Home Columna El dedazo, práctica política que nunca se fue

El dedazo, práctica política que nunca se fue

Foto: La Unión de Morelos

Por Max González Reyes

Dentro de los muchos problemas a los que se enfrentó México como nueva nación en 1821 fue la forma de gobierno que tendría una vez independizado de España; quién y cómo debía gobernar, e incluso el nombre del país que recién se formaba. Frente a ello, las diferentes interpretaciones llevaron a diversas constituciones. La inestabilidad política era tal que algunas enarbolaron el federalismo y otras más el centralismo; de igual modo, llevó al país a tener dos periodos de monarquías: una con Agustín de Iturbide en 1822 y el que se conoce como el Imperio de Maximiliano. Así mismo, la decisión sobre el nombre formal del país fue una copia de nuestro vecino del norte: Estados Unidos Mexicanos.

Estas acciones fueron el resultado de múltiples decisiones y choques entre posiciones de los actores de la época. Así se llevó buena parte del Siglo XIX. No fue hasta que el régimen de Porfirio Díaz estableció una dictadura que duró más de 30 años y que culminó con el movimiento revolucionario en la primera década del Siglo XX, encabezado por Francisco I. Madero.

Posterior a la Revolución viene una etapa de inestabilidad política y militar que duró más de una década hasta que a finales de los veinte se logra aglutinar la familia revolucionaria para establecer un sistema de partido hegemónico que duró prácticamente todo el Siglo XX. La creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, su sucesor Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y posteriormente como lo conocemos ahora, Partido Revolucionario Institucional (PRI) creó un sistema que inició en la década de los treinta, se consolidó a mediados del siglo pasado y aun hoy continúa vigente.

Si revisamos desde el punto de vista generacional, muchos de los líderes que asumieron puestos de mando durante el siglo XX, fueron reproduciendo las estructuras de sus antecesores. Para muchos estudiosos, el régimen establecido por el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, no fue otra cosa que el mismo de Porfirio Díaz, con la diferencia de que no fue un caudillo o una persona quien mantenía el control de las decisiones del gobierno, sino una institución, el partido. Como se sabe, la trilogía PNR-PRM-PRI se convirtió en una extensión del gobierno en turno, de tal modo que prácticamente tenía el rango de una secretaría de Estado, pues su dirigente era designado directamente por el presidente de la República, quien a su vez, había emanado de sus filas.

De igual manera, una de las reglas no escritas que estableció el régimen de partido hegemónico fue que el presidente en turno nombraba a su sucesor. Este mecanismo denominado comúnmente como “El Tapado” consistía en que el Ejecutivo manejaba varios candidatos a sucederle. Al principio, todos los elegidos tenían la posibilidad de ser el candidato del partido, aunque el presidente tenía su preferido, no obstante, la “pasarela” tenía razón de ser pues involucraba ser leal a la dupla presidente-partido. En ese sentido, la disciplina partidaria y lealtad al Ejecutivo se convirtieron en la estrategia donde el ritmo dentro del juego de las sillas musicales lo marcaba el presidente.

Así transcurrieron décadas que por sus excesos y abusos poco a poco fueron desgastando al sistema político mexicano, hasta que a finales del Siglo XX se rompió la hegemonía partidista y posteriormente el partido creado para mantener el poder perdió la presidencia en el año 2000.

La llegada del PAN al poder en aquel año vislumbraba una nueva forma de hacer política. Sin embargo, no tardó mucho en que el desencanto privó entre la sociedad, y ese “bono democrático”, como entonces se le llamó, se fue desgastando y quedó en promesas incumplidas. Con el retorno del PRI en 2012 no hubo gran cambio como sus antecesores. Aunque la intención de establecer un sistema de partido hegemónico nunca se fue.

El ascenso de un nuevo discurso en 2018 auguraba, una vez más, una forma distinta de ejercer la política, pero a más de la mitad del sexenio, y con la mirada puesta en la sucesión presidencial de 2024, nos encontramos con las viejas prácticas que predominaron en el régimen del PRI. El discurso se volvió desgastado y la virtud, vicio.

No es ninguna novedad decir que varios de los actuales dirigentes que hoy toman decisiones, incluido el presidente Andrés Manuel López Obrador, se formaron políticamente en esa vieja estructura patrimonialista y clientelar que mantuvo el régimen durante décadas. Quizá es por ello que hoy los que están en el poder, reproducen esas viejas prácticas que antaño tanto criticaron.

El pasado 12 de junio el partido en el poder, Morena, organizó en el Estado de México un acto masivo que se pareció mucho a la pasarela que hacía el PRI en sus mejores años de dominio. En dicho acto se ovacionaron a quienes se perfilan como posibles candidatos de ese partido a la candidatura presidencial en 2024: la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, el titular de la SRE, Marcelo Ebrard y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Llamó la atención que en el acto no estuvo el Senador Ricardo Monreal Ávila (Morena), quien funge como coordinador en dicha Cámara, quien también ha expresado su intención de buscar la candidatura de su partido a la presidencia. Aunado a ello, el propio presidente López Obrador no lo ha incluido dentro de la lista de sus posibles sucesores. Días después de ese acto, el presidente aplaudió que se presentaran los posibles candidatos.

El acto del 12 de junio reflejó claramente quiénes son los candidatos del presidente. El mismo presidente ha dicho que apoyará a quien resulte ganador del método que él mismo ha propuesto: la encuesta. Es decir, el presidente será un factor de decisión en la elección del candidato de Morena, así como se designaba en la época del PRI.

Lo que deja ver este tipo de actos, entre varios otros, es que el actual gobierno busca (o pretende) imponer la misma estructura de partido hegemónico que vivimos en el siglo XX. Es importante mencionar que los actuales líderes de Morena (incluido el presidente) encarnan las viejas prácticas monopólicas del antiguo régimen, es decir, volver al sistema presidencialista de partido único.

El poeta José Emilio Pacheco escribió un pequeño poema que tituló “Antiguos compañeros se reúnen”. El poema es muy corto, pero dice mucho:

“Ya somos todo aquello

contra lo que luchamos a los veinte años”

Bien podría aplicarse a los dirigentes de Morena.

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