Hermana muerte de Sara Raca es editado por Sawá & Biznaga Editoras. Sawá & Biznaga es una colectiva autogestiva e independiente que surgió en 2018 y tiene como objetivo escribir, leer y publicar entre mujeres, lesbianas, disidencias sexogenéricas y personas trans, fuera de los circuitos editoriales del capitalismo y del canon patriarcal. Parte del presente artículo fue leído en la presentación del poemario el 14 de septiembre en la librería Volcana/Lugar común.
Por Enrique G. Gallegos*
Lo primero que salta a la vista del poemario Hermana muerte de Sara Raca es su naturaleza duelística y la enunciación cargada del lugar que ocupan las mujeres en una sociedad patriarcal (y conservadora como la Guadalajara de la que proviene la autora). Toda la poesía de todas las épocas ha tenido que lidiar, en algún momento y bajo diferentes estilos y estratos emocionales, con la muerte y el mundo de los muertos. Desde la tragedia de Antígona por la condena insepulta de su hermano, pasando por los sonetos de Villaurrutia, el canto filosófico de Muerte sin fin de Gorostiza y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines de Sabines, hasta los poemas de Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik.
Pero hacer explícita la muerte y el duelo se ha vuelto cada vez más problemático en las sociedades capitalistas. Por un lado, cuando se realiza su manifestación pública se le suele asimilar con un estado inclinado al pesimismo y la desesperanza; y, por otro, la muerte sólo se acepta en el espacio público cuando es convertida en mercancía o cuando en su lugar se colocan existencias volcadas a la falsa positividad y al culto del éxito. Situación, además, complejizada por dos fenómenos: las miles de vidas que se llevó la pandemia y el terror mortífero que mantiene la denominada guerra contra el narco. No es casualidad que la muerte se haya volcado al extremo de lo privado, algo de lo que no está bien hablar, de lo que hay que reservarse o hablar en voz queda, incluso como si hubiera un temor aséptico a contaminarse. Como pregunta Raca en su libro:
¿cuándo dejamos que el temor aséptico nos alejara de reconocer la muerte por sus cuerpos?
Todavía no hace mucho tiempo, en sociedades predominantemente tradicionales, precapitalistas (con todo y sus problemas y opresiones), la muerte era un asunto público, colectivo, que arraigaba en la misma condición de la comunidad. Las personas y las comunidades se sabían seres finitos y transitorios. Muerte y muertos paradójicamente daban certeza. A la inversa de lo que pasa hoy en día, en la que la vida se cimenta en la fugacidad del presente y su culto al rendimiento y al éxito, en tiempos pasados la vida, parte de su sentido y trascendencia, se fundamentaba en los muertos y la muerte. Pero todo ese frágil equilibrio entre vivos y muertos se trastocó en las sociedades capitalistas. Se vive como si se fuera eterno, como si se viviera una vida eterna y absoluta; y lo que es más desfundamentador, la deuda con los muertos cada vez se paga menos. Y sin el reconocimiento de las deudas con los muertos, los vivos jamás tendrán tranquilidad.
Al menos a ti sí te pude tocar a tu muerte sí llegué a tiempo al funeral de Beto y mamá de las abuelas y la tía Soledad a los amigos y vecinas que ya se fueron solo pude ver sus rostros por última vez en exhibidores de cristal
Porque los muertos forman la comunidad de los vivos, los muertos de Sara Raca son también nuestros muertos. A través del canto de la poeta asistimos a los muertos que veremos caer durante nuestro corto paso por este mundo y los que cargaremos sobre nuestras espaldas, hasta que hagamos el duelo. ¿Cuánto muertos puede cargar un existencia humana durante su paso por esta finita vida? A los nombres —invocados en el poema— de “Beto”, “mamá”, “la abuela” y “la tía Soledad” sumemos nuestro propios muertos y así podríamos hacer una comunidad de vivos; pero el riesgo es que a fuerza de privatizar y mercantilizar la condición humana, los arrastremos a la incomunicación desde la que es imposible hacer el duelo. De ahí la importancia de la poesía, porque posibilita que esas muertes privadas se conviertan en muertes públicas y agenciadas por una colectividad.
A diferencia de Pizarnik, cuyos poemas eran una invocación suicida a la muerte, que finalmente culminaría en una fatídica noche de septiembre de 1972, en Hermana muerte el canto a la muerte es un canto fúnebre en su doble acepción: canto a los muertos, a los seres que ya no están y han pasado a eso que se conocía no hace mucho como la “otra vida” y, al mismo tiempo, canto triste por la partida de la hermana. Pero justamente porque la poesía es canto y, en el caso de Sara Raca, el canto es danza y teatro, intervención corporal y encuerpamiento de la voz, es que este poema también es un canto de duelo. La palabra escrita devela el llanto, el danzar y las intervenciones performativas que le conocemos a Raca. En Sara Raca, la poesía encarna y se corporeiza. No sólo es escritura: es canto, voz, danza e intervenciones. No es casualidad que Sara Raca oficie de costurera, porque es otra forma de intervenir en los desgarres de la vida y tratar de zurcirlos, así sea con extraños balbuceos y voces ancestrales:
KHAL AKHAL SIRI AKHAL MAJA AKHAL AKHAL MURT
Balbuceos que pueden decir más que un concepto porque éste no siempre logra captar la hondura del dolor, el sufrimiento y la orfandad. En el balbuceo aconceptual está el mismo origen de la vida, de ahí su parentesco con la onomatopeya; aunque el canto balbuciente viene de más lejos porque es un desgarro que surge del amor por los muertos y la orfandad ontológica al que no accede difícilmente el concepto. Pero, paradojamente, por ese desgarro, como una herida sanadora, regresa la pequeña luz de la memoria de los muertos.
Hay que destacar el juego fúnebre de palabras que se oculta en el título del poemario. El título Hermana muerte enclaustra un doble sentido. Por un lado, el título aluda a la hermana muerta. Martha, Marthita, Martucha, Martina, Martiniana: carnala de Raca. Hermana muerte puede leerse como un homenaje, un ejercicio de duelo y un canto de despedida con la hermana fallecida. La hermana con la que paso la infancia. La hermana mayor convertida en la amiga, amorosa rival y segunda madre. Como dice en mismo poemario:
“Y cuando yo estuve en la panza de mamá, tú me hablabas y me deseabas. Y cuando nací brincaste de gusto y me amaste tanto y tan profundamente como si fuera tu muñeca favorita o una cachorrita o una palomita de esas que entran al patio de la casa y ya no se van.”
Justamente porque la muerte ha sido humanizada y enternecida con el amoroso recuerdo de la hermana, también encontramos en el poemario trazos de humor amoroso, ironía, rebeldía y rabia frente a las injusticias patriarcales. Primero, el humor amoroso:
Ahora que te quiten tu peluca electromagnética hecha de cables e hilos de colores que enlazan tus últimos estertores a este mundo, voy a acicalarte jugar a los tocados hacerte trenzas imaginarias.
Es de destacarse que Hermana muerte está escrito desde el lugar que ocupan las mujeres en una sociedad patriarcal y por ello, su mirada no podía no ser feminista. Ciertamente este aspecto no necesitaba denominarse expresamente como tal; basta con recuperar algunos de sus versos:
Ayer mi padre habló con tu hijo y yo le escuché escondida en la cocina como buena mujer Luego me dijo que decirles que te desconecten es golpearlos doblemente Entonces hundí la lengua en la tarja entre el jabón y los trastes sucios Lava también tus manos, Sara y calla
En otro poema retrata a una mujer que se encuentra en la cama 13, fue golpeada y violada y lleva 25 días hospitalizada; a esa mujer salvajemente violentada, la poeta se le acerca y le susurra un consejo cargado de potencia. Sara Raca relata lo siguiente:
El otro día parpadeaba y me arrimé a saludarla. Quise darle un beso por amor a la vida pero la gente alrededor me miró con asco. Acaricié su frente entonces y le dije al oído: “Véngate de ellos: sobrevive”
No es casualidad que frente a esa violencia estructural y ese mandato conservador y patriarcal que hace que la mujer “hund[a] la lengua en la tarja entre el jabón y los trastes sucios”, Raca explote de rabia y rebeldía:
¡Perro! ¡Muérete perro, tú y tu perra madre! ¡Los voy a matar, perros! ¡Quiero que se mueran! ¡Son unos perros! ¡No me quieren! ¡Déjenme sola! ¡Váyanse, desaparezcan, no los quiero ver! ¡Malditos perros!
Hermana muerte de Sara Raca culmina su periplo por el inframundo del duelo con la final resignación frente a lo inevitable de la muerte de la hermana y lo que ella condensa:
porque resististe hasta el cansancio y una tiene derecho a rendirse y mandar la vida al carajo…
Pero resignarse no es simplemente acepta pasivamente lo inevitable del destino. Es amorosa despedida, pero cargada de rebeldía y la rabia feminista. La resignación que se canta en el poema es el resultado lento y doloroso del duelo. El duelo posibilita reinscribir a los muertos en la vida y la memoria presente, al mismo tiempo que inscribe nuestra vida en la comunidad de nuestros muertos. En el duelo asumido, muertos y vivos, vivos y muertos, logran tejer —palabra cara a Sara por su oficio— una comunidad de seres finitos, quebradizos y transitorios.
*Profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana-C