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El teatro no está muerto

Por Humberto Robles

En un artículo escrito por Viridiana Eunice, ella se pregunta “¿El teatro ha muerto?”, cuestionando la falta de autocrítica de los teatreros mexicanos ante la escases de espectadores en las salas. Cada vez hay más dramaturgos, directores y actores, pero cada vez hay menos público en muchos de los teatros. ¿Qué estamos haciendo mal? es la interrogante que los creadores teatrales deberíamos hacernos en un ejercicio de saludable autocrítica.

¿El teatro ha muerto? Ni el cine, la radio, la televisión, ni ahora el internet han enterrado al teatro en una profunda tumba; quizás, en todo caso, seremos los propios hacedores teatrales los que le demos sepultura. Porque como expresa Viridiana Eunice “el público se encuentra preparado para ver nuevas cosas en cartelera; quienes no están preparados, al parecer, son todos esos seudoartistas preocupados por ser famosos, vivir del teatro, conseguir una beca, un puesto en una institución. En algunas pláticas con dramaturgos, escucho su preocupación por ser vistos, por sobrevivir al tiempo. Sin embargo su búsqueda es errónea, ya que desean permanecer en él bajo el cobijo de las instituciones y la fama”.

¿Qué estamos haciendo mal?, deberíamos preguntarnos los teatreros, aunque en México la autocrítica no es una de nuestras virtudes ni mucho menos, todo lo contrario, los ataques abundan de unos contra otros; formas de denostar los trabajos de los demás sobran. Por ejemplo, si alguien hace cabaret, se le tacha de hacer obras “para entretener borrachos”. Si se escribe teatro político o social, se le acusa de “panfletario” –no así en otros países-. La comedia y la farsa suelen ser menospreciadas, –a menos que la escriba alguna vaca sagrada de la cultura oficial-. Parece que el único teatro válido y trascendental es aquel que hace cada uno, no el de los otros. Así de deplorable es el canibalismo en el reducido ámbito del teatro nacional.

Desde hace años el Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) ha establecido un sistema de becas para muchas disciplinas artísticas, incluyendo el teatro. Debido a esto ha habido un incremento notorio de dramaturgos y directores; la duda es si ellos perdurarían y se mantendrían vigentes sin el mecenazgo estatal. Porque antes del Fonca, los hacedores teatrales sobrevivían por su propio mérito y esfuerzo; muchos tenían un trabajo ajeno al teatro, otros daban talleres, conferencias, publicaban libros, se buscaban el sustento pues. Actualmente la mayoría de los becarios gozan de una cómoda paga y se dedican a generar proyectos cumpliendo con los mínimos requerimientos que se les exige; pocas veces promueven sus propias obras, tampoco buscan que estas permanezcan más tiempo en cartelera o se trasladen de un foro a otro para darle continuidad y obtener ganancias. No, la mayoría se conforma con haber estrenado, obtener alguna crítica favorable y dar las pocas funciones que estipula el convenio con el Fonca. ¿Y cuál es su paso siguiente? Solicitar la próxima beca para perpetuarse en el sistema; es su modus operandi y su modus vivendi.

Es así como los multibecarios del régimen viven en su zona de confort olvidándose de que el arte y la creación nacen de la necesidad y la rebeldía, no de una mensualidad y mucho menos tratando de quedar bien con funcionarios, críticos y autoridades culturales para que los sigan subsidiando. Como dice Viridiana Eunice: “Definitivamente el teatro no está muerto. Agoniza para aquellos que se repiten así mismos o aquellos que quieren ser iluminados por falsos soles”.

¿Qué estamos haciendo mal?, deberíamos preguntarnos cuando muchas de las salas de teatro se encuentran vacías o a medio llenar, o cuando a días del estreno se anuncian las últimas funciones. Porque en contraste con el teatro institucional, los productores independientes se comportan de manera opuesta: buscan la mayor difusión para sus obras, utilizan las redes sociales, ofrecen formas creativas para atraer espectadores, todo esto porque desean permanecer en cartelera y captar al público. ¿Por qué? Porque anhelan recuperar lo económicamente invertido; nadie les regala el dinero, como el estado se los regala a los becarios; la producción de los montajes no sale de los bolsillos de estos, sino de fondos institucionales. Por lo mismo, en muchos casos se han distanciado y olvidado del discurso. Abunda y se abusa de un teatro snob, como lo llama Mariano Tenconi Blanco. He ahí uno de los problemas de esta vertiente tan de moda hoy en día llamada posdrama o escena expandida que en muchos casos carece de discurso. Parece que son expertos en “Cómo hablar y escribir en posmoderno”.

Si algo huele podrido en Dinamarca es ese teatro que se ha apartado de los públicos, que no le dice nada a la gente, que cada vez se adentra más en el individualismo y lo personal alejándose de lo necesario, lo urgente y lo universal; un teatro pretencioso destinado a congraciarse con sus colegas, los críticos y los funcionarios, olvidando el verdadero objetivo que es el público. Ojalá nos atacáramos menos los unos a los otros y ejerciéramos una profunda crítica y autocrítica para dilucidar qué estamos haciendo mal. Porque en una ciudad de 20 millones de habitantes hay público para todo tipo de espectáculos; está en nosotros captarlos, reconquistarlos, atraer nuevos espectadores y generar una cultura teatral entre niños y jóvenes tan urgente en estos días, hoy y siempre.

¿Qué estamos haciendo mal? Es algo que deberíamos preguntarnos para hacerlo correctamente, ejercer la sana autocrítica y encausar el camino para que el teatro recobre fuerza y tenga larga vida.

 

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