alimentos se producen en grandes cantidades, pero de acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (ONUAA), cerca de una tercera parte de los alimentos del mundo se pierden o desperdician cada año. La otra cara de esto es el sistema agroalimentario vigente que está sometiendo a crisis biológicas a las especies y al mundo a través de “la cría industrial de animales, como los monocultivos, como incluso las empresas forestales y la deforestación hecha en forma comercial” (Silvia Riveiro).
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Crisis en la salud mental. Aunque las enfermedades mentales son definiciones problemáticas y que además sostiene toda una lucrativa industria farmacéutica, es incuestionable que el estrés laboral, la incertidumbre y la ausencia de seguridad para los trabajadores asociados al capitalismo tienen efectos en la salud mental de las personas. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), “más de 300 millones de personas en el mundo sufren depresión, un trastorno que es la principal causa de discapacidad, y más de 260 millones tienen trastornos de ansiedad.”. Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) al menos 1 de cada 5 trabajadores sufre de un trastorno mental asociado con su entorno laboral.
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Crisis de violencia, feminicidios e inseguridad. Por sólo señalar algunos datos: según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, de 2017 a 2020 los feminicidios en México aumentaron de 7 a 10.5 por día. Según el informe “Global Study on Homicide 2018. Gender-related killing of women and girls”, “un total de 87,000 mujeres fueron asesinadas intencionalmente en 2017. Más de la mitad de ellas (58%) fueron asesinadas por sus parejas íntimas o miembros de la familia, lo que significa que cada día 137 mujeres en todo el mundo son asesinadas por un miembro de su propia familia. Más de un tercio (30,000) de las mujeres asesinadas intencionalmente en 2017 fueron asesinadas por su pareja.” Según algunas fuentes, en México existen más de 250 mil asesinatos en el marco de la llamada guerra al narcotráfico y más de 60 mil desaparecidos desde el 2006.
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Crisis de salud. De acuerdo al informe del 2019 de la OMS, “en los países de ingresos bajos, donde los servicios son más escasos, una de cada 41 mujeres muere por causas relacionadas con la maternidad, en comparación con una de cada 3300 en los países de ingresos altos. En más del 90% de los países de ingresos bajos hay menos de cuatro enfermeros y profesionales de partería por cada 1000 personas”. Por otro lado, los países de ingresos bajos, la esperanza de vida es 18.1 años inferior a la de los países ricos y 1 de cada 14 niños nacidos en un país pobre morirá antes de cumplir 5 años. Según la OPS (Organización Panamericana de la Salud), “los contaminantes microscópicos en el aire pueden penetrar los sistemas respiratorios y circulatorios, dañando los pulmones, el corazón y el cerebro, matando a 7 millones de personas en forma prematura cada año por enfermedades como el cáncer, los accidentes cerebrovasculares, las enfermedades cardíacas y pulmonares”. Cerca del 90% de estas muertes se producen en países de ingresos bajos y medios. Existe una relación entre salud y condiciones de pobreza.
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Crisis del trabajo. La Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo señaló en un informe del 2019 que “el 47 por ciento de los trabajadores de los Estados Unidos corren el riesgo de verse sustituidos en sus puestos de trabajo por la automatización; mientras que “el 56 por ciento de los puestos de trabajo corren el riesgo de automatizarse en los próximos veinte años.” El Banco Mundial estima que “dos tercios de los puestos de trabajo de los países en desarrollo podrían ser automatizados.” Estas automatizaciones y han provocado y provocaran miles de trabajadores despedidos e intensificarán el desempleo y la pobreza.
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Crisis poblacionales. Según cifras del Banco Mundial, en 1980 había 4,431 mil millones de personas y para 2015, 7,341 mil millones, es decir, en 35 años la población ha aumentado casi un 70%. Súmese a esto las automatizaciones mencionadas en el punto anterior y se tendrá una idea de la gravedad de la situación. Por otro lado, de acuerdo el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en 2015 “más de 2.000 personas al día arriesga[ron] sus vidas y las de sus hijos cruzando el Mediterráneo” y en 2016 se habían ahogado 5,000 personas (casi 14 personas cada día) en su intento de llegar a Europa. Se comprende las presiones que este aumento de la población y la distribución desigual de la riqueza han tenido para el trabajo, la alimentación, la salud, la educación, el medio ambiente, etc.
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Crisis de la educación. Por ejemplo, según el “Informe sobre el desarrollo mundial 2018: Aprender para hacer realidad la promesa de la educación”, en países como Kenya, Tanzanía, Uganda y otros, el 75 % de los estudiantes evaluados no entienden lo que leen. Existen 260 millones de niños que no asisten a la escuela debido a los conflictos, discriminación, pobreza y otros problemas. Además de las grandes masas de jóvenes excluidos de la educación y que se manifiesta más intensamente en los países periféricos a los Estados capitalistas, interesa destacar su talante productivista, atomizante, individualizante y alineado al aparato productivo que normaliza y justifica la opresión, explotación y pobreza como un estado normal; ahora intensificados por medios educativos no presenciales o virtuales justamente porque el capital y sus procesos de subsunción también mudan a lo virtual.
Crisis locales y globales: injusta distribución de la riqueza, crisis medioambientales, automatizaciones, aumento de la población, feminicidio, asesinato, migraciones, muerte, pandemias, enfermedades, desempleo, incendios, crisis económicas, a lo que hay que agregar una radical crisis de la clase política y la emergencia de los neofascismos y la derecha radical: la crisis como el estado permanente del capitalismo. Algunas son crisis locales y otras globales, pero tienen vínculos directos o indirectos, inmediatos o mediados con la reproducción de capital. Crisis: subsunción de lo real e imaginario al capital.
IV
Por supuesto, en esta pandemia los que nunca pierden o pierden muy poco o pueden encerrarse en la cuarentena para ver Netflix y ordenar un pizza, podrán responder con formas fetichizadoras: “si hay Dios, habrá vida”; o desde la sociología reflexiva: el capitalismo como “(auto)destrucción creadora” de sus mismas soluciones y protecciones (Beck). Y así cuando el capitalismo destruye el medio ambiente y es criticado por los movimientos ecologistas, se convierte en ecologista o verde; cuando lo es por los movimientos artísticos o feministas, se vuelve artista postconceptual o feminista; cuando lo es por la globalización, se vuelve nacionalista. Pero aquí afirmamos categóricamente: si hay capital, hay muerte y destrucción. Chorrea sangre y lodo (Marx).
Pero ¿esas crisis no muestran también lo mortal del capitalismo o acaso es inmortal?, ¿acaso es el representante del Dios colérico y despiadado del Antiguo Testamento, que incluso devora a sus mismos hijos? El capitalismo es un fenómeno histórico y por lo tanto es mortal o para ser más exacto, liquidable. Y esas crisis lo insinúan, aunque no morirá de muerte natural. Desde la misma muerte que produce debemos desencadenar las fuerzas vitales. Debe ser liquidado para que la humanidad viva; liquidado en parte con sus mismas armas, desde sus mismas debilidades y entrañas; su veneno debe producir nuestro antiveneno, pero ello requiere de actores sociales formado políticamente en algunas ideas para hacer de lo negativo de la crisis algo positivo y que a vez se pueda avanzar en la liquidación del Imperio de la Muerte. Sin claridad filosófica no hay claridad performativa.
En primer lugar, entender las dos ideas en las que he insistido en este texto: que el capitalismo es un régimen de crisis, de destrucción y muerte y que es temporal y por lo tanto se le puede hacer desaparecer. Aceptar y promover la sola idea de que el capitalismo es mortal y liquidable sería un gran paso para avanzar en la posthistoria, aunque insuficiente. El horizonte no es, como ingenuamente se dicen desde algunos gobiernos “progresistas”, salir del neoliberalismo, sino reconocer la necesidad de salir del capitalismo (el neoliberalismo es capitalismo) y entrar en la verdadera historia de la humanidad.
En segundo lugar, se debe rescatar al Estado. Si bien el Estado es en gran medida una creación histórica de la burguesía para la defensa de sus intereses, también lo es que en tanto medio, técnica e instrumento, puede reorientársele en defensa de los oprimidos y los trabajadores. Eso significa repensar el sentido del derecho y sustantivizarlo. Poner en el centro de las ideas jurídicas la igualdad real y subordinar la libertad formal. Pero esto no basta, ese Estado tarde o temprano regresará a su plasma mortífero. De donde el Estado debe ser resocializado desde abajo y atravesado por lo común o, para parafrasear al Lenin de “El Estado y la revolución”, tamizado en la experiencia radical de la comuna que pretendió ser el postEstado.
En tercer lugar, ocuparse de la construcción hegemónica de lo común desde abajo y ahí trabajar desde los valores de uso que protegen la vida. Eso significa encontrar núcleos duros e incuestionables de construcción hegemónica; tres de ellos son fundamentales: la restitución de la consciencia de clase que pasa por el hecho duro de que el 99% de la población debe trabajar para reproducir su vida; la defensa del feminismo, que pasa por el hecho duro de que la población femenina representa aproximadamente el 50% y existe connivencia entre capital y patriarcado; y, por último, restituir la vida en todas sus formas como potencia creadora que se opone al capital como muerte. Eso significa a su vez modificar radicalmente las formas educativas (formales y a nivel cotidiano) y la intensificación de las organizaciones intermedias (barrios, colonias, sindicatos, agrupaciones, etc.) que deben estar tamizadas por los tres núcleos duros. Oponer radicalmente en esos espacios las formas del valor de uso al mortífero valor de cambio para enfatizar las diferentes figuras de la vida y sus potencialidades. Se trataría de avanzar en lo que Badiou denomina como la “hipótesis comunista” (que no tiene que ver con la estalinización del Estado o capitalismo de Estado).