Por Tlachinollan
Mi Rubencito tenía muchas ganas de vivir, pero los doctores dijeron que no pasaría de los 10 años porque sus ataques epilépticos serían más fuertes y violentos. Las tardes, cuando el cielo era rojizo, trataba de jugar en el patio de la casa. A veces lo sueño acariciándome el rostro, pero al ver a otros niños no puedo contener mis lágrimas. El 23 de enero de 2023 fue el día más triste de mi vida porque fue su último suspiro.
Le gustaba que le dijeran Rubencito, pero su nombre es Rubén García Ponce. Somos originarios de la comunidad de Tejoruco, municipio de Tecoanapa, región de la Costa Chica de Guerrero [dice Leobardo García Vargas]. Vivíamos en una casita de adobe y lámina de asbesto. Con 6 hijos no nos alcanzaban 150 pesos que ganaba de peón en el campo. No teníamos para comer por eso nos fuimos a la Costa Grande en busca de trabajo para salir adelante con la familia.
Llegamos a Zihuatanejo, pero fue difícil conseguir trabajo. Las rentas estaban arriba de mil 500 pesos, así que tuvo que trabajar mi esposa. Le echamos ganas, pero con el tiempo se nos empezó a enfermar Rubencito. Varios años vivimos en Los Laureles, municipio de Tecpan de Galeana. Aquí empezó la angustia, la travesía por la vida y el dolor de Rubencito.
Nunca olvidaré la primera vez que lo llevé al médico. Lloraba por el dolor. Rubén tenía 4 años cuando por primera vez comenzó con las convulsiones, que en ocasiones lo hacían perder el conocimiento. No sabíamos qué hacer y los doctores no acertaban en el diagnóstico. Tuve que pedir prestados 5 mil pesos para pagar medicinas y estudios. No importaba el dinero porque lo que queríamos es que mi hijo sanara.
Un pediatra de una clínica particular de Zihuatanejo nos dijo que nació con epilepsia y que a los 10 años iba a morir. Después de la muerte de mi esposa nos mudamos a la comunidad de Tepintepec, donde no hay centro de salud, así como no hay médicos en El Tejoruco, San Francisco, El Guayabo y Mecatepec, municipio de Tecoanapa. Cuando nos enfermamos tenemos que ir a la cabecera municipal, pero no hay posibilidades para sobrevivir, por eso vamos a Ayutla de los Libres. Me prometieron que nos iban a dar un pase al Hospital Infantil de México, pero nunca pasó.
En Tecoanapa la atención médica no es efectiva. Pasamos en tres ocasiones, pero el hospital no está equipado, además, siempre me retenían para tramitar un pase. Me daba coraje porque la recepcionista quería que le platicara cómo estaba el niño, era evidente su estado de salud. Tenía que llevarlo a Ayutla, salía las 2 de la mañana, cuando le daban sus ataques. Durante horas buscaba un carro para trasladarlo. A las cuatro de la mañana llegábamos a las puertas del hospital. La última vez nos llevamos toda la temporada de agua con Rubén internado, pero siento impotencia porque no pude hacer nada. Tuve que perderlo.
El cuerpo de Rubencito se desvanecía, era como si tuviera parálisis. No pudo caminar, ni levantarse y poco a poco dejó de moverse, se la pasaba acostadito. En las terapias intentaba pararse, pero lloraba de un dolor insoportable. Desde el alba hasta que se encendían las estrellas, Rubén permanecían sentado en un sillón mirando el horizonte o las piedritas, y jugaba con su hermanita de 11 años de rato en rato.
Un día miré su sonrisa, quería jugar, pero empezaron algunas molestias. Tenía la esperanza de que sanara, así que lo llevé al Hospital General del Rena en Acapulco. El problema fue cuando Rubén empezó con más problemas, me pidieron los papeles, pero ya no los tenía porque ante la desesperación de que mi esposa había fallecido hace 6 años de azúcar quemé todo de tristeza. A los doctores les explicaba que el diagnóstico que me habían dado es que el niño tenía epilepsia, sólo así lo atendían con rapidez.
En enero del 2021 tuve la oportunidad de comprar un solar en Tepintepec, municipio de Tecoanapa, para estar más cerca del centro de salud, pero no hay especialistas. Ahí comencé a trabajar como campesino, ganando 150 pesos, pero el gasto era de 250 pesos diarios. No alcanzaba para la alimentación que los médicos recomendaron para Rubén porque desarrolló anemia, así que, además de verduras, tenía que comprar vitaminas y otros suplementos. Trabajaba para que el niño comiera bien. Quisiéramos comer lo mejor, pero no hay dinero.
El hambre es un tanto soportable, pero las convulsiones de mi Rubencito me partían el alma, se despedazaba mi corazón. Hasta la vez me acuerdo, nunca se me va a olvidar que tenía todo, pero lo destruí para luchar hasta el final por mi niño. La casa quedó vacía. En una ocasión sembré casi 4 litros y medio de maíz, pero vendí todo, no me dejé ni un grano para conseguir dinero. La lucha fue con harta fe, solamente Dios sabrá, pues él es el que nos da y nos quita. La esperanza nunca se me acabó, rogaba a Dios que sanara porque se me arrancaba el alma de verlo sufriendo.
Las autoridades no me ayudaron. Durante 6 años traté de gestionar con el gobierno, sin embargo, fue difícil porque a los pobres no nos escuchan. Una presidenta del DIF de Tecoanapa me iba a ayudar para llevarlo a Chilpancingo o Acapulco, hice trámites, pero nunca llegaron los papeles que metí, nada más me dieron una silla de ruedas de uso porque la nueva costaba más de 50 mil pesos, dijeron. Luego fui con el comisario a ver a la presidenta de Tecoanapa, Iliana Castillo Ávila, que me dio mil pesos, aunque quería que me ayudara con 5 mil pesos para llegar a Chilpancingo. También pedí ayuda con los servidores de la nación para solicitar el apoyo como incapacitado, querían que llevara al niño, pero fue complicado por la distancia y por falta de dinero. Quedé en la espera y con deseo de que llegara algo, y nunca llegó. Hace como un mes me encontré al servidor y me dijo que ya iba a llegar el apoyo del niño. Ya no le dije que el niño murió. Nunca tuve ayuda del gobierno, luché por mi propia fuerza. Luché con todo lo que pude.
Ahí está la casa toda vacía como un hueco sin ruido. Recuerdo a mi Rubencito. Sé que los doctores dijeron que no se podía hacer nada, pienso que fue más mi pobreza. Hay momentos en que sólo está el eco de la soledad. El dolor aún lo llevo en mi corazón. Pienso en mi hijo donde quiera que esté, espero que ya no sufra, que ría y corra como un niño sano, sobre todo en este día. Que grite, pero no de dolor, sino de alegría.