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Migrantes en ruta atorados en el bosque de Tláhuac

Migrantes camino al albergue ubicado en el bosque de Tláhuac en las periferias de la CDMX. Foto: Frances Campos.

Cientos de personas, familias de migrantes y refugiadas han sido desplazadas hasta la periferia de la CDMX donde se dispuso en el Bosque de Tláhuac, desde mayo del 2023 por la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO), un albergue que “promete” ofrecer tres semanas de comida y un espacio donde vivir.

Por Erandi Aguilar y Mayra Naranjo 

En el mes de mayo de 2023, y luego de un violento desalojo de cientos de haitianos de la plaza Giordano Bruno en la alcaldía Benito Juárez, en el centro de la capital mexicana, la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR), dependiente de la Secretaría de Gobernación, construyó un nuevo confín migratorio para quienes han sobrevivido a territorios como el tapón del Darién, pero que afirman temer más a este país tapón.

En dicho confín migratorio, el gobierno de la Ciudad de México inauguró el albergue temporal en la alcaldía Tláhuac para esas personas migrantes y refugiadas, este albergue es administrado por la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO), y además de albergar a los solicitantes de asilo, este precario campamento sirve de sede para la ventanilla única de registro de solicitudes de reconocimiento de la condición de refugiado en la CDMX.

Migrantes en ruta atorados en el bosque de Tláhuac
Migrantes camino al albergue ubicado en el bosque de Tláhuac en las periferias de la CDMX. Foto: Frances Campos.

Para comenzar con el procedimiento de solicitud de asilo los desplazados tienen que esperar, unas veces más de cinco horas en la madrugada, otras hasta tres días de espera en el bosque, sin agua, sin luz, sin servicios sanitarios, sin comida, pues el albergue de SIBISO siempre está desbordado y no existe un procedimiento claro para conseguir una de las 70 fichas diarias que los empleados de la COMAR que llegan cada mañana en sendas camionetas reparten para iniciar el trámite entre familias agotadas por el camino, el racismo y la espera.

Al conocer por la prensa y otras periodistas esta situación, en los primeros días de septiembre del 2023, el taller de periodismo de la UACM en San Lorenzo Tezonco, visitamos en grupo este confín migratorio enclavado en el extremo oriente de la ciudad, donde además de estudiar, vivimos la mayoría de los practicantes del taller. Buscamos retratar cómo sobreviven las familias desplazadas a estas condiciones impuestas por el gobierno federal y capitalino.

Tiene meses que los y las haitianas llegaron a nuestros barrios, que comenzamos a escuchar una nueva lengua (Creole) o un acento particular, que se nota la presencia de cuerpos negros caminando sobre las calles, en el bosque e incluso en los típicos tianguis de la alcaldía. Los rostros de estos cuerpos negros denotan preocupación, con las manos vacías, en ocasiones con maletas o folders con documentación importante.

Al ingresar al Bosque de Tláhuac, nos encontramos con la renovación de la entrada principal y la rehabilitación del mismo. En dicha entrada se encontraba un policía de la Secretaria de Seguridad Ciudadana (SSC) que nos comentó y retuvo  por un buen rato antes de dejarnos ingresar en grupo al Bosque de Tláhuac “…no puede ingresar un grupo tan grande, necesitan un permiso… ¿a dónde van?, si van al refugio es por la entrada del basurero, por aquí no pueden entrar…”.

Semanas más tarde, un traductor que trabaja con la COMAR aseguró que algunos policías estaban cobrando hasta 500 pesos para dejar entrar a los desplazados a las instalaciones del bosque. Tanto el trato hacía nosotros, como hacia los desplazados nos sorprendió e indignó mucho, porque como ciudadanos de la alcaldía Tláhuac sabemos que dicho espacio es gratuito y de acceso público; igual logramos notar que la entrada del “basurero” es solo para los migrantes y refugiados.

Al seguir en busca del refugio que se encuentra en la “Mini marquesa de Tláhuac”, nos encontramos con una familia haitiana de tres integrantes y tres amigos que tomaban un descanso enfrente del lago artificial instalado en este bosque después del sismo de 2017 en que dicho lago desapareció por una grieta profunda.

Gracias a la generosidad de esta familia,  y al a traducción de la más pequeña del grupo, una niña chileno-haitiana, pudimos conversar un rato largo. La familia nos comentó que venían desde Chile y que era la segunda vez que cruzaban el tapón del Dairén y que, para llegar a la Ciudad de México (CDMX), tuvieron que hacer una parada en “Tapachula” y trasladarse en transporte pero sobre todo caminando los más de mil kilómetros que separan a ambas cuidadas.

Cuando la familia llegó a la CDMX buscó comenzar su trámite de refugio en las oficinas centrales de la COMAR ubicadas en Versalles No. 49, 1º, 4° y 5º piso, en la colonia Juárez, en la alcaldía Cuauhtémoc gobernada por Sandra Cuevas, que fue quien exigió desalojar a los desplazados que acampaban a la vuelta de esas oficinas de la COMAR en la plaza Giordano Bruno como contamos al principio de esta pieza, por eso, cuando nuestros interlocutores que sobrevivieron al Darién recibieron la instrucción (que en realidad buscaron por internet porque nadie se las dio en la COMAR) de trasladarse al bosque de Tláhuac, un trayecto que dura más o menos 2.45 horas desde la colonia Juárez hasta nuestros territorios.

Conversando con esta familia haitiana constatamos que ninguna autoridad o funcionario de la CDMX ha facilitado información, atención o amparo a  todas las personas migrantes que llegan al bosque de Tláhuac a tientas, porque, además, muchas de estas personas desplazadas no hablan español, y en el confín migratorio de Tláhuac no hay una sola señalética que los guíe a la “Mini marquesita”, ninguna explicación en creole, la lengua de los y las haitianas o en inglés o árabe o punjabí, lenguas todas las personas que consiguen dar con la ventanilla. No hay señales, no hay información, no hay traductores para poder crear una comunicación efectiva con ellos, “es que tenemos muy poco presupuesto”, afirmó una psicóloga de COMAR entrevistada por este taller en dicha cobertura.

Al continuar nuestro camino para llegar al refugio, enfrente de los arcos de piedra de la “Minimarquesa de Tláhuac”, nos encontramos con una familia que venía de Honduras que se cubría del sol y tomaba un descanso en un quiosco de madera, no eran como tal familia pero se venían acompañando en el camino desde Honduras y para ellos tener la misma nacionalidad ya es encontrar tu familia.

Ellos nos comentaban que se habían quedado sin ficha para el trámite de refugio y sin lugar en el refugio que solo recibe a 450 personas por día, y qué a pesar de que se habían formado desde las cuatro de la mañana no les dieron más respuesta que “hay que volver a hacer la fila”.

Otra de las integrantes de la familia, que si que había estado ya ingresada en el albergue improvisado, no contó su experiencia en dicho refugio “…son cuartos muy pequeños…compartes cuarto con otros migrantes, no de la misma nacionalidad…solo te brindan una comida al día…para ingresar al baño tienes que tomar tu turno ya que solo  hay tres…” nos comentó la mujer hondureña de la familia.

Por eso, porque falta la comida, la mayoría de los migrantes que iban camino al refugio entraban con comida e incluso se encontraban consumiendo en los comedores ambulantes del Bosque de Tláhuac. Además, otra familia de haitianos instalaron un puesto de comida de su tierra por 70 pesos cada plato.

Avanzamos unos metros y, finalmente, llegamos al refugio, ventanilla. La mini marquesita es un espacio donde los lugareños lleva a su ganado a pastar.  Y es que a la  “Mini marquesa de Tláhuac” y el refugio solo los divide una reja blanca.

En la puerta del confín migratorio vimos desesperación, angustia, descontento y gritos de los haitianos al no poder ser entendidos y asesorados de la manera correcta para realizar el trámite del refugio y/o   un lugar donde descansar. Nadie les hablaba en su lengua, el creole, sino con respuestas cargadas de impaciencia los funcionarios de COMAR y SIBISO repetían que no había fichas ni lugares en el albergue. “Regresen mañana, regresen mañana”.

Sobre todo, los trabajadores del refugio, empleados de SIBISO, atienden a los migrantes con desprecio e impaciencia, entre gritos, manotazos, gestos corporales violentos y empujones de papeles “… ¡Hazte para atrás!… ¡No puedes pasar, quítate!… ¡Que no hay espacio entiende!…” fueron las palabras de una trabajadora precaria, una empleada de PILARES de la CDMX, que se encontraba en la entrada del refugio.

Cuando, en entrevista le preguntamos a Carlos García, coordinador y subdirector del refugio desde el mes de julio por parte de SIBISO, por qué esos malos tratos hacia personas que atravesaron un continente, nos respondió  que su equipo está integrado por un personal de veinte personas, el cual se encuentra dividido en dos secciones, los empleados de SIBISO y las personas contratadas por el área de Participación Ciudadana, y que de entre todos ellos nadie habla o entiende el creole: “…SIBISO no cuenta con traductor…ya todos saben la dinámica, afortunadamente la mayoría (de los migrantes) habla español son muy pocos los casos con los que no podemos comunicarnos..”

García aseguró, contrario a la experiencia encarnada de las migrantes entrevistadas por este taller, que actualmente el refugio brinda tres comidas al día, durante 15 días y que además cuentan con la participación del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) con actividades didácticas, aunque no hay como tal algún servicio escolar para los infantes. Ante dichas observaciones de inconformidad por medio de los trabajadores hacia los refugiados, una estudiante de la UACM decide preguntar “¿Es requisito que las chicas sean tan groseras con los migrantes?”,”… no es la indicación, no es el caso, ellos igual se ponen groseros, pero eso no justifica que haya una…” respondió el coordinador del refugio.

La inconsistencia de acciones federales y locales para la estadía de estas personas migrantes destapa más dudas que intenciones de atender la realidad que viven los migrantes en su día a día en Tláhuac, ya que no existe ninguna iniciativa para que estas personas sean empleadas y puedan empezar a vivir en México o simplemente poder comer y dormir dignamente.

En el recinto, además de un defensor de migrantes que trabaja como voluntario en un albergue eclesial del oriente de la ciudad, no había organizaciones civiles ni prensa. Pocos testigos o casi ninguno para este confín migratorio.

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