Por Max González Reyes
El presidente Andrés Manuel López Obrador se jacta y repite una y otra vez que su gobierno no es igual a los anteriores. Lo repite y lo repite hasta el cansancio. No hay día que no diga frases como “no somos iguales”, “no me confundan”, “nuestros adversarios”, etc. Ello en referencia a que él es un político distinto. Aunado a ello, el presidente enarbola la bandera de la Cuarta Transformación, que es la estrategia de su gobierno para decir que todo es distinto. Para el presidente, desde el 1 de diciembre de 2018 empezó una nueva era en el país.
A la par de esto, el presidente hace una constante crítica al neoliberalismo. Según el mandatario esta corriente político-económica es la fuente de todos los males contemporáneos del país, pues siguiendo sus principios, desde la década de los ochenta, los gobiernos entregaron toda la riqueza nacional a los extranjeros. Por ello, con su llegada a la presidencia se está corrigiendo todo lo que se hizo mal en las últimas décadas. De igual manera, el presidente se asume como el redentor de la patria; y es gracias a él se está corrigiendo todo. Parte de esa corrección es hacer las cosas diferente.
Aunado a ello, todos los días hace una crítica al pasado, que va desde los dirigentes de los partidos políticos, medios de comunicación, expresidentes e incluso la prensa extranjera.
Sin embargo, hay muchas cosas del actual gobierno que se parecen mucho a las estrategias que hacía el régimen que el presidente tanto critica. Van algunos ejemplos.
Por lo menos desde la década de los ochenta, los presidentes en turno montaban toda una estrategia de comunicación con la que se identificaba todo su sexenio. Esa estrategia se acrecentaba cuando se avecinaban eventos importantes, en particular la presentación del informe de gobierno cada primero de septiembre.
El acto protocolario por la entrega del Informe de gobierno se consideró por mucho tiempo como el Día del Presidente. En ese evento el mandatario era el Gran Señor de la política, pues todos le hacían homenaje: se querían tomar la foto, le aplaudían, lo escuchaban, lo veneraban, en fin, era el día del Gran Legislador, puesto que se presentaba a la Cámara de Diputados a presentar su informe. Paralelo a ello, el día del informe los medios de comunicación lo seguían desde que salía de la casa Presidencial, Los Pinos, cómo iba saludando a la gente en su traslado al recinto parlamentario; su entrada, el saludo y escuchaban atentamente un largo discurso interrumpido por aplausos de los presentes. Y al término del discurso, que los medios transmitían en vivo y en cadena nacional, su salida rumbo a palacio nacional a celebrar el “gran discurso del presidente”.
Aunado a ello, previo al gran día, el presidente grababa una serie de anuncios que se transmitían por fragmentos en los medios de comunicación en todo el país. Radio, televisión y prensa escrita estaban obligados a transmitir y publicar los logros del presidente en turno. En dichos anuncios (spots) se hacía mención de los logros del presidente y de los buenos resultados que durante el año previo había dado al país. El anuncio de los logros presidenciales se repetían una y otra vez en esos spots.
Pues bien, esa estrategia de comunicación no ha cambiado con el actual gobierno. Previo a la presentación de su Cuarto Informe de gobierno, el presidente López Obrador llenó los medios con una serie de anuncios que enarbolaban lo que él llama sus logros. Eso sí, sus spots los iniciaba con la frase “no somos iguales”, y de ahí era presumir que lo que ha hecho y de paso descalificar a sus adversarios. En la actualidad no asiste a la Cámara de Diputados a entregar el informe, pero sí da un discurso donde presume sus logros, y los invitados le aplauden y llenan de elogios.
Otro de los aparentes cambios que el presidente pregona porque se hacen de manera diferente a sus antecesores tiene que ver con su relación con el Legislativo. En el largo periodo del partido hegemónico la relación presidente-Congreso, más que de contrapeso era de subordinación. Baste recordar que las iniciativas que mandaba el ejecutivo eran aprobadas sin ninguna discusión puesto que el presidente era el Gran Elector, por lo que no había más que aprobarlas. Durante el largo régimen en el que predominó PRI, éste se caracterizó porque los integrantes del poder legislativo no tenían independencia, sino actuaban como oficialía de partes para completar la legalidad de las propuestas presidenciales. Esta relación era marcada por la relación que el presidente tenía con el partido oficial, el PRI, pues el ejecutivo era el líder “nato” del partido.
Fue por eso que mucha de la lucha de líderes opositores se enfocó en desmantelar la presidencia de la República para con ello disolver esa relación presidente-Congreso porque el segundo era un extensión del primero.
Hoy en día tenemos una relación Ejecutivo-Legislativo exactamente como la de aquellos años del régimen del PRI. Actualmente, las iniciativas que manda el Ejecutivo son votadas sin al cambio de “una coma”, como lo ha pedido el propio presidente. En la mayoría de los proyectos que envía el Ejecutivo los legisladores de Morena las aprueban “fast track”. Desde luego, cuando se aprueba como la manda el ejecutivo, éste les aplaude en sus conferencias mañaneras. Pero si no lo hacen, los exhibe y critica por entorpecer el progreso del país y sobre todo ser un obstáculo para la Cuarta Transformación.
No hay que olvidar que en un sistema presidencial la legitimidad es tanto al Ejecutivo como al Legislativo, y sus acciones son separadas, aunque debe haber una colaboración entre ambos. Sin embargo, en nuestro país esa relación en realidad ha sido de subordinación del Congreso al presidente.
El discurso presidencial contrasta con sus acciones. El dice no somos iguales pero, a decir verdad, se les parece mucho.