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En las banquetas de mi pueblo

Por Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Muy de madrugada las camionetas de transporte público anuncian la salida del primer viaje de las comunidades indígenas con el sonido del claxon para apurar a hombres y mujeres del campo que cargan sus costalillas para ir a Tlapa a vender sus productos sobre el lecho de la barranca conocida como el “jale” y sobre las banquetas del centro. Lo que alcanzan a vender durante la mañana y parte de la tarde será el único ingreso que percibirán a lo largo de la semana para sostener a la familia. La ganancia es para la autoridad municipal que distribuye a varios cobradores sobre las principales calles de la ciudad para recolectar el pago de diez pesos como si tratará del derecho de piso. En esta temporada de lluvias bajan a vender chiles verdes, duraznos, capulín, tomate, pitayas, nanchis, quelites, flor de tila, jamaica, semillas de calabaza, mangos, cocos, bebida de chilate y hasta pescado seco de la costa. Llegan de las comunidades nauas de los municipios de Tlapa, Xalpatláhuac y Atlixtac; también bajan jefes de familia del pueblo Me’pháá de los municipios de Malinaltepec y Tlacoapa; llegan también productores y artesanos de los municipios de Atlamajacingo del Monte, Metlatónoc y Alcozauca cuyos habitantes forman parte del pueblo na’savi.

 Varios niños de San Lucas y San Agustín que pertenecen a uno de los municipios más pobres del país como lo es Metlatónoc lustran zapatos bajo las enramadas del Zócalo. Su lengua materna es el tu’un savi que hablan con orgullo en sus momentos de descanso. Sus padres se han asentado sobre los cerros y barrancas de esta caótica ciudad, con el fin de ser enganchados por contratistas para enrolarse como jornaleros agrícolas en los campos de Sinaloa. Se van madres embarazadas, adultos mayores, niños y niñas que acompañan a sus padres en los surcos y jóvenes que abandonaron la escuela. Los niños que se quedan en los cobertizos de estas colonias marginales tienen que trabajar para ayudar al sostén de la casa y cuidar a sus hermanos menores. Un gran contingente de niñas y niños indígenas que sobreviven en pisos de tierra caminan por las principales calles vendiendo gelatinas, paletas, bolsas de nanchis con chile, aguas frescas, agua embotellada, chicles y pan. Otros no tan niños, avanzan con carretillas vendiendo uvas, fresas, dulces y semillas, chicharrones, piñas y mangos enchilados. Muchas madres caminan con sus niños cargando sus canastas de pan u ofreciendo tortas y tacos. Otro grupo de hombres mayores hace fila en las entradas de las principales tiendas para cargar la mercancía de los clientes y llevarla a sus domicilios. Son los carretilleros que también van de casa en casa para recoger la basura y llevarla a los camiones recolectores del Ayuntamiento y de algunos particulares. Lo insólito de esta actividad es que los dueños de las camionetas les cobran diez pesos para recibir la basura. En las tiendas de los comerciantes establecidos sobresalen muchachos y muchachas de comunidades indígenas que se desempeñan como empleados. La mayoría de ellas y ellos dejaron la escuela porque es imposible conseguir un trabajo que le permita sostener sus estudios. Hay un gran número de mujeres que realizan labores domésticas y que por su dificultad para hablar el castellano son víctimas de discriminación y explotación. A lo largo de la única avenida que cruza Tlapa proliferan cantinas, atendidas por jóvenes indígenas que también son víctimas de los grupos dedicados a la trata de personas.

Es en la calle y sobre las banquetas donde se da la batalla por la sobrevivencia de las familias indígenas que difícilmente pueden vivir con lo que siembran en el campo. Con la actual sequía y las plagas que han llegado con la aplicación de los agroquímicos, los campesinos por más que se aferran a su siembra del tlacolol sufren del flagelo del hambre que es la principal amenaza que ronda en las comunidades pobres de la montaña. Ya ni la amapola es negocio porque el gramo de goma que oscila entre los 4 y 5 pesos resulta ser más barata que el litro de maíz. Lamentablemente mucha de las familias en lugar de consumir leche va por su coca cola de dos litros para acompañar su almuerzo. Tampoco el café es negocio no solo porque se cayó el precio sino porque la roya arraso con los cafetales, dejando sin una opción viable para que las familias puedan obtener un ingreso con la venta de algún producto comercial. La fruta que recolectan en sus comunidades es precaria e incosteable, lo que llegan a vender apenas les alcanza para pagar el pasaje de ida y vuelta y comprar una lata de chiles en vinagre para comer sus tortillas frías en el lecho de la barranca o sobre las mismas banquetas. La gente retorna a sus comunidades con las manos vacías, a reproducir el circulo de la pobreza ancestral.

Ahora las familias han puesto su esperanza en el “norte”, en los hijos e hijas que con muchas penurias han logrado cruzar la frontera para trabajar en los restaurantes de Brooklyn y Manhattan o en los mismos campos de California y en el estado de Nueva York. Desde esos lares llega los dólares para ser cambiados a bajo precio en las casas de cambio y en las instituciones bancarias. Los devaluados pesos se destinan para la compra de maíz y para esta fecha de inicio de cursos, el dinero lo destinará para la compra de útiles escolares. Este pequeño fondo que llega del trabajo de los migrantes regularmente es para la compra de ropa, zapatos o huaraches, medicina, algunas laminas para el techo de la vivienda, un televisor y en la hora indispensable celular. También estiran el dinero para cooperar con la fiesta del pueblo.  La sequía no solo afecta en la siembra en el campo, sino también afecta a las familias por el desabasto de agua en la ciudad. Hay que destinar doscientos cincuenta pesos como mínimo para la compra de una pipa. Los Centros Hospitalarios no solo son insuficientes sino ineficientes porque no hay el personal médico que se requiere para el alto número de pacientes. Tampoco hay medicamentos, esta falta de medicinas se ha transformado en una carga onerosa para las familias pobres que tienen que comprar a un alto costo los medicamentos y los estudios de laboratorio. Los servicios estatales de salud han dejado en total abandono a los pacientes que requieren un tratamiento especializado y hospitalización. Las familias indígenas tienen que esperar a sus pacientes en la intemperie y muchos enfermos permanecen en el piso o sobre los rayos del sol para esperar largas horas con la ilusión de ser atendidos en el transcurso del día. También son las banquetas los lugares donde las familias indígenas pasan en vela la noche para estar al pendiente de sus enfermos.

¿Qué han hecho las autoridades de los tres niveles de gobierno para dignificar la vida de los indígenas? El presupuesto millonario que manejan ¿no les alcanzan para atender a la población indígena que sobreviven en las banquetas y deambulen en las calles? ¿Cuáles son los beneficios que han obtenido los ciudadanos y ciudadanas con la elección de las autoridades? ¿En donde radica la calidad de la democracia cuando en una sociedad existen realidades extremadamente inhumanas? ¿De que gobernabilidad hablamos cuando las autoridades se han desentendido de la población más pobre del estado? ¿Cómo es que se atreven todavía los poderes Ejecutivo y Legislativo de truncar derechos a los pueblos indígenas cuando ellos han logrado con sus propios medios garantizar seguridad y justicia? ¿Qué celebraran las autoridades en el día internacional de los pueblos indígenas?  ¿Seguirán hablando del pasado glorioso de los indígenas muertos para seguir invisibilizando a los indígenas vivos que luchan por sus derechos e increpan al poder?

En las banquetas de mi pueblo la gente lucha por su sobrevivencia. A pesar de la exclusión social y la discriminación racial los pueblos indígenas están dando la batalla para defender sus territorios y luchar por una vida digna. Implementan estrategias para enfrentar los estragos de estas políticas etnocidas. No se arredran, resisten, desde sus primeros años de vida, los niños y niñas aprenden a caminar altivos en la montaña, establecen una relación de respeto con la madre tierra. Su fuerza radica en la organización comunitaria y en la propiedad comunal de sus bienes naturales. Los gobiernos mestizos se han empeñado en darles un trato de súbditos para someterlos políticamente y explotarlos en el plano económico. Las consecuencias han sido devastadoras porque ha crecido la brecha de la desigualdad que ha traído como consecuencia una grave crisis de gobernabilidad por la voracidad de los políticos que se han olvidado de sus responsabilidades públicas. Su barbarie radica en su trato deshumanizante llegando al extremo de ponerle precio a los cargos públicos pisoteando los derechos de los pobres. Son los pueblos indígenas de la montaña, los grandes hombres y mujeres que tienen una larga historia, una gran cultura y una vida fincada en el respeto y la solidaridad. En estos valores construyeron la civilización mesoamericana que, por su parte, la clase política se ha encargado de destruir. En las banquetas de mi pueblo los hombres y mujeres cincelan día a día el rostro de la esperanza para que en la montaña habite la justicia y la igualdad.

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