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El legado presidencial

presidencial Claudia Sheinbaum

Por Max González Reyes

El sistema político mexicano está centrado en la figura del presidente de la República. Al ser un cargo unipersonal buena parte de la atención mediática se concentra en el portador del Ejecutivo. Si revisamos en los siglos XIX y XX mexicano encontramos que el caudillismo es el signo distintivo de nuestra historia política. Personajes como Agustín de Iturbide, Santa Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz; hasta Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, todos buscaron trascender más allá de su tiempo, es decir, dejar un legado, una historia.

A finales de la década de los veinte del siglo pasado, el entonces Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles, anunció el paso de la etapa del caudillismo a las instituciones. A la par de ello, se creó un sistema de partido hegemónico que le dio forma al régimen durante buena parte del Siglo XX; aunado a la reforma para que el ejecutivo durara en el cargo seis años, pero su limitante fue que no se podía reelegir bajo ninguna circunstancia. Esa reforma restringió la presencia ilimitada del Ejecutivo por lo que forzosamente el portador del ejecutivo tenía que dejar el cargo y jamás podría volver a ocuparlo.

Fue por ello que el presidente se convirtió en una especie de rey sexenal. De ahí su intención de dejar un legado por el que se le recordara más allá de su administración. Es por ello existen muchas obras públicas, calles, colonias, avenidas que llevan el nombre de presidentes o altos funcionarios de pasadas administraciones que hoy en día se desconoce quiénes son.

Parte de la herencia que dejó el régimen del PRI fue la sucesión presidencial, ya que el ejecutivo en turno designaba de manera extra constitucional a su sucesor, el llamado Tapado. Para ello la dirigencia y disciplina partidista eran un elemento indispensable para la elección del nuevo presidente. Cuando se avecinaba la renovación presidencial, el ejecutivo turno tenía a su disposición un abanico de opciones dentro de su gabinete o de la dirigencia del partido para designar al próximo rey sexenal. Si bien, el nuevo presidente marcaba una diferencia con su antecesor, es un hecho que al ser designado por éste, le guardaba respeto y protección. Si bien en algunas sucesiones hubo desprendimientos que alteraron la transición sexenal, estas no representaron mayor problema o se lograron controlar. En ese sentido, la Presidencia y la dirigencia del partido tenían mecanismo para controlar a la disidencia o la disciplina partidista hacía su labor.

No fue sino hasta el proceso de sucesión de 1988 cuando una corriente al interior del PRI provocó un sisma dentro del sistema político, pero este movimiento venía aparejado con un desgaste y desprestigio del sistema derivado de una serie de abusos y fallas en el sistema económico que para ese momento eran más que evidentes. A la postre, ese movimiento provocó que en el año 2000, el partido que fue creado desde y para mantener el poder perdiera la presidencia y poco a poco se fuera debilitando tanto en Congreso de la Unión como en las gubernaturas de los estados.

En la actualidad, la forma de hacer política no ha variado mucho. Al igual que los mandatarios anteriores, el presidente Andrés Manuel López Obrador pretende dejar su legado en la historia del país. Su programa denominado Cuarta Transformación intenta señalar un antes y un después, y así marcar diferencia a sus antecesores. Son reiteradas sus expresiones que él no es como los otros presidentes, que ha hecho mucho más que en los sexenios anteriores “neoliberales”. Además, ha señalado que terminando su sexenio se va a retirar de la política a escribir sus memorias, pero antes busca dejar a su sucesor.

Si en el régimen de partido hegemónico al posible candidato a la presidencia del PRI se le denominaba Tapado y su designación era por dedazo presidencial, hoy el propio presidente Andrés Manuel López Obrador definió a su abanico de opciones para sucederlo (la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; el Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y  Adán Augusto López Hernández, Secretario de Gobernación) como corcholatas; aunado a ello, la elección dentro de su partido será a través de un sorteo. Sin embargo, para todos es conocido que la designación caerá directamente en el Ejecutivo. La diferencia del régimen priista son las formas porque la designación es igual.

Parte del juego radica en que el mismo presidente es quien ha promovido la promoción de las corcholatas. Tan es así que por momentos no se sabe si esas actúan como funcionarios o como candidatos a la presidencia.

Desde luego, las corcholatas ocupan los fines de semana para promover su candidatura, y algunas ocasiones sus horas de trabajo. Desde ahora ya están en campaña buscando no el gusto popular sino el agrado del gran elector: el presidente de la República. Aunque a estas alturas ya se vislumbra que la simpatía presidencial se inclina a la ciudad de México.

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