Por El Centro de los Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
La cotidianidad de las familias pobres de Acapulco es levantarse a las 4 de la mañana para formarse en las largas filas, recibir una despensa y algunos litros de agua. Esperan varias horas para recibir la dieta de la sobrevivencia, bajo un sol incandescente en medio de la basura y malos olores. El agua tiene que conseguirse o recolectarse porque no llega a los domicilios. La gente tiene que lavar su ropa en los ríos con el agua chocolatosa. Varias amas de casa juntan la menos sucia para preparar sus alimentos. Ante la falta de gas improvisan su fogón y con lo poco que tienen de aceite y condimentos tratan de darle sabor a sus alimentos. Las tortillas son insuficientes para satisfacer a todos los de la casa. El cono de huevo está a 100 pesos y difícilmente lo encuentran, los jitomates, si tienen suerte los consiguen a 10 pesos cada uno. No hay más alternativa que llenarse con galletas y sopa Maruchan, pero ya se chocaron de comer lo mismo.
La gente está desesperada y enojada porque la luz aún no llega. A pesar del gran esfuerzo de los trabajadores de la CFE, no se normaliza el servicio en muchas colonias. Sin luz y sin agua nada se puede hacer en la casa. Van 12 días y la situación no se revierte. La población camina sin encontrar lo que necesita. Tampoco se topa con autoridades municipales ni estatales para decirles lo que están padeciendo. Hay una sensación de abandono, de sentirse desamparado, sin tener a alguien que los escuche y les ayude a salir de este infierno. Los niños y niñas caminan en busca de agua y comida. Las escuelas quedaron relegadas, porque también requieren reparaciones y nadie se ocupa de ellas.
En las precarias viviendas, las familias tratan de enderezar las láminas y medio cubrir sus techos. Por falta de árboles no hay donde protegerse del sol. Ni los ventiladores trabajan por falta de luz. La gente prefiere dormir en sus patios o azoteas para refrescar el cuerpo. El gusto por contemplar las estrellas que antes no veía, se contiene ante la incertidumbre de lo que le depara en los próximos meses, porque se quedaron sin nada y tampoco hay trabajo.
La incertidumbre cala hondo porque hay que empezar limpiando la casa y el entorno, tener los servicios básicos, comer en la mesa y asegurar que los hijos estudien. Asegurar un ingreso, pero ¿hasta cuándo llegarán los turistas? No hay respuestas certeras, todo es volátil, frágil y precario. Gana la tristeza y la impotencia de no poder vencer en el corto plazo las múltiples carencias que a diario enfrentan.
Dónde están las autoridades, es la pregunta que mucha gente se hace al deambular sin rumbo por las calles. Los mismos periodistas que se encuentran frente a la gran plaza esperan que llegue la presidenta Abelina o la gobernadora Evelyn para informar a la población local de las acciones que están realizando. No hay esa cercanía con quienes hace dos años fueron a sus colonias a pedir el voto. La distancia está muy marcada, cada gobierno con su círculo cercano realizando actos mediáticos para consumo nacional. Lo contrastante no sólo son las condiciones deplorables en que se encuentran las familias que requieren de todo tipo de ayuda, sino la nula información que tienen sobre cómo se aplicará el plan de recuperación de Acapulco y Coyuca de Benítez, sobre todo la reconstrucción de sus viviendas, que de acuerdo con datos oficiales, el 90 por ciento resultaron afectadas.
La situación es más grave y compleja con los familiares de personas desaparecidas. Las autoridades anuncian en las mañaneras el número de personas fallecidas y las que fueron localizadas y habían sido reportadas como desaparecidas. Hasta la fecha se habla de 46 fallecimientos (entre ellos 3 extranjeros) y 58 personas desaparecidas (el gobierno del estado habla de personas no localizadas). Resalta que 799 personas fueron localizadas. La realidad es que las familias no tienen información directa de qué personas son las fallecidas y cuáles no son localizadas. Tampoco sabe con qué autoridades tiene que acudir para que le brinden información y sobre todo el apoyo para asegurar que buscan a su familiar.
Hay casos de marineros que no aparecen. Comentan que varios de ellos se quedaban a dormir dentro de los yates porque así les ordenaban los dueños. Ahora resulta que nadie asume la responsabilidad para que se hagan efectivas sus búsquedas. Son más bien sus compañeros los que están haciendo estos trabajos de manera voluntaria, sin que se cuente con personal especializado, como buzos, para que realicen estas maniobras. Mientras tanto, los familiares se reúnen diariamente en la rotonda de los hombres ilustres, para saber qué noticias hay, sin embargo, no hay avances porque no tienen una interlocución directa con los encargados de la búsqueda. Falta interés y sobre todo sensibilidad para brindarles una atención digna a las familias, que además de perder su casa, tienen desaparecido a uno de sus seres queridos. Las víctimas están desesperadas, porque entre más pasen los días, la posibilidad de encontrarlos se desvanece.
La devastación ambiental tocó fondo sobre todo por la voracidad de políticos y empresarios que despojaron a los ejidatarios de las zonas de humedales para construir complejos turísticos que acabaron con las protecciones naturales que además son ecosistemas que almacenan el agua y ayudan al sostenimiento de la vida silvestre. Esta destrucción en aras de los grandes negocios turísticos ha atentado contra la diversidad biológica que es parte del paisaje natural de esta belleza marítima. Son parte del hábitat para especies migratorias y es enclave rico por sus especies endémicas, únicas en el mundo. Los humedales son imprescindibles para absorber el agua y evitar inundaciones, sobre todo, cumplen una función fundamental en la mitigación del calentamiento global. Amortiguan el efecto de las tormentas y las inundaciones.
El paradisiaco puerto ha perdido su encanto por la rapiña de los empresarios que contaron con la complacencia de las elites políticas, porque fue un negocio redondo, como sucedió con Salinas de Gortari, Diego Fernández de Cevallos y empresarios consentidos del sexenio, que se adueñaron de Punta Diamante.
Las familias del Acapulco rural, sumidas en el abandono y la pobreza ancestral perdieron sus viviendas y sus cosechas. De por sí no tienen agua entubada en sus casas y la luz eléctrica es muy inestable. Están incomunicados por sus caminos intransitables, viven en la oscuridad y no tienen víveres porque el viento se llevó todo. Sus milpas quedaron anegadas, ni sus hojas podrán utilizar como rastrojo porque los animales se perdieron y algunos se murieron. El desastre es generalizado porque sus construcciones son de tablas, adobes, bajareque y láminas. Son materiales que volaron con el huracán. Los pocos muebles que tienen quedaron inservibles. Las bases de sus camas se quebraron, sus colchones se mojaron, su ropa voló y la que rescataron está llena de lodo.
Las palmeras quedaron sin follaje y sin cocos. Lucen vencidas y a punto de desprenderse de sus raíces. Muchos árboles de mango se cayeron, los que quedaron en pie resintieron el ventarrón y difícilmente florearán para la próxima cosecha.
Los medios de vida de las familias del campo se perdieron y llevará tiempo para su recuperación. Son las comunidades menos atendidas y sus habitantes temen que no lleguen los servidores de la nación a censarlos o que simplemente digan que no hubo daños, porque de por sí sus comunidades están sumidas en la pobreza. Carecen de todo, sin embargo, no están derrotadas, han sabido resistir los embates del gobierno y han defendido sus tierras y su río empuñando sus machetes. Hace 16 años se opusieron a la construcción a la presa La Parota y demostraron su casta al vencer a la CFE en los tribunales y dentro de sus bienes comunales.
En los municipios de la Costa Chica como San Marcos, Cruz Grande y Ayutla y algunos de la Montaña Alta como Acatepec, Malinaltepec, Tlacoapa, Metlatónoc y Cochoapa el Grande la población indígena también padeció la furia de Otis. Los cultivos de maíz se perdieron por los fuertes vientos que tiraron las milpas y secaron las guías de calabaza y frijol. No habrá cosecha en el invierno y en la temporada de secas arreciará el hambre.
Muchas familias que perdieron su milpa adelantaron su salida a los campos agrícolas para contratarse como jornaleros agrícolas. Los niños y niñas de 12 años se enrolan también en estas actividades para ayudar en la compra de alimentos que venden a precios altos los dueños de los campos. Como ha sucedido con otras tormentas, como la de Ingrid y Manuel, un gran número de familias damnificadas no fueron censadas y quedaron sin el apoyo del gobierno. Con la salida de las familias a los campos agrícolas, nuevamente los más pobres de la Montaña no serán censados y se quedarán sin el apoyo gubernamental.
En el puerto de Acapulco, en sus colonias periféricas y las comunidades rurales de la costa Chica, Costa Grande y la Montaña, impera la desolación, la incertidumbre y la desesperación, ante la falta de una interlocución cercana con las autoridades y una información accesible que les permita ser partícipes y beneficiarias de este proceso de reconstrucción.
La población ha demostrado tener casta para enfrentar los grandes desafíos. Están de pie luchando a brazo partido. El gobierno no los debe ignorar ni echar de menos. Son parte de un pueblo combativo que abreva la sabiduría de sus antepasados, que resiste y que sabe pelear contra las injusticias y el mal gobierno. Las autoridades en turno deben de escuchar la voz de quienes no tienen bienes materiales, pero que poseen un espíritu indómito.