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¿Maximato obradorista?

Por Max González Reyes

Nuestro país está en periodo electoral. Las y el candidato están en campaña intentando convencer al electorado. Los tres recorren el país en busca del voto de los electores. Entre tanto, el presidente López Obrador continúa con sus conferencias mañaneras haciendo campaña desde el púlpito de Palacio Nacional.

Los programas de las candidatas están claramente trasados. Para la senadora con licencia Xóchitl Gálvez las cosas no son nada fáciles. Ninguna encuesta la coloca con ventaja sobre su competidora Claudia Sheinbaum. Y no sólo eso, las más optimistas la colocan a veinte puntos debajo de Sheinbaum. Si bien es cierto, todo puede cambiar y para el día de la elección es probable que esa la brecha se cierre, hasta ahora se vislumbra una avanzada muy difícil para Gálvez.

Por su parte, Sheinbaum va en caballo de hacienda. Ella ya se siente la primera presidenta de México. Todas las encuestas le dan una amplia ventaja sobre Gálvez. Desde luego, buena parte de esa ventaja de arranque es porque tiene todo el apoyo del aparato federal y de los gobiernos estatales de mayoría morenistas. De hecho, parte de la publicidad que está llevando a cabo la candidata y en general Morena junto con sus aliados es continuar con el proyecto de la Cuarta Transformación a través de lo que han de nominado segundo piso.

No es de menos decir que eso mismo hacía el presidente en turno de los tiempos del régimen del PRI. Cada que llegaba la renovación presidencial el partido gobernante tenía ventaja sobre sus adversarios porque la publicidad y recursos para trasladarse prácticamente corrían a cargo de la administración federal. Pero el relevo presidencial también era acompañado de la continuidad del proyecto de gobierno. Prácticamente todos los presidentes emanados del PRI buscaron prolongar el proyecto del presidente saliente. Parte de esta continuidad radicaba en que el candidato oficial era elegido por el presidente en funciones; en varios casos había sido su colaborador más fiel o su “hijo político”.

Hay que recordar que en las primeras décadas del Siglo XX, cuando se estaban poniendo las bases del sistema político mexicano, hubo un periodo que se denominó Maximato. El presidente Plutarco Elías Calles propuso cambiar del periodo de los caudillos al de las instituciones a través de la institucionalización de un partido político: el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Cuando el presidente Calles dejó la presidencia en 1928, impedido por la reforma que prohibió la reelección presidencial, buscó seguir influyendo en las decisiones del siguiente presidente. Para ello propuso la creación de un partido que fuera una especie de brazo político-electoral del régimen. El periodo del Maximato comprendió de 1928 a 1934, en el que fungieron como presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, y culminó en los primeros años de gobierno de Lázaro Cárdenas de Río.

Durante el Maximato quien realmente gobernaba era el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles. Las decisiones no se tomaban desde la casa presidencial (en ese entonces todavía el Castillo de Chapultepec), sino desde la casa de Calles en Cuernavaca o en la colonia Anzures. Algunos autores mencionan que los presidentes del Maximato sólo fueron “títeres” del Jefe Máximo.

Para la elección de 1934 el designado por Calles fue Lázaro Cárdenas quien inauguraba los periodos de gobierno de seis años, los sexenios. Todos creían que con Cárdenas habría una continuidad en el Maximato. Pero una vez en la presidencia, Cárdenas asumió su postura como estadista y se desligó de la sombra de Calles. Aunque en un principio el presidente Cárdenas había aceptado un grupo de colaboradores conformado en su mayoría por personajes con filiación callista, para 1936 hizo renunciar a todos los funcionarios de su gabinete y conformar uno nuevo con gente que le fuera leal. Eso era una clara señal de ruptura con Calles. El enfrentamiento llegó a tal grado que el presidente le pidió a Calles que saliera del país en abril de ese año en un exilio en Estados Unidos, donde permaneció cinco años.

Hoy estamos en una situación si no similar, por lo menos muy parecida. Sheinbaum enarbola la continuidad del proyecto lopezobradorista. Lo ha dicho y repetido hasta el cansancio que dará continuidad al proyecto que se inició en 2018; su objetivo es consolidar la Cuarta Transformación y construirle un segundo piso. Pero surge la inquietud si una vez en el cargo presidencial la primera mujer presidenta será capaz de desligarse de su antecesor. En esa misma línea, habrá que analizar si la agrupación de Morena va a seguir “unida” sin el caudillo obradorista que los mantiene fusionados desde 2014. Si, como ha dicho el presidente se va alejar de la política una vez que deje el cargo, ¿Morena seguirá siendo el mismo? Si Sheinbaum llega a la presidencia lo hará con el sello de López Obrador, pero no será López Obrador por lo que tendrá que reajustar su estrategia.

Por otro lado, las 20 reformas que propuso el presidente son una forma de dejar un legado para el siguiente sexenio. Es probable que no se alcancen a aprobar las reformas presidenciales, pero el mensaje político es claro: dejar un marco jurídico a su modo para el siguiente sexenio. Habrá que ver si la ganadora, muy probablemente Sheinbaum, se mantiene a la sombra o saca el nuevo rostro ya siendo presidenta.

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