Este 25 de junio del 2024 se cumplen 40 años del fallecimiento del célebre filosofo francés, quizá uno de los de mayor influencia y más citados en las ciencias sociales y humanidades. Prácticamente en todo el mundo, de México a Argentina, de Chile a Madrid y París, se ha celebrado su obra. Sin dejar de reconocer la grandeza del filósofo, en este artículo Enrique G. Gallegos muestra sus vínculos con la derecha y cómo después giró hasta convertirse en un pensador de izquierda y militante.
Para los argumentos que haré en este artículo, algo debe quedar claro desde el inicio: Foucault es un gran pensador y su obra constela categorías con las cuales podemos reflexionar y criticar nuestra condición actual, así como militar a favor de los marginados (a los que prestó particular atención en sus libros: los locos, los homosexuales, los presos, los que pasaban por monstruos y anormales). Su capacidad lingüístico-inventiva le permitió poner en circulación categorías como microfísica del poder, tecnologías de poder, anatomía política, cuerpos dóciles, gubernamentalidad, biopoder, gobierno pastoral, prácticas de sí, entre otras, fueran o no de su autoría.
Estas prevenciones no impiden que no podamos —incluso debamos si nos asumimos como militantes y no como simples glosistas o ese tipo de degradación social de las universidades públicas mexicanas, el homo academicus— reparar en la faceta de derecha del autor y las implicaciones políticas de algunas de sus categorías que alimentan la derechización de nuestra sociedades. Quien milita sabe —con el saber de la praxis— que una categoría tiene consecuencias materiales.
La obra de Foucault has sido periodizada por diversos especialistas a partir de los ejes saber, poder y subjetividad. Posiblemente esas clasificaciones se basen en la que el mismo Foucault realizó en uno de los últimos textos que publicó en 1984 bajo el seudónimo de Maurice Florence: “Foucault”, en el que refiere “tres modos” de investigación sobre los que ha trabajado: subjetivación, objetivación y subjetividad; o como describe en otro texto, “El sujeto y el poder”, su objetivo era “crear una historia de los diferentes modos de subjetivación.”
Nótese el gesto de Foucault: en lugar de pedir que otro escriba sobre él para poner en perspectiva su obra, delimitar sus contantes y variaciones, él mismo decide fijar su imagen para sí y para los otros, usando un seudónimo. Ciertamente autodescribirse también es válido; pero en otro sentido, muestra una de sus facetas comentadas por sus biógrafos (para lo que sigue, vid. las biografías googleables sobre Foucault de Didier Eribon y David Macey): los intentos de corregir evaluaciones y críticas que se tenían de su obra, su susceptibilidad, irritabilidad, comportamiento y oscilaciones políticas.
Como apuntan sus biógrafos, en parte esto se puede documentar en sus relaciones con el marxismo, el estructuralismo, la praxis política y el liberalismo/neoliberalismo. Hoy en día Foucault pasa por un autor que permiten trazar análisis y posiciones política de izquierda, progresistas, de resistencia y de lucha, particularmente en el horizonte de las políticas de identidad, las minorías, los feminismos, la politización del cuerpo, las políticas del cuidado, las prácticas disidentes de la sexualidad, el género y la gubernamentalidad. Pero no hay que olvidar que hubo un tiempo en que Foucault era catalogado como un autor de derecha y del “tecnocratismo gaullista” que tenía presencia en Francia hasta los años 70. El mismo Foucault lo recordaba, en retrospectiva, en una entrevista de 1984 en la que decía que ha sido catalogado de “anarquista, izquierdista, ostentoso o disfrazado marxista, nihilista, antimarxista explícito o secreto, tecnócrata al servicio de Gaullismo, nuevo liberal y demás.”
En realidad, esas oscilaciones e inconsistencias políticas obedecían a su propia trayectoria, su declarado antimarxismo, su esteticismo, su crítica a los movimientos radicales, su defensa de la libertad y del sujeto arriesgado. Sobre su antimarxismo y sus oscilaciones en torno a Marx, lo expresó en diversas entrevistas; por ejemplo, en 1975 afirma que habría que “liberarse” de Marx y luchar contra su legado. Estas fanfarronas declaraciones no impedían que en Vigilar y castigar lo cite a pie de página cuatro veces. Años después, en 1983, en la típica actitud estetizante de provocación gratuita y frívola, recordara que como estaba de moda citar a Marx en los años sesenta, él no lo hacía, para con ello para divertirse. Y es que en la lógica de acumulación del capital, Foucault nunca dejó de ser una voz de la clase burguesa de la que provenía.
Hay que recordar que para el estructuralismo, el sujeto político no es más que una variable en el marco de las relaciones al interior de la estructura; lo que importa es el sistema y las mutuas relaciones de las variables en ese marco. Así que era poco relevante luchar o militar, pues las cosas ya estaban jugadas de antemano. Es sabido que Foucault se asumía como estructuralista (recordemos el célebre dibujo de Maurice Henry de 1967 en el que aparece con Lévi-Strauss, Lacan y Barthes semidesnudos). “Monaguillo del estructuralismo”, se llegó a definir juguetonamente en una entrevista de 1967. Empero, cuando el estructuralismo dejó de ser el mainstream del pensamiento y tenga oportunidad de reeditar algunos de sus libros, Foucault no dudara en eliminar las palabras “estructuralismo”, “estructura” y cualquier referencia relacionada. Por supuesto, siendo suyos, esto también se vale; lo que no, es negar que se asumiera como tal.
Los años sesentas franceses mostraron la pugna entre las filosofías del sentido y el sujeto contra el estructuralismo y las filosofías del concepto. Es sabido que en Las palabras y las cosas, Foucault termina con las siguientes palabras (aunque después, en esas oscilaciones, dijo que se le malinterpretó): “El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.” Este libro, que fue un éxito de ventas, en su momento fue catalogado como un libro de derecha y apologista del orden establecido, que en ese momento era profundamente represivo y como tal, desencadenaría las revueltas estudiantiles del 68 en todo el mundo.
La pugna que emprenden tanto Lévi-Strauss —en cuyo apéndice a El pensamiento salvaje presenta una descalificación a La crítica de la razón dialéctica— como Foucault contra Sartre, quien oficiaba como el representante de la intelectualidad de izquierda, muestra con claridad el combate entre las filosofías del sentido y las del concepto, sistema o estructura. ¿El proletariado? Un mito; ¿la historia como espacio de emancipación? otro mito, ¿la lucha de clases? Un mito. ¿El sujeto de transformación? Otro mito.
Pero esta deriva también podía expresarse en sus relaciones con las personas que Foucault consideraba, por alguna razón, no gratas. Dos anécdotas: Foucault fue nombrado jefe del departamento de filosofía en la Universidad de Clermont. Después se incorpora a ese departamento el filósofo marxista y comunista Roger Garaudy (1913-2012). Como Foucault detesta el marxismo, le hace la vida imposible. Foucault usa todo lo que está en las manos de los “patrones” para acosarlo laboralmente, hasta lograr que el marxista salga huyendo. En ese tiempo cuando se convocó una plaza y se presenta una profesora como candidata a ocupar la plaza, Foucault opta por contratar al que sería su pareja, Daniel Defert. Según Eribon, su respuesta, con cierto ribete misógino, de porqué no la contrató, es que “aquí no nos gustan las solteronas.”
Este es un período en el que Foucault, además de estructuralista, antimarxista y cínico filósofo, oficia de una suerte de dandy anarquista: viste de terciopelo, con capa, jersis, conduce carros jaguar, emulando la tradición de los escritores malditos. Esta suerte de anarquismo y singular antipoliticidad quizá expliquen por qué uno de los más importante fenómenos políticos, culturales y sociales de la última mitad del siglo XX le pasó por alto: el 68. Lo vio a la distancia desde Túnez, a donde llegó a fines de 1966. Como irónicamente han señalado otros autores, si en el Las palabras y las cosas pronosticaba la muerte del hombre, los grafitis en los muros de las calles parecían contestarle que son las estructuras las que no bajan a las calles.
Esta persistente deriva posiblemente explique que algunos intérpretes de la obra de Foucault —sobre todo en su reconstrucción de liberalismo y el neoliberalismo y de la última etapa vinculada a las tecnologías del cuidado sí y la reelaboración del concepto de crítica como una ética y estética del sujeto arriesgado—, no dejen de destacar que Foucault parecía “seducido” por algunas de las temáticas del liberalismo y el neoliberalismo. No es casualidad que en ese periodo una de las palabra que más resuena en su obra es la de “libertad”. Si bien la reconstrucción foucaultiana de las tecnologías del cuidado sí tiene como base la antigüedad grecolatina, en el contexto fetichizante del capitalismo avanzado es imposible no trazar su peligroso parentesco con las formas posteriores de la industria del coaching, la superación personal y los manuales de autoayuda, tan en boga en los últimos tiempos. No creo que sea un azar que todo eso coincida con la emergencia de los gobiernos neoliberales en la Alemania occidental y la llegada de Thatcher y Reagan a Gran Bretaña y Estados Unidos entre 1979 y 1981.
La aparición del libro Foucault y el neoliberalismo en 2016, en el que el filósofo francés aparece como un simpatizante de ciertas derivas del neoliberalismo y posiciones de derecha, produjo un miniescándalo entre los seguidores de Foucault, esos que Mauricio Beuchot denomina tiernamente como “fucoltitos”. Unos defendiéndolo y acusando de “incomprensión”; otros argumentando que carece de sentido o son frívolas tales acusaciones, que lo mejor es solo usar sus categorías e ideas en tales y cuales contextos.
Hay que insistir en algo: esto que estoy describiendo no deshabilita la potencia de la obra de Foucault. Es más bien que si uno lo tiene en cuenta, se comprende mejor sus derivas y contradicciones y los riegos políticos de asumir ciertos énfasis o no controlar sus efectos políticos (p.e, las políticas identitarias que se asumen como totalidades y terminan colindando con contenidos neofascistas; sus rechazos al marxismo y con ello, la minusvaloración de la lógicas de acumulación del capital; la defensa lo micro y las luchas por las minorías afectadas, que cuando se mantienen atomizadas y unilaterales terminan siendo paleras del sistema capitalista; la defensa de la libertad sin hacerse cargo de las desigualdades; el alegato del sujeto arriesgado y las tecnologías de sí, pero sin cuestionar que en el capitalismo su posibilidad es un privilegio de las menorías, etc.), de tal manera que podamos situamos adecuadamente en una herencia intelectual, de suyo contradictoria y polémica.
Ahora bien, en algún momento, esta deriva política de derecha de Foucault girará a la izquierda. Siguiendo a sus biógrafos, podríamos situar la transformación durante la última etapa de su estancia en Túnez. En 1966 Foucault renuncia a su emplazamiento en la universidad de Clermont y se va a enseñar filosofía en Túnez, una excolonia francesa, que tenía pocos años que se había independizado. Es la época en la que también se le ha acusado de practicar la pedofilia, aunque algunos guardianes del filósofo han argumentado que no existe evidencia de ello. Llega en un momento en el que la efervescencia y protesta política están en auge con el nacionalismo, las luchas antiimperialistas, la guerra fría, los movimientos anticoloniales y la orientación socialista de Ahmed Ben Salah, ministro de Habib Burguiba (presidente de 1957-1987). No hay que olvidar que la Francia de la solidaridad, la fraternidad y al libertad es también la Francia de colonialismo y las brutales técnicas de exterminio y represión que usan los militares franceses.
En Túnez las protestas y marchas son reprimidas con descarnada violencia y los movimientos a su vez responden con violencia. Foucault censura la violencia pero no se hace cargo de la violencia colonial de las potencias, incluida la francesa. En una carta de 1967 que le escribe a Canguilhem, le dice “«Y uno se pregunta a través de qué extraña artimaña (o estupidez) de la historia el marxismo ha podido dar pie (y vocabulario) a algo así.»”
En 1968, la escalada de represión y violencia por parte de gobierno de Habib Burguiba en Túnez aumentó; hubo decenas de detenidos y heridos, algunos de los cuales son alumnos de Foucault. A partir de ese incidente, Foucault comenzara a involucrarse para ayudarlos, aunque con cautela. Hará gestiones discretas para su liberación, pero con poco éxito. Finalmente Foucault será bautizado en la militancia por las fuerzas represivas de Burguiba en Túnez: le darán de palos.
Para 1969 Foucault ya se encuentra en Paris. De esa época proviene la clásica imagen de un Foucault pelón. A partir de ese momento aparece el Foucault más interesante en términos de la praxis política: girará a las posiciones de izquierda, convivirá con maoístas y se comprometerá con un sinnúmero de movimientos de resistencia y lucha, ello sin dejar de impartir sus clases. Simpáticamente Foucault se presenta durante algún tiempo como profesor y militante (¡como si la militancia fuera un grado académico!). El Foucault de derecha y conservador devendrá en el Foucault de izquierda y militante. Se vale corregir. Primero en la recién creada Universidad de Vincennes (Centre Universitaire de Vincennes), que fue una suerte de laboratorio de la militancia y la lucha contra el orden establecido, y a partir de 1970 alternará las protestas y los mítines con sus clases en el Collège de France.
Lo que importa destacar es que a partir de ese momento vital tunecino, Foucault comenzará a involucrarse en la defensa y las luchas puntuales de los grupos o sectores oprimidos. Así, junto con otros intelectuales franceses creará el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), para darles voz a los prisioneros y denunciar el régimen represivo carcelario. También organizará y participará en protestas, firmará desplegados y marchará en las calles con su otrora rival, Sartre. Es el Foucault de la célebre imagen con el megáfono, en la que marcha al lado de Sartre en 1972.
Todo este activismo y militancia no dejará de desconcertar, incomodar y generar cierto estupor en algunos integrantes de la célebre institución fundada en el siglo XVI, en la época de Francisco I: el Collège de France.
En cierto sentido, Foucault pasará paulatinamente a tomar el lugar del “intelectual militante” que ocupó Sartre en la posguerra; pero con una gran diferencia: mientras Sartre era la figura del compromiso total, Foucault se movilizaba más bien por compromisos puntuales, concretos y moleculares. Sartre: intelectual total y molar por su adhesión al marxismo y la historia; Foucault: intelectual concreto y molecular por su defensa de ciertas minorías sociales y los procedimientos genealógicos.
*Profesor en la UAM-C