Justicia para Samir Flores, emblema de la resistencia contra los megaproyectos neoliberales.
En memoria de Raúl Lucas y Manuel Ponce, a doce años que les arrancaron la vida por defender los derechos del pueblo Na’Savi de Ayutla.
Por El Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”
El jueves 18 de febrero, entró la muerte a mi casa con la llegada de la policía de Tlapa. Eran las 4 de tarde cuando tres patrullas, con policías fuertemente armados, llenaron de polvo mi vivienda al frenar bruscamente. Todos se bajaron apuntando con sus armas. Rodearon mi casa y algunos se fueron a la puerta donde se pusieron mis hijas Mary y Ana, y mi nieta Anahí, para impedir que entraran. Querían meterse a la fuerza, por eso Mary les dijo: “si no traen orden de cateo, no pueden entrar a mi casa”. Los policías en lugar de explicar el motivo de su presencia, agarraron a Ana del cuello y la tiraron, y a mi nieta Anahí, que tiene dos meses de embarazo, la tiraron y la arrastraron. Yo también traté de que no entraran, pero me aventaron y me patearon. Mi esposo que se encontraba adentro, al ver que los policías nos golpeaban, tomó el machete para que no se metieran. Nunca imaginé de lo que serían capaces. Además de insultarnos y pegarnos, me dijeron: “Venimos por tu hijo el valiente. Nos lo vamos a llevar”. No sabía de quién me estaban hablando, porque tengo 8 hijos y 3 hijas.
Los policías, además de quitarle el machete a mi esposo lo golpearon y lo arrastraron como dos metros en el patio de la casa. No pudimos hacer nada para rescatarlo. De pronto escuché un balazo y pensé que era para asustarnos, pero luego me di cuenta que a mi esposo le habían “pegado” en la pierna. En lugar de que lo ayudaran, siguieron golpeándolo con los puños y vi que le dieron con una tabla en la cabeza. Yo les grité: “No sean cobardes, solo los perros se amontonan para hacerle daño a la gente. Déjenlo, porque no les hace nada”. No me hicieron caso, y a pesar de que escurría la sangre de su pantalón, continuaron golpeándolo. Uno de ellos todavía me dijo, “cállese, vieja argüendera que también a ti te vamos a dar”. Hasta que vieron que mi esposo ya no reaccionaba, lo cargaron y lo aventaron a la patrulla. No les importó que estuviera herido, ni que mi nieta Anahí, estuviera lastimada de su pierna.
Todo lo hicieron como si fuéramos delincuentes. Arrancaron sus patrullas y se fueron como si hubieran hecho una gran hazaña. Nos quedamos con miedo y sin saber que más le iban a hacer a mi esposo. Después supimos que lo llevaron al hospital general, pero todo fue en vano porque ya llegó muerto. Ahí lo dejaron y se fueron, y lo peor de todo, es que el director de seguridad no hizo nada para detener a los responsables. Supimos que el mismo fiscal de la Montaña, les solicitó que presentaran a los policías. Ninguna autoridad municipal respondió por lo que hicieron. Lo más triste es que tuvimos que dar vueltas con el ministerio público para poner la denuncia. Ahí mismo, el licenciado que le tocó atendernos solo se dedicaba a regañarnos. La presencia de los abogados de Tlachinollan, nos ayudó a que se abriera la carpeta de investigación y se hablara al SEMEFO de Chilpancingo, reportando la muerte de mi esposo. Con todo el dolor de nuestro corazón, tuvimos que ir a la capital para hacer los trámites y traer a mi esposo Miguel. Además de que lo mataron todavía tuvimos que conseguir dinero para el pago de la carroza. Los médicos que hicieron la necropsia, nos dijeron que mi esposo Miguel murió por hemorragia. La bala se la “pegaron” en la mera vena y lo dejaron desangrar. Con gran cobardía, aparte de disparar el arma, lo siguieron golpeando, hasta causarle la muerte.
No sabemos porque los policías vinieron agredirnos. Dicen que porque mis hijos robaron. Yo como madre, estoy dispuesta a que los investiguen, pero no voy aceptar que por eso vengan con sus armas y, sin ninguna orden, se metan a nuestra casa nos golpeen y nos maten. Los policías así están acostumbrados a tratar a la gente pobre, creen que por cargar armas tienen derecho a disparar por cualquier motivo. Ya han sucedido varios casos y las autoridades, no los investiga, ni los castigan. En esta ciudad, los que somos pobres y hablamos una lengua indígena, nos mal miran y siempre nos echan la culpa de todo. Es duro sufrir la discriminación y sobre todo que digan que somos malos.
Como no debemos nada y porque, además nos quitaron la vida de mi esposo fuimos con mi familia y algunos vecinos y amigos, a gritarle a la policía, de que no sean cobardes y que den la cara, y que investigue el gobierno. Yo como esposa de Miguel pido justicia y así se los grite en su cara allá en el ayuntamiento, porque hasta la fecha ninguna autoridad ha tenido el valor de reprobar públicamente lo que hicieron sus policías. En lugar de que los detuvieran, los escondieron y lo siguen protegiendo. ¿Para qué queremos un gobierno que va a nuestra casa para matarnos? ¿para qué queremos policías con armas, porque en lugar de defendernos, muestran su cobardía con la gente pobre? Yo solo pido justicia y pido respeto a mi dolor, y por todo lo que estamos sufriendo. Exijo que las autoridades investiguen y en verdad castiguen a los que le dispararon a mi esposo. En lugar de reconocer su falta andan diciendo que mi esposo se lo buscó. Como humanos que somos eso no se debe desear a nadie, porque yo, aunque sea muy humilde, nunca voy a decir que la policía mate a las personas, porque todos sabemos que eso está mal, así me enseñaron mis papacitos que son de Tlaquilcingo y también mis suegros que nos ayudaron mucho cuando estuvimos en Xalpa.
Desde hace 35 años, cuando me junté con Miguel, hemos luchado para construir nuestra casa. Con mucho trabajo podido levantar algunas paredes. Yo le ayudé a Miguel, que es albañil, a cortar adobes y logramos proteger mejor nuestra casita, porque antes era de varas. Aprovechamos el cantil del cerro como pared, la desventaja es que cuando llueve se mete el agua. También tenemos problemas con la barranca, porque luego baja con muchas piedras y palos, y se inunda nuestra casa. Nosotros decimos que vivimos en la calle principal de la colonia Francisco Villa, pero en verdad se trata de una barranca. Antes de 1993 solo había pura huizachera y mucha piedra que arrastra la lluvia. Gracias a que Miguel sabía de albañilería empezamos a emparejar el terreno. Podemos decir que fuimos los fundadores de la colonia, porque con mucho trabajo empezamos a quitar el monte y la gente vio que se podía aprovechar parte de la barranca para construir sus casas. Todos los que aquí vivimos somos indígenas. Nosotros hablamos el Naua, pero hay más familias que hablan el Tu’un Savi. Por varios años nos alumbrábamos con velas, porque ninguna autoridad se viene a parar hasta acá, porque está muy feo. A pesar de que los presidentes dicen que programan una obra para cada colonia, aquí la verdad no hay beneficios. Es más importante organizarnos como vecinos porque solo así con la presión hemos logrado que haya una escuela primaria, y que tengamos luz en la colonia. El drenaje lo construyeron, pero no funciona. En verdad es muy difícil luchar para que te puedan dar algunos tabicones o bultos de cemento para tu casa. Lo más que hemos conseguido ha sido una tonelada de cemento, y un ciento de tabicones que nos sirvieron para hacer la pared de enfrente, para que no se meta el agua de la barranca. Gracias a que mi esposo Miguel aprendió bien la albañilería, nos ahorramos la mano de obra, y aquí con los hijos mayores, hemos ido ampliando nuestra casita.
Me ha costado mucho sostener a mis 11 hijos, lo que más me duele es que no les pude apoyar más para que estudiaran, por lo menos la secundaria o la preparatoria. Para sobrevivir, Miguel se los llevaba a trabajar como peones. Algunos aprendieron algo y otros pronto se casaron, sin embargo, la carga de los gastos es más pesada, porque vivimos todos amontonados. Ha crecido la familia, ya tengo varios nietos y nietas. Solo contamos con tres catres y los demás duermen en petates o sobre cartones.
Somos muy humildes, y a pesar de que mi esposo como albañil ganaba 500 pesos diarios, no siempre tenía trabajo toda la semana. Nos iba bien cuando sacaba 3 mil pesos, porque entonces podíamos comer carne. Desde niños estamos acostumbrados a sufrir, a solo comer tortilla con sal, y andar descalzos en el cerro. Acá en la ciudad sale más caro sostener a los hijos, porque para ir a la escuela diariamente tienes que darles por lo menos 20 pesos para el recreo, y si son 5 son 100 pesos y eso ya no los puedo juntar. A pesar de nuestra pobreza vivíamos unidos como familia, y me alegraban mucho mis nietos y nietas. Siempre le dije a Miguel que juntáramos algo de dinerito para ponerle piso de cemento a nuestra casa, pero nunca se pudo, porque la verdad, ahora con la pandemia todo está más caro, y con trabajos podemos comer frijoles y huevitos.
Me mataron a Miguel, mi esposo que trabajó toda su vida para que por lo menos tuviéramos esta casita y que no nos faltara tortilla, ni frijoles para comer. Me arrancaron parte de mi vida, porque como esposa y madre aprendí a trabajar y a cuidar a los hijos, siempre con el apoyo de Miguel. A pesar de que todavía tengo algo de fuerza, no se cómo le voy a hacer para que pueda ayudarles a mis hijas que están criando, y a mi hijo que está enfermo. Ahora me dicen que la policía venía por él. Si en verdad, hubiera hecho algo, no era la forma de actuar. Así como lo hicieron, también hubieran matado a mi hijo, porque llegaron furiosos, sin entender razones y dispuestos a matar a quien sea. En lugar de que llegaran a mi domicilio, las personas que inscriben en los programas de gobierno o que dicen que andan vacunando, llegaron tres patrullas con 40 elementos de la policía municipal para asesinar cobardemente a mi esposo, dentro de mi humilde casa.