Desde hace más de ocho décadas, las Mojigangas continúan bailando en honor a Santa Apolonia, uno de los barrios de la alcaldía Azcapotzalco. Cada año, el 9 de febrero, se festeja a la patrona de los dentistas, y las Mojigangas comienzan a bailar desde el día anterior para venerar a la virgen.
Con gran alegría, las Mojigangas esperan esa fecha para danzar en el atrio de la iglesia, frente a las casas y en las calles aledañas, acompañadas de música y cohetes que anuncian su paso. Su gozo no termina ahí, pues también participan en el carnaval de Azcapotzalco.
Texto y fotografías por Alejandra González/@gonzalezsolislalejandra/@AleGonSol
Las Mojigangas, también conocidas como Gigantes de la Tradición, según la página del Museo Nacional de Culturas Populares, representan júbilo, gozo, asombro, tradición, rito, religión, fiesta y unidad. Estas grandes estructuras de carrizo y cartón cobran vida en diversas comunidades de México, rindiendo homenaje y culto al patrono, la virgen o la deidad con la que las personas se identifican, además de recordar a quienes han partido.
El Barrio de Santa Apolonia Tezcolco
Jorge Borja, en Memoria e Historia de Santa Apolonia Tezcolco, recorre la historia del barrio desde su origen en un calpulli hasta la época de Tezozómoc el Viejo (entre los siglos XII y XIII d.C.). Posteriormente, en el siglo XVI, con piedras de un templo dedicado a Tezcatlipoca, se construyó una capilla donde fue llevada la imagen de Santa Apolonia.
Los cronistas María Elena Solórzano y Antonio Urdapilleta definen Tezcolco como “el lugar de la encina torcida” y, de manera etimológica, como “el espejo de obsidiana” o “el espejo humeante”, al estar implícito el nombre de Tezcatlipoca.
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El Origen de las Mojigangas
El Museo Nacional de las Culturas Populares menciona que las Mojigangas tienen su origen en la España peninsular y que consistían en encuentros teatrales a modo de farsa y carnaval, definidos como bojigangas. En estas representaciones, los participantes portaban grandes máscaras. Con el tiempo, las celebraciones evolucionaron y fue hasta el siglo XVI cuando las Mojigangas llegaron al territorio de la Nueva España.
En la Nueva España, las máscaras fueron reemplazadas por estructuras de carrizo forradas con la técnica de la cartonería, lo que les dio características muy particulares. Estas figuras eran altas, simulando el cuerpo humano, con rasgos toscos y pronunciados. Además, en el centro de la figura se dejaba una pequeña abertura para que el portador pudiera ver. Con el tiempo, estas estructuras se convirtieron en un elemento fundamental de las fiestas populares en barrios y comunidades.
La Real Academia Española (RAE) define la Mojiganga como una obra teatral breve, de carácter cómico o burlesco, en la que participan figuras ridículas y extravagantes, como diablos o animales. En la antigüedad, estas representaciones se realizaban en los entreactos o al finalizar el tercer acto de las comedias.
Germán Viveros, en Dos Mojigangas Novohispanas Dieciochescas, menciona que el término Mojiganga proviene del latín vesica, que significa vejigas o bolsitas. Estas vejigas se usaban como banderas o sonajas adheridas a un palo, el cual era sostenido por la persona al mando de la procesión de actores. Durante los festejos, los actores recorrían las calles escenificando temas de ficción inspirados en la vida cotidiana. Este tipo de espectáculo garantizaba una audiencia espontánea, deseosa de distracción, con un fuerte componente caricaturesco y satírico.
La Cartonería como arte popular
El Museo Nacional de Culturas Populares refiere que la cartonería es una técnica artesanal originaria de China, introducida en México por los españoles durante la época virreinal, principalmente a través de las piñatas, hechas de barro y papel, utilizadas en el proceso de evangelización.
Se menciona también que, a finales del siglo XVI, se estableció el primer molino de papel en el continente americano, en Culhuacán, Ciudad de México. La Inquisición encomendó a los artesanos indígenas la elaboración de figuras de cartón alusivas a Judas Iscariote, las cuales eran quemadas en reuniones del clero para simbolizar la eliminación del mal. Con el tiempo, esta práctica se convirtió en una tradición en diversas ciudades de México durante la Semana Santa.
El origen de los carnavales en México
Newell Gillian, en su artículo Los Carnavales de México. Una aproximación a su regionalidad y regionalización, explica que los carnavales están asociados con la Iglesia Católica y el periodo medieval europeo. Se celebraban como una etapa de desorden y excesos antes de la Cuaresma y la Semana Santa. Además, estos festejos están vinculados con la conquista y la influencia cultural de España, Portugal y Europa, así como con la resistencia de los pueblos originarios y afrodescendientes en defensa de sus tradiciones.
La llegada de las Mojigangas a Azcapotzalco
Rodolfo Tavera, de sesenta y nueve años, habitante de Santa Apolonia, relata que su abuelo materno, Pablo Romero, llevó la tradición desde Chalma con la intención de que los niños de la época se divirtieran. Su familia ha mantenido viva la costumbre a lo largo de los años.
“Desde mi abuelo, mi santo padre, mis tíos y nosotros que pudimos… Ya somos pocos, ¿verdad? Ahora siguen mis hijos y mis nietos. Se hereda, sí, sí”, expresa con cariño y emoción.
“Yo me acuerdo que cuando iba a Chalma, cuando tenía como ocho o diez años, allá llegábamos a ver esas Mojigangas. Era algo muy bonito, muy hermoso”.
Rodolfo comenta que antes no se utilizaban estructuras metálicas de alambrón. En su lugar, los materiales más comunes eran el fresno, el bambú y el carrizo, que permitían reducir el peso y dar forma a las Mojigangas.
“Antes se ahorraba uno bastante dinero. Ahora se gastan unos dos mil o tres mil pesos en cada muñeco: hilos, agujas, telas”.
Con el paso del tiempo, han surgido diversos personajes en las Mojigangas. Rodolfo recuerda:
“Antes se usaba mucho la tortuga. El truco era que los niños no vieran cómo caminaba. Había que formar toda la tortuga y coserle piernas falsas. Así, los niños pensaban que caminaba sola”, recuerda entre risas.
“Una vez hicieron un pato gigante con diez patas porque estaba pesado. Varios muchachos tenían que meterse dentro para sostenerlo. Eran muñecos muy bonitos, muy hermosos”.
Menciona que la tradición fue compartida con los vecinos y familias del barrio, y que fueron los jóvenes quienes se encargaron de continuarla, restaurar las Mojigangas y bailar en las fiestas. Según él, estas figuras son exclusivas de Santa Apolonia y no se encuentran en otros barrios.
Con alegría, Rodolfo expresa que su familia dejó un legado muy especial. Recuerda con afecto ayudar a su abuelo y trabajar con barro para hacer ollas para piñatas.
“Es importante para que los jóvenes se diviertan y se distraigan. Ahora los muchachos ya no son como antes”, concluye.
Historias de arte y tradición
David Tavera, de treinta y cinco años e hijo de Rodolfo, cuenta cómo ha incluido la cartonería en su vida desde hace aproximadamente quince años. Todo comenzó cuando su hijo le pidió una figura, y desde entonces, cada año crea distintos personajes para acompañar a las primeras y tradicionales Mojigangas, donadas a la iglesia de Santa Apolonia por su abuelo.
“Ahí uno va viendo cómo son, cómo las hacen, y ya te vas imaginando poco a poco cómo hacer algo. Así vas creando las formas. Luego, hace como cinco años, fui a Oaxaca y allá hacen calendas”, relata.
“Es otra forma de hacerlo, por eso hago una combinación con los de aquí. Vi cómo los hacen allá en Oaxaca, que son más ligeros, hechos con carrizo y pura tela, y además muy altos. Entonces, lo que hago es una fusión. Más o menos pesan entre 10 y 15 kilos”, menciona.
David explica que su idea nace principalmente para los niños, con el objetivo de que jueguen, bailen y no se lastimen al cargar las Mojigangas.
“Este año hicimos tres, pero hace cinco años, en 2018, hicimos once. Tenemos videos de eso. Mi hijo tiene un canal de YouTube donde edita y sube los videos de cada año”, comenta.
“Es una historia que ya traemos, que nos contaron. Por eso digo que tengo la noción de cómo hacer algo, porque ellos nos enseñaron cómo se hacían. Uno se lo imagina y es como algo familiar, lo llevamos en la sangre, se da de manera natural”, menciona con orgullo.
“Cada año es jugar con la imaginación: los colores, las formas, cómo quieres verla… si contenta, triste, con un adorno. Este año hicimos una con estilo vaquero, para que combinara con las otras dos, que también tienen esa temática”.
Fotografía por @gonzalezsolisalejandra
Un trabajo que no se evalúa
David cuenta que cada año busca darles una temática diferente a sus creaciones. Este año, reestructuró algunos detalles y compró pintura, lo que les costó alrededor de cuatro mil pesos, sin contar su mano de obra, la cual, según él, “no se evalúa”.
“¿Cuánto puedes valorar una artesanía? O sea, lo que le digo a mi hijo: esto es una artesanía, pero pareciera que solo compras la tela, la armas y ya. Pero, en realidad, ¿cuánto puede costar esto? ¿Qué valor tiene?”, reflexiona.
Explica que comienza a trabajar en ellas con tres meses de anticipación para asegurarse de terminarlas a tiempo:
“Yo los empiezo a hacer desde noviembre. Ahí iniciamos con los proyectos, avanzamos poco a poco y ya en enero aceleramos, porque es un mes clave”.
“Ahora tenemos un proyecto que ha cobrado fuerza en los últimos años aquí en Azcapotzalco: el carnaval de Azcapotzalco, que se celebra en marzo. Hemos participado unas dos o tres veces como familia, pero esta vez todavía lo estamos pensando”, comenta.
Las Mojigangas también son comunidad
Para David, formar parte de la tradición de las Mojigangas es sinónimo de nostalgia. Es recordar la ilusión que sentía de niño al ver a los gigantes bailar, al sentir la música vibrar en su cuerpo. También es diversión, risas, alegría y, sobre todo, comunidad.
“Ese día, por un momento, hay un entendimiento de que todos somos comunidad aquí, ¿no? Nos comprendemos, nos vemos, y todos formamos parte de esto”, menciona con alegría.
“Te metes a bailar y es una transformación. Te conviertes en el personaje en ese instante. Dejas de ser tú y te fusionas con él. Dentro de la Mojiganga eres ese personaje que representa el baile y que es admirado por la comunidad”.
“Bailar y ver a la gente reír y divertirse, verlos moverse con alegría, es lo que genera este ambiente festivo. Al final del día, uno termina cansado, pero es un cansancio como el de una peregrinación, como quien cumple una manda. Es una energía de satisfacción”, reflexiona.
El ritual
David explica que el rostro de las Mojigangas lo elabora como si fuera una piñata, utilizando papel, periódico y cartón en una mezcla resistente. Comenta que algunas de sus figuras tienen entre seis y diez años, y que cada año las modifica, lo que les permite adquirir más capas que endurecen y refuerzan su estructura.
“Todo esto aquí tiene vida para mí. Desde planearlo, imaginarlo, decidir cómo lo coso, cómo lo corto, qué tela le queda mejor. Cada puntada, cada gesto, el cartón te va hablando, es como el barro”, dice con pasión.
“El material mismo te indica qué forma tomará, cómo debe moldearse, qué expresión tendrá, qué vestimenta le corresponde. Todo el proceso se convierte en un ritual. Sí, es un ritual”, menciona con una sonrisa.
“Cortas la tela, colocas cada detalle. Aprendes a coser, a medir, a pegar, a hacer trenzas, a pintar, a crear estructuras. En este proceso, aprendes a moldear”, concluye.
Una gran experiencia
Ernesto Zavala, de cincuenta y seis años, comenta que comenzó a participar en la tradición cuando tenía ocho años y que, al cumplir diecisiete, asumió la responsabilidad de organizarla. Actualmente, solo acompaña y supervisa la festividad, pero ya no la coordina, pues ahora son los jóvenes y vecinos de la colonia quienes se encargan de la organización.
“Los que me apoyan son mis sobrinos y todos los jóvenes que están involucrados. Los conozco desde que eran niños”, menciona.
“Yo les brindo apoyo a los muchachos, ellos son los que organizan, pero los recorridos siguen siendo los mismos de siempre, abarcando todo el territorio parroquial. Ya tenemos un punto inicial, que es Rey Maxtla, y de ahí recorremos toda la colonia y las calles aledañas”.
Ernesto señala que los muñecos siguen siendo los mismos, solo los restauran. Al principio, eran solo una muñeca y una tortuga, pero posteriormente añadieron un muñeco como pareja. Con el tiempo, fueron creando más figuras, y en la actualidad cuentan con ocho en total: tres tortugas y cinco muñecos.
Al inicio, las Mojigangas se elaboraban con carrizo y madera, pero cuando ese material comenzó a escasear, optaron por hacerlas de alambrón:
“Con el tiempo, el alambrón también se dobla. Entonces, lo que hicimos fue reforzarlas porque ya tienen muchos años; todo esto comenzó en 1940. Ahora usamos varilla para darles más resistencia. Aun así, con el movimiento se desarman”.
“Como están en uso todo el día, también depende de quién las baile. Hay personas que, al moverse, se caen y eso provoca que la tela se rompa y que se deterioren otras partes”.
Ernesto comenta que las Mojigangas más grandes pesan entre cuarenta y cincuenta kilos y miden aproximadamente dos metros. Debido al constante movimiento, la carga se vuelve aún más pesada.
“Al principio no se siente tanto el peso, pero conforme avanza la música y las melodías, empiezas a notar el esfuerzo. Por eso se van turnando entre varios para aguantar”, expresa con alegría.
También menciona que hay personas encargadas de confeccionar la ropa; los jóvenes compran la tela y la llevan a coser, mientras que ellos mismos se encargan de todo lo demás. Para costear los materiales y la banda de música, organizan una colecta. Desde el año 2000, además, han utilizado playeras representativas del aniversario de las Mojigangas de Santa Apolonia.
“Siempre hay alguien que se suma a aportar. Hay personas que han donado, pero todo queda entre nosotros. Durante el recorrido, la gente nos ofrece bebidas, y también nos brindan desayuno, comida y cena”.
“El recorrido dura todo el día, desde temprano hasta la última misa. Una vez terminada la misa, se despide a la banda y a los músicos. Ahí es cuando se acaba la fiesta”, concluye.
Fotografía por @gonzalezsolisalejandra
Adoración a la Virgen
Juan, de 34 años, cuenta que lleva más de quince años participando en la tradición, gracias a una invitación que le hicieron. Ahora, cada año asiste junto a su mamá y su hermana.
“Para mí, participar en esta festividad no es diversión ni un pachangón, no. Más que nada, es una adoración a la Virgen de Santa Apolonia, una veneración. Es celebrar a la Virgen”, menciona.
Los días de festejo son el fin de semana posterior a su santo, pero en 2025 coincidió que sábado y domingo fueran 8 y 9 de febrero:
“Tomamos los dos días, sábado y domingo. Pero también depende mucho del día en que caiga, ¿no? Se puede decir que el santo de la Virgen de Santa Apolonia es el 9 de febrero. Pero si su día cae entre semana, nosotros lo recorremos al fin de semana posterior”.
Juan explica con detalle cómo participa en la restauración de las Mojigangas:
“Yo me encargo principalmente de los arreglos de las mojigangas. Tanto las muñecas como los catrines están fabricados de varilla y alambre”, indica.
“La cabeza ya está completamente formada. Nuestro trabajo, junto con los organizadores, es vestirlas. A las muñecas les hacemos vestidos completos y a los catrines les colocamos gabardinas”.
“Contamos con personas que nos ayudan en la confección. Nosotros compramos la tela para los vestidos de las muñecas y les damos las medidas a quienes los elaboran”, menciona.
“Para las gabardinas, si queremos darles un toque norteño o grupero, les agregamos detalles. También forramos los catrines con tela, les colocamos un fondo y endurecemos la tela con pintura vinílica”.
“Una vez endurecida, le damos los detalles finales, que pueden cambiar cada año: piel clara, morena, diferente color de ojos, boca, incluso barba o bigote”, expresa con entusiasmo.
“Los brazos de cada Mojiganga sí varían. Se hacen con pantalones de mezclilla cortados y rellenos de esponja o material de almohadas. Los guantes se cosen directamente al brazo y también van rellenos”.
Finalmente, explica la estructura interna de las Mojigangas y cómo se cargan:
“Cada Mojiganga tiene tirantes en su interior y un visor para que la persona que está dentro pueda ver. Los tirantes están unidos a la estructura, lo que permite cargarla”.
Juan menciona que el próximo 16 de marzo será el carnaval de Azcapotzalco y que ya están trabajando en los arreglos para que las Mojigangas estén listas para ese día.
Baile, alegría y veneración
Ariana, de 35 años y hermana de Juan, ha participado en la tradición desde los 20. Ella cuenta que solo baila y que para ella es una experiencia muy bonita, llena de alegría.
Laura Castellanos, mamá de Juan, expresa que para ella es muy importante venerar a Santa Apolonia:
“Llevo viviendo aquí unos 30 años y desde entonces he seguido la tradición”.
“El día de su fiesta, aunque me sienta mal, ahí me ves. Voy, aunque no pueda ni caminar, pero ahí estoy. ¿Por qué? Porque me gusta mucho la tradición”, dice con una gran sonrisa.
“Cuando me siento sola, voy a su misa, a su iglesia, y le pido que me dé tranquilidad, devoción para seguir amándola y protección bajo su manto”.
Laura cuenta que nunca ha bailado dentro de las Mojigangas, pero se siente feliz y orgullosa de acompañar a sus hijos y mantener viva la tradición:
“Nunca me atreví a meterme porque sufro de las rodillas y no me sentía capaz”, menciona.
“Pero soy feliz viendo a mis hijos participar. Cuando mi hija Ariana se mete a bailar, siento como si yo estuviera ahí con ella”.
“Aunque al otro día no aguante mis pies del cansancio, haber estado con ellos es lo que vale la pena”, expresa con alegría.
Una vida pintada de colores
Las Mojigangas son una tradición que fusiona arte, baile, música, fiesta y devoción, formando una comunidad sólida.
Es un acto de creatividad al confeccionarlas, de alegría al bailar y escuchar la banda, y de amor al venerar a la Virgen.
La vida de quienes crean cada detalle, cosen cada prenda, arman cada pieza, organizan la festividad y bailan al ritmo de las melodías, siempre estará pintada de colores a través del tiempo, mientras las nuevas generaciones continúen preservando esta tradición.