Por Abel Barrera Hernández
Aquí la situación siempre ha estado mal. Estamos olvidados en este rincón de Acapulco. Cada año buscamos cómo sobrevivir con la siembra del maíz, la jamaica, la calabaza y el ajonjolí, pero ahora con el huracán Otis nos vamos a morir de hambre. Ni quien venga ayudarnos. No tenemos esperanzas porque en el puerto de Acapulco, que sigue estando en el ojo del huracán, no hay suficiente apoyo, menos para nosotros. Al gobierno no le importa, no nos ve, ni nos escucha.
Recuerdo que, en la mañana de ese martes 24 de octubre, acá en Cacahuatepec el sol pegaba duro. Se escuchaba el canto de las chicharras y el revoloteo de las aves. A las 12 del día todavía estábamos en el campo recogiendo unas calabacitas para la comida. Varias señoras cargaban sus cubetas de 20 litros para sacar agua de los pozos. Cuando ya pardeaba el día sentí una pequeña oleada de viento que mecía las hojas de los parotales. Estaba en mi casa cuando escuché un ruido muy fuerte, como si se tratara de un helicóptero. La gente dormía, yo estaba en vela, porque mi hija me había dicho que un huracán iba a pasar por estas tierras. Eran las 10 de la noche cuando escuché otro ruido que venía de arriba, como un remolino, arrastrando todo a su paso. Miré a mi hija y no supe qué hacer. Presentí que algo malo pasaría. De a ratos rezaba, ¡virgencita de Guadalupe!, ¡ayúdanos! El estruendo se hacía cada vez más fuerte, las ramas de los árboles tronaban. Sentíamos muy cerca la catástrofe. El miedo nos invadió y nos fuimos con mi suegra, porque su casa es de losa. Sabíamos que si nos quedábamos las láminas se iban a volar y nos iba a caer el agua a chorros.
Cuando nos salimos a las 11 de la noche nuestra casa estaba entera. Teníamos la esperanza de que el viento pronto pasaría como luego pasa en febrero. La lluvia empezó arreciar y el viento con más fuerza azotaba la puerta de la casa. Nos sentamos en una esquina, las niñas y los niños lloraban asustados porque el viento empezó a llevarse todo. Esa noche las horas se hicieron eternas. El ruido se escuchaba como si bramara un toro embravecido. Yo dije, diosito, hasta aquí nada más llegamos.
La furia del viento retorció las láminas de los techos, los árboles se estremecían y muchos se desprendían con todo y raíces. Algunos animales fueron arrastrados. Fue hasta las 2 de la mañana cuando los fuertes vientos se fueron calmando. Permanecimos en silencio y con mucho miedo. Parecía que todo estaba bien, sin embargo, cuando llegamos a nuestra casa nos percatamos que el agua había inundado los dos cuartos y dejó todo flotando. No hice nada porque sentía que iba a vomitar. La lluvia seguía. Busqué láminas que aún quedaban colgando del techo para que las gotas de agua nos permitieran dormir. Temeroso dormí con el techo de la casa descubierto, como si fuera una ventana mirando al cielo.
Fue horrible, en la casita de Felipe de Apalani está todavía volteado el alambre. Todo quedó tirado. Su árbol de tamarindo quedó con las raíces desprendidas, y como a 20 metros del pueblo quedó el techo completo de una casa. Como 50 familias tuvieron pérdidas materiales o quizá más. Todo lo que sembramos lo aplastó el viento. Se llevó todo el pedazo de sembradío. En la entrada de Apalani, las primeras casas que aparecen dañadas son las de Celestina y Natalia. A Celestina solo le quedaron algunas láminas en el techo de su casa, pero todo fue arrasado por los fuertes vientos. La ropa mojada y un colchón están en la intemperie para que se sequen con los rayos del sol. Natalia corrió con su bebé recién nacido en sus brazos, para refugiarse en la casa de material de sus suegros. Si se hubiera quedado, el aire la iba a arrastrar.
El paso de Otis también afectó a las 47 comunidades de los bienes comunales de Cacahuatepec. El 70 por ciento de la cosecha se perdió. No habrá maíz en este año. La cosa ya venía mal desde mayo, sobre todo, en agosto y septiembre que no cayó ni una gota de agua. Ahora los fuertes vientos vinieron a dar el tiro de gracia. La mazorca que le entró el agua se va a podrir. De las 37 mil hectáreas de tierra, unas 20 mil, son de cultivo de maíz y la mayoría de ellas quedaron inservibles.
El domingo 29 de octubre el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la presa la Parota (CECOP) convocó a una asamblea en Cacahuatepec. Bajaron varios comisarios para compartir lo que vivieron y ver cómo organizarse para recolectar maíz y láminas. Comentaron que la gobernadora Evelyn Salgado no ha querido apoyar, lamentablemente desde hace un año parece que tiene un resentimiento y un desprecio por la gente de Cacahuatepec.
Más de 50 familias de la comunidad El Cantón perdieron láminas y cosecha, mientras que en Cacahuatepec rebasan las 60 familias. En la ribera del río Papagayo son como 20 comunidades que se vieron afectadas con 10 mil hectáreas de cultivos de maíz hibrido. “Nos jodió el agua del río. La creciente del río llegó a 8 metros de altura.” La afectación fue total en los bienes comunales, empezando por Cacahuatepec, Cantón, Espinalillo, Apanguaque, Huamuchitos, Apalani, Amatillo, Campanario, Barrio Nuevo. Del otro lado del río están las comunidades de Parotilla, La Concepción, Agua Caliente, El Carrizo, El Rincón, Salsipuedes, Tasajeras, Bellavista Papagayo, Los Hilamos, Rancho Las Marías, Las Parotas, entre otras que fueron afectadas.
El problema es que no hay nada que comer, porque la cosecha se la llevó el huracán. “Dónde vamos a sacar dinero si lo único que podíamos vender era la jamaica y el ajonjolí, pero también se perdieron.” Por eso queremos que el gobierno municipal, estatal y federal apliquen un plan emergente para mitigar las necesidades más básicas. El huracán evidenció que no hay gobierno en Guerrero, y menos en Acapulco. El gobierno federal está a prueba de ácido porque con este desastre habrá una rebelión en el estado. A las familias del Acapulco rural nos dejaron en la indefensión, solos a nuestra suerte.
El promedio de las pérdidas por familia va de media a una hectárea de maíz. No sabemos con quién acudir, porque con las autoridades no hay esperanzas de lograr algo. Desde que peleamos contra la comisión federal de electricidad, para que no construyera la cortina de la presa, nos tienen abandonados. Desde entonces no nos la perdonan. No tenemos ni agua potable. Solo está el pozo de agua del Aguaje que la gente hizo para abastecer a mil 500 personas.
A casi dos semanas de que pasó el huracán seguimos arreglando las láminas. Algunas logramos recuperar para colocarlas de nuevo, porque no tenemos cómo cubrirnos del sol ni protegernos del agua. Nos costó mucho trabajo comprarlas, porque aquí el dinero es muy escaso. El adobe de la casa quedó mojado y tenemos miedo que se agriete más y se caiga. Antes nuestros abuelos las hacían de lodo y bajareque, y resistían más. Ahora con estos vientos hasta sin casa nos vamos a quedar. Lo peor es que ni trabajo tenemos, porque también Acapulco quedó destruido. Teníamos la esperanza sacar el año con la siembra de maíz, pero por Otis nos vamos a morir de hambre. La jamaica la vendíamos a 150 pesos el kilo, algunas compañeras llegaban a cosechar hasta 600 kilos, sin embargo, el precio bajó hasta 50 pesos. La semilla de calabaza pipián la vendíamos a 50 pesos, pero ahora todo es ilusión, porque todo se lo llevó el viento.
“Vamos a tener la fe en diosito que no nos va a dejar morir de hambre, porque con lo poquito que tenemos a dónde más podemos ir. No hay a dónde correr.” En la carretera federal del Cayaco a Pinotepa Nacional, Oaxaca, hay varias familias pidiendo apoyo, principalmente agua y comida. Los habitantes de Bellavista, están antes de que empiece el puente del río Papagayo pidiendo apoyo a AMLO. En algunas cartulinas se lee: “apóyanos con lo que puedas”, “apóyanos con despensa”, “queremos agua y comida”. “Apenas llegó mi niño llorando, mamá ahora sí nos vamos a morir de hambre. No hijo, vamos a luchar comiendo tortilla con sal, pero no nos vamos a morir.”