Por: José Meza / Somos el medio / Taller de Periodismo de Investigación UACM del Valle
Ciudad de México, octubre 2023.
Él es “el corre”. Su sonrisa ya no tiene ni un solo diente, apenas un par de muelas que se alcanzan a asomar debajo de las mejillas. Su nariz está chueca y aparenta tener muchas heridas. En la frente lleva una cicatriz, dice que se la hicieron en la correccional de menores a la que entró cuando apenas iba en quinto año de preparatoria, por eso le apodaron así, “el corre”.
“El Corre” cuida de las trabajadoras sexuales que están en las salidas del metro revolución. Federica es una de ellas, esta recostada sobre de un cartón, la cubre una cobija azul pero Carolina, otra trabajadora sexual (transexual) le descubre la pierna izquierda para que la mire: “la picaron”, me dice. Le pregunto qué cuándo y responden que a lo mucho, hace media hora.
No dejaba de repetir que me golpearía, que le mostrase las fotos o que me partía mi madre. Le mostré, hizo zoom con sus dedos en una de las esquinas, en la que ellos salían, y me dijo “ahí estamos, ¿no que no nos habías tomado una foto?” Intenté explicarle que fue un error. Y él siguió con que “mejor le diera mínimo un tostón para que me dejara ir”. Yo no traía más de cinco pesos, se los di y lo tomó como un insulto. Seguí pidiendo disculpas, justificando mi presencia: “valedor, soy estudiante, es para un trabajo periodístico”. “¿A poco eres periodista?”, me preguntó y el semblante de su rostro cambió un poco, sonrió.
Rogelio, alías el corre, aceptó no solo no golpearme y despojarme de mis pertenencias, sino, concederme una entrevista improvisada, si a cambio le invitaba unos cigarros y algo para beber, con mi tarjeta, por que mis últimos 5 pesos ya los tenía él. Me empecé a sentir fuera de peligro, su altanería casi desapareció ya hasta alegre parecía estar ahora.
Caminamos hacia la tienda, pasamos por donde estaban “sus amigas”, a quienes avisó que iría a que yo le invitara algo de tomar, que no tardaría. Mientras caminábamos le pedí nuevamente disculpas por haber tomado esas fotos. Él, sonriente, me contestó que ya no había problema, que hablando se entendía la gente, y, entonces, como para que confiara más en mí, le mostré las fotografías que había había estado haciendo todo el día por la ciudad; las miró y me preguntó: “¿a quiénes les quieres tomar fotos, carnal? ¿a los drogadictos? ¿a las prostitutas?” Le respondí que no, que nada de eso. Que mi propósito en las fotografías era mostrar la realidad en crudo de la ciudad. Él me contestó: “a huevo, carnal” y llegamos a la tienda.
El Corre escogió una bebida preparada con vodka color azul de a dos litros y una caja de cigarrillos. Pagué, salimos, abrió la cajetilla y me ofreció un cigarrillo. Se lo recibí para no desairarle, no vaya a ser se ofendiera de nuevo. Sacó un encendedor del bolsillo de su chaleco y me estiró la flama. Llegamos hasta donde estaban sus amigas, él les mostró la bebida y la dejó a un lado de Carolina, “todas ellas son mujeres de la vida galante” y agregó: “se ganan la vida así… todas esas que ves, son igual prostis”.
Carolina me miró, me miró con severidad y preguntó que quién era yo. El Corre le contestó “es un periodista” en mi cabeza reí pensando que soy solo un estudiante, un periodista en ciernes. “¡Ah!”, contestó ella y dijo: “pues mira, a Federica la acaban de picar”. En ese momento noté aquella cobija azul, aquel cartón en el suelo a modo de cama y el cuerpo de Federica que parecía frío. “La picaron, carnal”, insiste El Corre. Federica está ahí, envuelta, tácita, apenas y se escuchan unos gemidos de su voz que suena muy adolorida. Carolina dice: “deja le destapó su pierna, para que veas”.
La pierna de Federica era larga y morena, sus pies estaban descalzos y tenían callos de tanto caminar sin zapatos la ciudad. Un líquido rojo y espeso le resbalaba desde el muslo hasta el tobillo y desembocaba en un charco sanguinolento sobre el piso. La puñalada estaba en su pierna izquierda. El Corre me pidió mi celular, para tomar fotos. Casi dándolo por perdido, se lo di. Ágilmente dio con la cámara y le tomó una foto al pie de Federica.
Le pregunté directamente a Federica si estaba bien. Ella me respondió con una voz muy débil: “tengo hambre” y siguió sollozando en silencio. “La picó una señora”, dijo Carolina. Cuentan que Federica estaba sentada en el camellón del cruce de la calle y que, de la nada, una señora se acercó para apuñalarle la pierna. Nadie vio cuando pasó. Solo vieron a Federica buscando ayuda entre la gente hasta que, para su fortuna, pasó una ambulancia. Federica les hizo la parada, como si de un bus se tratase, ellos se detuvieron y medio la revisaron. Le dijeron que estaba bien, que solo necesitaba un torniquete, le amarraron una venda, le echaron agua oxigenada, se subieron de nuevo a su ambulancia y se fueron.
Mientras Rogelio se tomaba fotos conmigo y me platicaba “cómo estaba la cosa por ahí”, yo escuchaba que Carolina le decía a otra chica de la que nunca supe su nombre “se anda desangrando la Fede”. Esa chica solo fumaba y miraba aquella silueta pintada sobre de un cartón “parece que le va´dar calentura” dijo con voz parca. El Corre no dejaba de tomar fotos, las tomaba a modo en que los dos saliéramos, pero él se cubría el rostro con la gorra que llevaba sobrepuesta. Me tomaba fotos y me decía “ira, pa´que te veas escribiendo”. Le pregunté si creía que Federica estaba bien, a lo que me respondió “no creo carnal, si le duele”. Rogelio me devolvió el celular. Cuando lo hizo me regresó un poco el alma al cuerpo, pero, aquella mujer sufriendo, recostada sobre el cartón, me dolía como una herida expuesta, rociada con sal.
No sé en qué momento, pero de pronto les dije que iría al cajero, que retiraría un poco de dinero y que se los daría para que pudiesen comprarle algo de comer y cosas para curar la herida de Federica. El Corre sin dudarlo pregunto qué banco necesitaba. Le contesté y dijo: “está aquí cerquita, doblando la esquina”. Entonces me levanté y, detrás de mí, El Corre se levantó y les dijo a sus amigas “ahorita vengo, vamos al banco a sacar dinero”. Estas palabras volvieron a robarme el aliento. Dentro de mi plan no estaba que él me acompañase, aunque, tampoco figuraba en él escaparme y dejar a Federica sola, herida y con hambre. Tragué saliva e intenté aceptar la decisión de El Corre como si nada, como si de un amigo de toda la vida se tratara.
“Me caíste bien” dijo mientras cruzábamos la calle. “Te voy a decir cómo me dicen” yo intervine y le mencioné que no era necesario, que si prefería, no me lo dijera, pero a él no le importó: “me dicen El Corre”. La gente que caminaba sobre la calle nos volteaba a ver. “Me dicen así porque estuve en la correccional para menores”. Todo esto me lo contaba con un dejo de naturalidad y confianza. “La neta, yo no sé hacer otra cosa más que robar”… volví a tragar saliva y seguí caminando a su paso. “No sé hacer nada más, y es que tampoco me dan chamba, menos porque voy saliendo de la cárcel”, y suspiró, suspiró largamente y miró hacia abajo.
Vi el banco en la esquina siguiente. La noche empezaba a pintar la ciudad, serían sobre las 6:50 pm. Sentí un ligero alivio al ver una patrulla estacionada justo afuera del banco, a Rogelio esta no parecía incomodarle. Entré al cajero, él se quedó afuera, mirando directamente a la patrulla. Le grité que si con 150 estaba bien, que si con eso podía comprarle a Federica algo de comer y material para curarse. Él contestó que sí, que con eso estaba bien.
Cuando salí del banco, El Corre mencionó, como adrede enfrente de los policías, que a Federica la habían picado, y que la ambulancia no le había querido ayudar. Yo entendí el propósito de su comentario, pero, al parecer, los policías no. Ni se inmutaron. No hicieron nada a pesar de que uno de ellos estaba fuera de la patrulla, recargado y casi que mirándonos directamente a los ojos.
De regreso, El Corre, me siguió contando su vida. Sus ingresos y salidas de la cárcel, los crímenes por los que lo apresaron, los trabajos de los que lo corrieron y los otros en que ni lo aceptaron. Platicaba con alegría, sonriendo tanto que su sonrisa chimuela se quedó muy grabada en mi memoria, en mi temor y mi asombro, y también en mi comprensión y empatía. El Corre contaba su vida como quien de verdad disfruta charlar. Me miraba directa y fijamente a los ojos.
Llegamos de nuevo al parque, en dónde ya más trabajadoras sexuales caminaban de allá para acá. Ese mismo parque dónde cuarenta minutos antes, Rogelio, alías El Corre, amenazaba con golpearme y despojarme de mis pertenencias por haberle tomado sin querer una fotografía. Ya no tenía ese mismo rostro amenazador con el que me abordó en un principio. Ahora gesticulaba una expresión de sincera amistad. A Rogelio se le veía feliz de poderle contar a alguien su historia, pero también preocupado, porque Federica se le estaba desangrando sobre de un pedazo de cartón.
Nos detuvimos en la esquina y, como quien se despide de un buen amigo, le estreché la mano, él apretó fuerte la mía y me jaló para darme un pequeño abrazo. Le dije que me tenía que ir, que se me hacía tarde para llegar a una cita. Él me dijo que sí, que no me preocupara, que me fuese bien. Yo no tenía que ir a ningún lugar, pero, sé que nunca es bueno aclimatarse tanto, como la rana dentro de un cazo de agua puesto sobre las llamas. Siempre es bueno salir, saltar cuando aún se puede saltar.
Nos despedimos como cuatro veces más después de la primera. Sentía que no quería que me fuese, sentía que me quería platicar más cosas. Me invitaba a regresar, me decía que cuando quisiese, podía tomarles fotos a sus amigas y a él. Me decía que él podía contarme sobre la cárcel, sobre cómo se mueve todo adentro, decía que tenían maquinitas y pantallas y hasta consolas de videojuegos. Me dijo que podía contarme cómo estaba “el bisne” con la policía. Hasta me dijo que, algún día, podía ir y tomarle en secreto una foto de cómo le pasaba la mordida a uno de ellos, que para que tuviera buen material porque quería que yo fuese un buen periodista. Le agradecí. Le estreché una vez más la mano. Él me abrazó. Yo volteé a ver a la esquina en donde Federica estaba acostada, vi que sus amigas, sentadas a su lado, le acariciaba el cabello.
El corre me dijo: “ahí´stamos, pa´lo que ocupes, ya sabes” yo le dije que muchas gracias, que volvería para ver cómo seguía Federica y él me dijo que anotara su número de teléfono, que estábamos en contacto y que me ayudaría para ser un buen periodista. Me despedí de él y con la mano a lo lejos, me despedí de ellas, quienes respondieron despidiéndose a lo lejos de mí, sonrientes.
Me fui meditativo, sin saber que pensar. Solo espero que Federica se encuentre mejor, que ya le hayan comprado gasas, alcohol para curarla y algo de comer, ya que parecía dolerle más el hambre que la herida.