Por Max González Reyes
Es innegable que en términos políticos a partir de 2018 iniciamos una nueva era. La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia inauguró un nuevo periodo en la historia del país. Con esto no quiero decir que la implementación del proyecto político denominado Cuarta Transformación haya llegado como un milagro y todo haya cambiado como por arte de magia, como constantemente lo señala el presidente cada vez que puede. Para él con su sola llegada se dejó atrás la era neoliberal y el tiempo de la corrupción. Para el mandatario ahora con su proyecto de nación todo es correcto y no hay ningún error.
El apabullante triunfo de Morena en 2018 inauguró una nueva mayoría en el Congreso de la Unión, es decir, en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República. No es menor denunciar que esa mayoría en la Cámara de Diputados la acrecentó con una vieja práctica que ejerció el PRI: obtener legisladores a través de los partidos que se unieron en la coalición Juntos Haremos Historia que establecieron para la elección de hace cuatro años. Con ello, pese a que la Constitución lo prohíbe, Morena tuvo una sobre representación en la Cámara de Diputados al tener más de trescientos diputados, lo que se conoce como chapulineo político.
De la misma manera, a partir de 2018 Morena ha ido en ascenso en lo que respecta a las gubernaturas en los estados. En un lapso de cuatro años pasó de ser un partido de oposición y con poca presencia, a gobernar 22 entidades. Un crecimiento impresionante y pocas veces visto. Nadie puede negar que en términos políticos, Morena pasó de la adolescencia a la madurez sin pasar por la juventud.
Sin embargo, el crecimiento nacional de Morena está basado en una especie de rencor y venganza a todo lo que hicieron sus antecesores. A estas alturas, ya no sorprende que en sus conferencias mañaneras el presidente López Obrador descalifique a los ex presidentes; hable en contra del neoliberalismo y de los que él considera conservadores; desprestigie y pretenda desaparecer a los organismos autónomos; tache de vendepatrias a los legisladores que no aprueban sus iniciativas; reproche a los medios de comunicación nacionales y extranjeros porque lo critican, y en general se vaya en contra de todo aquel que se oponga a su proyecto de gobierno.
Después de casi cuatro años de conferencias diarias, el mandatario no se sale de su discurso. Constantemente señala que no lo confundan con sus adversarios: “no somos iguales”, suele decir. Para él desde que asumió la presidencia todo es distinto. Y sobre todo, no tolera una mínima crítica a sus acciones y declaraciones. Esto lo refleja en que si una iniciativa no es aprobada por el Congreso de la Unión, no hace falta, para eso están los decretos, como lo busca hacer con la incorporación de la Guardia Nacional a la Sedena.
De igual manera, esa actitud de revanchismo se ve reflejada en todos los integrantes de Morena. Ejemplo es la actual gobernadora de Campeche, Layda Sansores. Semanas atrás la ex legisladora del PRI y de Movimiento Ciudadano, entre otros partidos, y Alcaldesa de Álvaro Obregón, publicó en su programa semanal unos audios del ex gobernador de esa entidad y actual presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno, Alito. Más allá del contenido de los audios -que en sí mismos son deplorables- la actitud de descalificar, de revanchismo, de desprestigio de la gobernadora reflejan la misma postura que sostiene el ejecutivo.
Los mismo pasa en el Congreso. Los legisladores de Morena, ya sea diputados o senadores, constantemente reprochan y reclaman al pasado, presumen su mayoría, y por eso mismo, mayoritean las votaciones; reprochan a los legisladores de oposición y exaltan las expresiones y políticas del presidente. Sin embargo, asumen actitudes que el otrora partido hegemónico tenía.
De manera paralela, el presidente se presume de izquierda, aunque en realidad nunca pasó ni militó en ella. Aunque ahora pretenda olvidarlo y hasta negarlo, su formación política fue en el viejo régimen del PRI. Sin embargo, para dar la imagen de una izquierda, usa símbolos de ésta, hace viajes a Cuba y celebra el aniversario del asalto al cuartel Moncada de mediados del siglo pasado, habla en contra del imperio norteamericano y rechaza la invitación del gobierno de Estados Unidos a la Cumbre de las Américas por no invitar a los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, argumentando que su administración no está de acuerdo con “la vieja política de intervencionismo, de falta de respeto a las naciones y a sus pueblos”, discurso muy de la Guerra Fría.
Todo ello le da al presidente y sus allegados una imagen de revancha ante sus antepasados. Con eso, según ellos están más cerca del pueblo, de los que menos tienen, de los siempre olvidados. Para el presidente y sus comparsas todo tiene un matiz político-ideológico, como se refleja en la creación del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado que tiene como fin poner a la venta objetos decomisados tanto a criminales como a servidores públicos que incurrieron en corrupción o desfalco.
Con todo ello, el presidente está regresando a los desposeídos un poco de lo mucho de lo que en administraciones pasadas se les ha quitado.
La realidad es que, pese a que no le guste al presidente, la prácticas políticas de anteriores sexenios siguen vigentes. La política de seguridad aplicada desde hace 15 años sigue siendo la misma de hoy, con los mismos resultados de aquellos años.