Por: Isabel Sanginés Franco
Ciudad de México 20 de septiembre de 2017: – El pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la delegación Xochimilco al sur de la Ciudad de México sufrió graves daños tras del sismo del pasado 19 de septiembre.
Según el reporte de José Felipe García Martín del Campo, titular de protección civil de la delegación, murieron 8 personas y 284 requirieron atención médica por heridas, lesiones o crisis nerviosas; se colapsaron 20 casas; más de 180 están afectadas, de las cuales, hasta el día de hoy a las seis de la tarde, se habían detectado 30 con fallas estructurales; y, la infraestructura eléctrica se encuentra dañada y por lo tanto el pueblo en su totalidad sin luz.
Ante la tragedia, la solidaridad afloró y las brigadas de ciudadanos cargados de víveres, medicinas, palas, picos y cubetas, entre otras herramientas comenzaron a hacer presencia en San Gregorio. Vía las redes sociales se difundió la necesidad de apoyar a este pueblo devastado: “no está llegando la ayuda” se decía vía twitter o facebook; se corría la voz entre los brigadistas que llegaban a otras zonas de desastre o a los puntos de reunión, como el estadio olímpico en ciudad universitaria.
Para medio día una gran ola de solidaridad humana inundaba las calles y rutas de acceso al pueblo. Cuando los automóviles cargados de ayuda quedaron varados en la Calzada México Xochimilco algunos lugareños ofrecían sus casas para guardar los carros y los entusiastas brigadistas comenzaban su recorrido a pie cargados con los víveres, las herramientas, medicinas: “llegaremos, aunque caminemos dos horas”, declaró un ciudadano organizado de la colonia San Pedro de los Pinos; otros llegaban en motos, en bicicletas y cientos de jóvenes entraban organizados en camiones de redilas.
Caos, espontaneidad, organización, iniciativa, una gran masa de gente ansiosa por ayudar, por no quedarse en su casa indiferente y apática, ni por dejar en manos de instituciones en las que no confían, ni creen la vida de los que ahora están sufriendo y llegar a San Gregorio era mostrar esa solidaridad. Sumarse a una cadena humana para acarrear acopio, para cargar escombro, para limpiar el pueblo. Una brigada médica funcionando en una esquina, una brigada de psicólogos en otra, la de atención veterinaria más allá.
La familia Cabrera llega desde el centro de la ciudad con su carro, un chevy monza, color arena, el tanque de gasolina bien lleno. Se les ocurrió que una buena ayuda sería ofrecer electricidad para que la gente del pueblo cargue sus celulares, lo mínimo, porque no alcanza para mucho, pero con eso podrían comunicarse con sus familias a fuera del pueblo. “Colocamos un inversor de corriente, encendemos el coche y de ahí conectamos los aparatos” dice Adriana Cabrera, y agrega: “ya no nos queda mucha gasolina, pero estaremos aquí hasta donde dé”.