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Crónica | San Gabriel, el pueblo que se inundó en un día sin lluvia

Crónica que narra la tarde del primer domingo de junio. Ese día no llovió en San Gabriel y sin embargo, el pueblo se inundó de lodo, piedras y troncos que fueron arrastrados desde la montaña lastimada por los incendios que consumieron más de 16 mil hectáreas de bosque.

Por: Esther Armenta / Letra Fria

San Gabriel, Jalisco; 04 de junio de 2019. (Letra Fría) Esa tarde no llovió. Las calles que ahora están llenas de lodo negro, piedras y troncos, esa tarde lucían secas, como se ven ahora las periferias del municipio rulfiano; con personas a borde de calle y hamburguesas sobre la parrilla, listas para ser intercambiadas por unos pesos.

Desde la carretera estatal El Grullo – Ciudad Guzmán entras a San Gabriel. Sigues en línea recta sobre Juárez y de a poco el agua aparece, las parrillas rodeadas de gente ya no están, el lodo sí. La gente platica e insiste; el aguacero no ha estado ahí, pero todos hablan de él.

Es lunes, un día después de la tragedia. Ya casi son las nueve de la noche y San Gabriel está a menos de diez minutos de quedar a oscuras; los rostros y las casas comienzan a transformarse en sombras, en siluetas deformes porque el sol se ha ido. Las personas son capaces de distinguirse de otros objetos por su movimiento al andar; las casas, en cambio, afirman su existencia cuando dejan salir las voces de la gente que está en su interior, bajo el marco de la entrada o lo que solía serlo hasta el domingo en que los gritos anunciaron la avalancha por el río Salsipuedes. Esa tarde los gritos de auxilio podían confundirse con la súplica de su aparición, -¡El río! ¡El río!- La gente no podía explicar lo que veía mientras su instinto de supervivencia los hacía escapar del río ennegrecido.

Alfredo se bañaba y afuera, el río ya estaba bramando.

El sonido del agua reconociendo cauces no dados, llevó a Alfredo de la regadera a la ventana; delante de él vio cómo el agua no bajó sola. Se trajo al cerro exiliado por los incendios forestales que consumieron 16 mil hectáreas semanas atrás, “estaba lleno de palizada, veía como salían carros que los traía el arroyo. Traía piedras, palizada”, dijo Alfredo entre tartamudeos, antes de ser reemplazado por la voz grabada de una mujer que se acerca lento y de apoco, desde la bocina de un automóvil para anunciar el reparto de agua potable, en uno de los centros de acopio.

Ya es de noche y ya no hay luz en el Llano en Llamas.

Como esperando la hora, Alfredo empuña entre sus manos un reloj color plata, lo sostiene y luego deja salir de sus labios que el desbordamiento “fue por eso de los aguacates”, pero los aguacateros dicen que no, que su industria crece respetando la ley, de forma sustentable, lo dice una nota de UDGTV publicada el 03 de junio, en la que el director de la Asociación de Productores Exportadores de Aguacate de Jalisco, Ignacio Gómez, defiende al sector a dos días del desbordamiento.

Los pies se hunden en la oscuridad. La falta de luz se siente en los pasos dados a la suerte que quedan marcados en el lodo fresco. En algunas zonas se ha endurecido y permite movimientos firmes a los hombres y mujeres que llegada la oscuridad, se transforman en luciérnagas e iluminan sus pasos.

Hasta el lunes por la noche la luz no ha vuelto en su totalidad, los albergues y centros de acopio cierran antes de las 10 de la noche porque entre los voluntarios ya no saben quienes son, ya se desconocen las caras.

Al caminar la gente no habla y sus rostros son todos iguales, sombras.

Los cuatro kilómetros y medio atravesados por el río se reconstruyen entre murmullos de sus habitantes que salieron justo a tiempo, que escucharon a lo lejos o muy de cerca cómo venía la avalancha. Muchos siguen viendo las calles como queriendo comprender lo que pasó, mientras el río todavía lleva agua, pero ahora no brama, sólo corre a paso muy lento, casi silencioso a paso ignorado por la gente de San Gabriel.

-“Vi la cama aquí de alto”-, dice una mujer señalando hasta dónde llegó su cama.

– “Alcanzamos a salir”-, dice un hombre afuera de lo que era un negocio.

Quedaron las marcas del lodo a la altura del contador de luz, el barro aplastó la calle Independencia y se expandió hasta las puertas de las casas a 200 metros de ancho.

Al final la huella del río está ahí,  en al menos mil casas, con los corredores desbordados de leña y de ropa; cada vez es menor su presencia. Los vecinos se han organizado para echarlo de sus casas y de sus calles. Desde la mañana llegaron  máquinas y cientos de voluntarios de la región y del estado trabajan sin descanso, pero aunque lo quiten de las paredes, el barro seguirá ahí, como lo hace ahora, atravesando la memoria de los habitantes que estuvieron ahí esa tarde que no llovió y el pueblo de San Gabriel se inundó.

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