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Entre nubes y rebeliones: Crónica de un viaje a los territorios zapatistas

Por José Meza / @josemz49  Fotografías: Wendy Juárez / @wendy_juarez

En lo profundo de los altos de Chiapas, entre los picos de montañas que se rozan con las nubes, serpenteando a través de carreteras sinuosas trazadas como culebras entre las cañadas, se revela un lugar: un espacio que podría ser un templo, una escuela. Este sitio está lleno de compas, hombres, mujeres, niños, niñas, disidencias; seres humanos, sin rastro de máquinas. Juntos, en el baile popular, zapatean sin distinción ni fronteras, creando un escenario donde milicianos y milicianas de miradas desafiantes y pasos justicieros deambulan con alegre rebeldía. En este rincón, perdido para algunos, existen las paletas con sabor a ‘color cielo’, y se sirve el caldo de res más exquisito de México, una afirmación avalada por aquellos que han tenido el placer de probarlo. No obstante, no es un regalo, sino más bien un acto común, para todos y todas, o mejor dicho, para todoas.

Partimos de la Ciudad de México alrededor de las 11:00 PM, momento en el que todos los participantes ya estábamos a bordo de los autobuses en una caravana organizada. Esta iniciativa surgió tras uno de los numerosos comunicados —numerados del primero al vigésimo y difundidos a través del enlace zapatista desde mediados de octubre— que extendió una invitación para celebrar tres hitos significativos: los 40 años de la fundación del EZLN, los 30 años desde el inicio de la guerra contra el Olvido y los 20 años de la creación de los Caracoles Zapatistas.

La invitación instaba a la organización de una salida conjunta desde distintos puntos geográficos para asegurar, en la medida de lo posible, la seguridad colectiva. A pesar de abrir sus puertas a la convocatoria, se enfatizó la creciente inseguridad en Chiapas y la fuerte presencia de paramilitares y grupos del crimen organizado. Estos actores han acosado y hostigado a las comunidades Zapatistas, poniendo en riesgo sus vidas y su trabajo.

Entre nubes y rebeliones: Crónica de un viaje a los territorios zapatistas
Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

La invitación, paradójicamente, se mezclaba con advertencias y recomendaciones: no viajar solos o, aún mejor, abstenerse de ir. Esta ambigüedad solo intensificó el deseo de muchas personas provenientes de diversas partes del mundo por visitar el territorio zapatista y unirse a la celebración de su lucha digna. Individuos de más de veinte países y de 18 estados de la república se organizaron para hallar formas de acompañarlos en este viaje.

El lugar de la celebración se mantenía en secreto hasta ese momento, al igual que el enigma que rodeaba la muerte del subcomandante Galeano. Esta noticia también fue anunciada en los comunicados por el subcomandante Moisés, al igual que la aparición de un nuevo personaje en la realidad Zapatista, mayormente representada por el “Capitán Insurgente Marcos”. Entre los comunicados, que parecían estar encriptados literariamente, solo podíamos tejer conjeturas sobre los cambios en la estructura del EZLN.

Nuestra partida se llevó a cabo a las 11:00 PM del 28 de diciembre del presente año desde La Casa de los Pueblos y las Comunidades Indígenas “Samir Soberanes Flores”, ubicada en la avenida México Coyoacán. La caravana fue encabezada por el autobús del CNI, transportando a su vocera representante, María de Jesús Patricio Martínez, conocida como “Marí Chuy”. Por años, ha sido una defensora incansable de los Derechos Humanos, especialmente de las comunidades originarias, así como una luchadora incansable por el agua y la tierra. Detrás de su autobús, cerrando la caravana, nos encontrábamos nosotros, la Coordinación Metropolitana Anticapitalista y algunos medios independientes.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

El viaje fue largo y, conforme avanzábamos, más compañeros se unían a la caravana. En el primer día de viaje, estuvimos aproximadamente 22 horas en ruta, haciendo algunas paradas para utilizar los baños y comprar alimentos. La mayor parte del tiempo, dormimos; la otra mitad, observábamos a través de las ventanas cómo los paisajes se transformaban a lo largo de las horas. En la oscuridad de la madrugada, nos vimos atrapados en un embotellamiento en la carretera hacia Orizaba desde Puebla. El conductor bajó del autobús, cruzó los brazos y evaluó la situación en silencio. Algunos de nosotros salimos para estirar las piernas y observar la causa del tráfico, pero este se extendía kilómetros sin fin. De repente, escuchamos motores encendidos a lo lejos y, en un instante, el embotellamiento se disipó como por arte de magia. El conductor aceleró para evitar quedar atascado nuevamente.

Hicimos una parada para descansar en el CIDECI, la Universidad de la Tierra, una institución zapatista donde se instruye a las jóvenes en diferentes oficios, desde mecánica hasta serigrafía, música, filosofía y agricultura. Reconocen la importancia de todos estos oficios para la comunidad. Nos recibieron con murales zapatistas y colores vivos, impartiendo clases con un enfoque decolonial y no patriarcal. Un grupo de colaboradores ya nos esperaba para los registros, y luego, los compañeros del CIDECI nos invitaron a cenar.

Las conversaciones y risas llenaban el comedor, mientras afuera el café y los cigarrillos acompañaban las charlas. Al terminar la cena, todos los invitados lavaron sus utensilios y los colocaron en su lugar correspondiente, agradeciendo cálidamente por la comida que llenó nuestros estómagos y corazones.

A un costado de la entrada, algunos compañeros se resguardaban bajo un techito, encendiendo una fogata para enfrentar el frío de la guardia nocturna. En ese momento, Lluvia y John, quienes viajaban en el mismo camión que yo, sacaron una guitarra y con sus armoniosas voces se sumaron al cálido ambiente junto a la fogata. En cuestión de minutos, éramos una decena de compañeros entonando canciones de Silvio Rodríguez, Violeta Parra y Víctor Jara. Todos cantábamos, aplaudíamos y silbábamos mientras el calor de la fogata aumentaba. Entre los acordes de John resonaba el clásico ‘Gracias a la vida, que me ha dado tanto’. Así, entre canciones, aplausos y chiflidos, la noche se nos fue volando hasta la madrugada, momento en el que decidimos descansar, conscientes de que partiríamos temprano hacia territorio zapatista.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Al día siguiente, el 30 de diciembre, partimos de San Cristóbal De Las Casas hacia Ocosingo, municipio donde se encuentra el caracol ‘Resistencia y Rebeldía, Un Nuevo Horizonte’, ubicado en el poblado de Dolores Hidalgo, tierra recuperada por el EZLN. El camino fue largo; la carretera estrecha y el conductor, con sus 25 años al volante, demostraba habilidad manteniendo el control. A medida que avanzábamos, los letreros con estrellas rojas y frases como ‘Gobierno Autónomo Local’ o ‘¡ALTO A LA GUERRA!’ se hicieron más frecuentes. Un miliciano insurgente, encapuchado y con un paliacate en el cuello, pasó a nuestro lado en su moto, mostrando su espíritu rebelde. John volvió a sacar la guitarra y, sin importar los giros del autobús en las curvas, empezó a tocar algunas canciones, incluyendo el himno del Ejército Zapatista; todos nos unimos cantando, proclamando ‘ya se mira el horizonte’. Tras ascender y descender por las montañas donde las nubes caían como cascadas, finalmente llegamos al recinto, a la entrada del caracol, un hermoso lugar donde, sobre una lona, se leía:

Bienvenidos. Bienvenidas
al Caracol VIII Dolores Hidalgo
Tierra de Nadie
Tierra de tod@s
Aquí se celebrará el 30 aniversario
del levantamiento armado
contra el olvido, contra
La muerte y la destrucción.

Entre las montañas y las nubes, tras recorrer un sinuoso camino entre kilómetros, serpenteando como una culebra, entre milicianos e insurgentes, jóvenes, niños y niñas, rodeados de música, aromas frescos y el cálido clima selvático, se erguía majestuoso el encantador enclave que nos acogía: un hermoso caracol. La emoción fluía imparable entre quienes descendíamos de los autobuses, reflejada en el fulgor de nuestras miradas y en sonrisas dibujadas en nuestros rostros. Nos organizamos para entrar mientras un miliciano nos daba la bienvenida con un cordial “buenas tardes”.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Las cabañitas de madera, adornadas con murales que relataban sus historias y enseñanzas, la cancha de baloncesto con la frase “No existe la palabra esperanza para el que no lucha” sobre los tableros, niños y niñas jugando, adultos conversando en Tzeltal, aromas de leña y comida, nubes descendiendo desde el cielo para acariciar las colinas, un podio con tres estrellas rojas en el centro y una vasta pista de baile cubierta por techos de zacate, protegiendo a los invitados de los rayos del sol, provenientes de distintas partes del país y del mundo. Algunos paseaban entre las piedras y el barro.

En la misma pista de baile que hacía de escenario, las infancias zapatistas, conocidas como “Comando Palomitas”, representaron una obra teatral. En ella, se reflejaba el maltrato del patrón hacia los trabajadores y la desilusión de estos hacia él. En breves minutos de esa concisa representación, encontré lo que buscaba: el arte zapatista. Un arte no solo estéticamente bello, sino profundamente crítico, político, rebelde y humorístico. Ver a los niños y niñas participar, actuar y dirigir sus propias obras teatrales y artísticas me llenó de esperanza, reafirmando que con esas infancias, la lucha perdura y perdurará.

Al finalizar la obra, desde uno de los costados del escenario, empezó a sonar la quebradita, interpretada por los músicos de la banda popular. El baile fue inmediato, al igual que el reclamo de estómagos vacíos entre los viajeros y viajeras. Las filas para los puestos de comida se alargaban, así que opté por calmar el hambre con el baile.

Aquella noche, del 30 de diciembre, marcó mi primera incursión en el territorio zapatista, una primera de muchas. Como tantos otros, la vivimos entre bailes, gritos y risas que desafiaban el frío con cada movimiento. Cerca de la medianoche, agotado y ansioso por descansar, hallé un lugar en una charla con varios compañeros, entre ellos Beto e Israel, provenientes de Puebla, y luego se nos unió Chuy, de Guerrero. Todos miembros del CNI y defensores acérrimos del agua, la tierra, los derechos humanos y la vida. A pesar de las amenazas de políticos y el crimen organizado en sus comunidades, su convicción no cedía. “Pa’morir nacimos”, expresó Chuy mientras encendía un cigarrillo, “pero no me voy a rendir sin pelear”, concluyó. La charla se desvaneció como las cenizas del tabaco, y nos retiramos para descansar, conscientes de que al día siguiente, el 31 de diciembre, celebraríamos en grande los 30 años desde el inicio de la guerra contra el olvido. Nos dejamos llevar por las risas y anécdotas, pero al final, optamos por el silencio para descansar y dejar descansar.

Me despertaron los mariachis entonando las mañanitas, eran alrededor de las 8 de la mañana. Una voz desde el micrófono marcó el comienzo de las actividades culturales conmemorativas. El día arrancó con música y un partido de básquetbol entre dos caracoles. Luego, niños y niñas presentaron obras de teatro críticas, mostrando los procesos de los proyectos capitalistas destructivos, la corrupción presidencial y la lucha zapatista contra el sistema. Todo interpretado por jóvenes de 5 a 15 años que recitaban sus líneas con firmeza.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Fuimos convocados al comedor para visitantes, una cabaña de madera donde el fogón emanaba el delicioso caldo de res que mencioné antes. El aroma a leña y las conversaciones sazonaban la comida que compartimos. Al final, lavamos nuestros platos y nos acomodamos para seguir disfrutando de las presentaciones.

Con el avance de la noche, el frío se intensificaba, pero la emoción lo superaba con nuestra alegría. A medida que el cielo se oscurecía, la tensión crecía. El esperado discurso por el 30 aniversario de la guerra contra el olvido estaba por llegar, así como la posible aparición del Capitán Insurgente Marcos y la bienvenida al nuevo año en territorio zapatista.

Todo inició cuando el subcomandante Moisés se presentó en el podio, aproximadamente a las 11 de la noche. Con un sombrero negro de pescador, un pasamontañas oscuro y ojos que brillaban bajo las luces, exigió que los medios retrocedieran para dar paso a una marcha en el centro de la pista de baile. Cientos de milicianos y milicianas insurgentes marcharon al ritmo de los Ángeles Azules, demostrando su disciplina y poder sin armas, utilizando el arte y sus miradas como sus mayores herramientas.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Tras la marcha, adoptaron formación de escudo alrededor. Moisés avanzó al centro del podio. El silencio se apoderó de la multitud. Habló primero en Tzeltal, la lengua originaria de los territorios de Chiapas, antes de traducir al español. Fue un llamado a la memoria, recordando a los caídos y desaparecidos en la lucha por la liberación, denunciando la indiferencia y los daños del sistema capitalista. Destacó la importancia del trabajo comunitario y la propiedad colectiva para quienes laboran la tierra, desafiando la noción de que el trabajo es igual a dinero, enfatizando la idea de comunidad, amor y cuidado de la tierra para todos. Moisés instó a pasar de las palabras a la acción, de la poesía a la construcción con nuestras propias manos en lugar del dinero.

El discurso concluyó con la misma solemnidad con la que había comenzado, marcando así el inicio del primero de enero del nuevo año 2024. El subcomandante Moisés se retiró del podio y, en lugar de su voz, resonó la música de la banda para el baile popular y el estruendo de los cuetes que iluminaban y coloreaban la noche. Milicianos y milicianas invitaban a todos a unirse al baile, creando un ambiente de alegre rebeldía en el que el baile y las risas eran omnipresentes.

Al día siguiente, las actividades continuaron en pleno auge: poesía, música, talleres, juegos y conversatorios para todos los gustos y edades. El plato estrella del día consistió en frijoles en su caldo, acompañados de tostadas y charlas enriquecedoras. El sol ardiente intensificaba la sensación de armonía que impregnaba el ambiente, como un presagio de un mundo nuevo.

A pesar de encontrarnos en un territorio repleto de sorpresas, nadie esperaba la inesperada sorpresa que se nos presentó cerca de las cinco de la tarde. Por el micrófono, se anunció la realización de una marcha, mientras las milicianas y milicianos se preparaban a un costado de la enorme pista de baile. Caminé hacia la pista para capturar algunas fotografías hasta que, inesperadamente, un compañero del CNI que pasaba a mi lado me dijo: “¡Apresúrate con tu cámara, allá está el Capitán Marcos!”

En el podio, algunos representantes de medios luchaban por obtener una imagen, y sin dudarlo, corrí. Nadie me había advertido sobre la necesidad de mantenerme en forma para este oficio, pero el periodismo es una profesión de acción, donde la condición física es un requisito implícito.

Portaba una gorra sobre el pasamontañas. Sus ojos, como los de todos los habitantes del lugar, eran un par de espejos reflejando las almas de quienes los miraban. De su boca colgaba una larga pipa, como de chamán, que exhalaba hilitos de humo con aroma a vainilla. Cruzaba los brazos y estiraba las piernas para mayor comodidad; era el difunto Subcomandante Galeano, ahora conocido como Capitán Insurgente Marcos, con su sabia y austera presencia, llenando por completo el vasto espacio del caracol. A su lado, el subcomandante Moisés, y en el podio, una niña jugando con su bicicleta, yendo y viniendo sin que nadie se inmutara ante su tierna osadía.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

El Capitán Insurgente Marcos permaneció sentado hasta que las presentaciones culturales de la tarde culminaron. Al salir, la comunidad otomí de la Casa de Los Pueblos y las Comunidades Indígenas “Samir Soberanes Flores” le obsequió una muñequita Lele con vestimenta zapatista. Su presencia dejó tras de sí un rastro de misterio, armonía y lucha. Fue una presencia tácita, silenciosa y breve, pero llenó el espacio de magia y rebeldía, inspirando a varios.

Con la llegada de la noche, se montó el eco cine en la pista de baile. Proyectaron el documental “La Montaña”, que acompañaba a los miembros del EZLN en su travesía por el mar hacia tierras europeas. Las luces se apagaron; solo las linternas de los milicianos descendiendo de las montañas se mezclaban con las constelaciones en el cielo nocturno. Mientras veía el documental, sentí la mirada de un niño. Me observaba discretamente, le ofrecí unas galletas que comía y él me devolvió una sonrisa. Al poco rato, volvía a mirarme; le ofrecí más galletas y terminamos compartiendo el paquete entre ambos. El niño continuaba mirándome discretamente, pero con ternura. Le ofrecí más galletas, asintió con la cabeza y sonrió. Fui por otro paquete y se lo di. Lo abrió y antes de tomar una, me ofreció el paquete. Le dije que eran todas para él y sonrió enormemente, devorándolas rápidamente.

La película avanzó y el niño seguía observándome discretamente, intercambiando sonrisas. Le ofrecí dinero para comprar un dulce; al regresar, me dio uno de sus caramelos y luego se comió el suyo. De repente, sacó una galleta diferente a las que le di y me la ofreció. Nos sonreímos de nuevo. Terminamos compartiendo un refresco, él daba un trago y me pasaba la botella, y así sucesivamente hasta que se acabó. Cuando le presenté a Beto, él le preguntó su nombre y el niño respondió “Camilo”. Para mí, Camilo personificó el tierno ejemplo de la enseñanza zapatista: aquí, todo es para todos, la alegría de compartir, trabajar en conjunto, bailar en armonía, vivir juntos en una tierra común. Camilo encontró a su mamá y nos despedimos. Espero que esa noche haya soñado con Don Durito y los viejos abuelos, los primeros que crearon el mundo.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Al despertar al día siguiente, la tristeza invadía nuestros corazones al ser éste el último día en territorio zapatista. La mañana inició con los partidos de básquetbol, la música, la poesía y esa alegre rebeldía característica. Desde temprano se compartían frijoles, tortillas, tazas de café y charlas en un ambiente de camaradería. Con el sol poniéndose y las nubes descendiendo sobre las faldas de los cerros, el amanecer en territorio zapatista se tornaba mágico. Era tan digno como cualquier relato del viejo Antonio o de Don Durito, tan fascinante como la selva lacandona. Despertar en este territorio era como encontrarse en el más bello horizonte de un Mundo Nuevo, rodeado de nubes y antiguos árboles plantados por ‘locos’ hace más de 120 años.

Mientras subía las pertenencias al autobús, sentí una mirada penetrante que resultó ser la de Camilo. Al notar que lo veía, me sonrió y, con un gesto de despedida con una mano mientras sujetaba a su mamá con la otra, mi alma encontró algo de paz. Aunque la promesa de regresar y permanecer con ellos permanece intacta en mis pensamientos, viviré con la ilusión de encontrarme de nuevo con la mirada reflejada de Camilo, tal vez bajo un pasamontañas.

El camino de regreso a la ciudad fue igualmente extenso. En un alto en Palenque, junto al río Chacamax, Gato, un artista plástico muralista (quien dejó un hermoso mural en territorio zapatista) y yo encontramos caracoles sobre la arena, un hallazgo que encontré sumamente simbólico y conservé. Llegamos a la ciudad alrededor de las seis de la mañana, regresando al punto de partida: La Casa de los Pueblos y las Comunidades Indígenas ‘Samir Soberanes Flores’. Allí, entre nostalgia y alegría reflejadas en rostros extraños, nos despedimos, regresando cada uno a nuestras casas.

Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez

Creo que al final, todos coincidimos en que este viaje había transformado nuestras vidas de manera irrevocable. Todo lo aprendido en esos territorios mágicos de Chiapas debe aplicarse en las ciudades; debemos priorizar el bien común sobre el capital, trabajar por la tierra y no por el dinero, detener la muerte, la destrucción, la guerra y la injusticia. Debemos actuar, no solo poéticamente ni comunicativamente, sino con acciones concretas.

Pisar territorio zapatista es adentrarse en un mundo nuevo, un nuevo horizonte lleno de posibilidades de libertad, autonomía y resistencia. Visitarlo es como ir a la escuela para desaprender y aprender de nuevo que con ellos y su lucha es posible crear nuevos mundos desde horizontes inexplorados. Gracias, compañeros, por vuestro amor, vuestra lucha, vuestra resistencia, por compartir vuestro pedacito de montaña para dormir, por los platos de comida y las tazas de café, por las horas de baile, por las lecciones íntimas y espirituales. Gracias por reflejarnos en vuestros ojos de espejo y permitirnos ver nuestra esencia en ustedes, en vuestra lucha y resistencia. Gracias por recibirnos y despedirnos con tanta generosidad, por permitirnos aprender de vuestro movimiento, de vuestros caracoles, y por darnos la oportunidad de conocer a más personas de diversas geografías que, como nosotros, han abierto los ojos y desean un mundo tan nuevo y hermoso como el que con su lucha y resistencia han estado construyendo. Gracias, EZLN, y felices aniversarios.

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Foto: Wendy Juárez / @wendy_juarez
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2 COMMENTS

  1. Uff compañerxs, me he leído todas las notas que he podido sobre el aniversario y esta me ha llegado al corazón. Yo estuve ahí también y tu crónica narra lo que mi corazón también vió. Gracias. Ojalá el periodismo tuviera este nivel siempre.

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